La neblina que nos rodea

7: ESMERALDAS ESCONDIDAS

La verdad se congela,

se esconde, se apaga.

La vida se derrite y cambia de forma.

Todo parece seguir un rumbo

y me convierto en espectadora.

Jamás en algo distinto.

 

«¡Es magnífico!»

No puedo creer cómo Mirko no me había mostrado este lugar antes. Las luces, la música, el ambiente, ¡los humanos! Tengo que forzarme a no dejar la boca abierta cada vez que encuentro algún detalle nuevo, fresco, único. Él me tiene agarrada de la mano, como si fuera una niña a punto de escaparse, pero es que no puedo evitarlo.

—Ya sabes, no puedes hablarles ni separarte de mí —susurra en mi oído, yo asiento aún pasmada.

Es un bar, ¡un verdadero bar humano!

No estoy segura de si Mirko se meterá en problemas por traerme a un sitio así, sabiendo que aún no tengo permitido hacer estas cosas, pero es tan emocionante que intento no pensar en ello. Siempre había pensado que la transición estaba solo relacionada con el rol en la comunidad y el tipo de vivienda, pero nunca había envidiado tanto a Los Grandes como ahora.

El sitio está dividido, con unos cuantos avins relegados a una esquina oscura y repleta de polvo; mientras que los humanos gozan de la mayoría de las mesas grandes, bonitas, de las luces y las buenas vibras. ¡Pero al menos estoy aquí!

El cantinero de nuestro lado nos entrega un coctel de naranja a cada uno, luce visiblemente aburrido. Y es que no tiene sentido que haya dos bares, cuando el sitio no es tan grande como para necesitarlos. Mirko me señala al otro empleado con la cabeza, ajetreado preparando tragos para un grupo considerable de humanos.

Estudio a los humanos presentes mientras nos sentamos, la mayoría solo bebe, habla y ríe. Es agradable, a pesar del recelo que existe entre especies, tener la oportunidad de observarlos en un estado más relajado, natural.

Las tensiones comienzan a disiparse, hablamos de cosas triviales y de la gente que nos rodea. Mirko, tan poco discreto como siempre, hace comentarios sobre humanos que no se encuentran tan lejos de nosotros. Algunos ruedan los ojos y fingen no escucharlo, esa actitud hace aún más evidente la separación que existe entre nosotros, pero a él no le importa.

Un grupo de chicos entra en algún momento de la noche, una de ellos, de cabello oscurísimo y ojos del mismo color, parece que los guía. Actúan como si fueran dueños del lugar, y los empleados los tratan como tal.

Mirko nota que los estoy viendo y señala sus ropas. Accesorios y telas con bordados que llaman la atención y destellan cuando la luz les pega/ Las comparo con las de los demás, mucho más sencillas; y comprendo que ese pequeño grupo está aún más apartado del resto que nosotros. La manera en la que miran a los demás termina de volverlo claro para mí.

Tienen la expresión que pondría cualquier persona que entrara en algún lugar maloliente, se sientan en un área que luce especial y más acomodada que el resto de las mesas. El chico de piel oscura y reluciente le hace señas al cantinero, y él deja todo lo que está haciendo para ir a atenderlos. Pero algo más captura mi atención.

—Es bonita. —Las palabras se escapan de mis labios.

—¿La chica de cabello corto? —Asiente y se encoge de hombros, como si no fuera relevante— Tú también lo eres. –Eso me hace reír, al menos intenta animarme.

—No, es diferente. —Miro sus movimientos precisos, como si estuviera segura de cada una de las cosas que fuera a hacer a continuación. Ni una sola duda en su expresión, ninguna preocupación visible— Se ve tan… cómoda.

—Creo que esos pantalones son demasiado ajustados para ser cómodos —suelta Mirko y se ríe tanto con su propio chiste, que derrama un poco de su bebida por la nariz.

Pero sé que sabe a lo que me refiero. Yo siempre he querido encajar, ser aceptada. No pido mucho, solo cordialidad en la mayoría de las ocasiones. Con eso sería suficiente.

Cada uno de sus movimientos luce despreocupado, natural. Revisa su teléfono y lanza una mirada mortal a cada persona que no forma parte de su selecto grupo y se acerca demasiado. Actúa como la reina del lugar, con la frente en alto y expresión autosuficiente.

«Daría tanto por ser un poco como ella.»

Por no tener tanto miedo por todo, por no ser tan nerviosa, por no sentirme tan incómoda con mi forma de ser. Quisiera poder, por una vez en la vida, sentarme en un lugar y sentirme dueña del mundo. Se me eriza la piel y me doy cuenta de que estoy enfadada con ella. ¿Por qué? Si ni siquiera la conozco.

—Ellie, ¿por qué los sigues viendo? —Sus palabras me devuelven a la realidad.

Tiene razón, teniendo tantas cosas encima no creo que sea el momento para añadirle más leña a las brasas. Tomo un sorbo del coctel y dejo de verlos, no vale la pena. De seguro no me los cruce más, y ya han dejado claro que están alejados de la realidad de cualquiera, incluso de sus compañeros de especie.

«Ay no. ¡Ay no!»

—Ya vengo —Me pongo de pie y antes de que Mirko pueda decir algo, salgo corriendo a la puerta con el dibujo de una muñeca con vestido triangular en la esquina contraria a nosotros.

No quiero llorar, no puedo hacerlo, todo estaba yendo bien. Me miro en el espejo y noto las gotas de sudor resbalando por mi frente, llevo una mano a mi pecho y aprieto los dientes en un intento por dejar que pase el dolor. La vibración que me avisó lo que iba a pasar no se detiene hasta unos segundos después. Me obligo a respirar con calma mientras el dolor se disipa y poco a poco vuelvo en mí.

Por el reflejo puedo ver que no estoy sola.

La chica de cabello corto y oscuro está mirándose en el espejo, de cerca luce aún más angelical. El maquillaje que cubre su piel hace que parezca brillar casi tanto como la de Mirko, ella toma su teléfono y sonrío de manera inconsciente por pensar que podríamos tener esa pequeña adicción en común.




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