Allí estuvieron, ahora son sombra.
Danzan en el tiempo,
tejen ilusiones.
Esos recuerdos
ahora pueden ser cualquier cosa.
Nadie podrá decirme lo contrario.
Las gotas danzan sobre mis dedos y esta vez no me importa mojarlos, las hago bailar frente a mí antes de permitirles seguir su rumbo. No recuerdo desde hace cuanto llueve, solo puedo saber lo mucho que me calma el sonido del agua embistiendo todo lo que encuentre en su camino.
Tampoco tengo idea de cuánto tiempo llevo sentada aquí, ni siquiera es importante.
Escucho con atención, esperando que en cualquier momento suene el titineo que anunciará el fin de mi aburrimiento. Intento llamarlo con el pensamiento, pero brilla por su ausencia, se ha quedado dormido como Ella, como lo haré yo si no me muevo de aquí.
Podría pensar en hacer algo más para mantenerme despejada y esperar sin tanta tortura, pero no puedo concentrarme en nada más.
Ya me peiné, bañé, aseé, vestí una y otra vez. Ya me probé sombreros, me vi en el espejo, me pinté las uñas y maquillé y desmaquillé. Ya bailé sin ganas y canté sin esfuerzo. Ya floté cerca del techo y me arrastré por el suelo.
«¿Cómo hacía yo que pasara el tiempo antes?»
Mi apartamento está reluciente y se me van a caer las manos si sigo limpiando. Nada puede liberar mi mente de la tortura por esperar un simple mensaje de texto y el gusanillo detrás de mi oído me grita que eso no está bien, que no es normal.
«¿Sabes qué ocurre, señor gusano? Yo nunca fui una niña muy normal, y Ella tampoco.»
Así que vuelvo al inicio, a jugar con las gotas y esperar con impaciencia a ese sonido del que he comenzado a depender tanto. Incluso mis pensamientos se vuelven monótonos, nada más me parece tan interesante como ella.
Aunque sus palabras se enreden entre las mías y las sofoquen, cada uno de sus suspiros me hace sentir como si estuviera respirando por primera vez.
«Si pudiera quedarme dormida, quizás podamos estar soñando juntas aunque nos separe una ciudad entera.»
Pero mi mente está hiperactiva.
La extraño, la quiero.
Dibujo su nombre con las gotas en mi ventana y suspiro, porque sí.
Algo en el fondo reclama mi atención, pero se esconde en una parte tan lejana de mi cerebro a la que estoy utilizando en este momento, que lo ignoro.
Sonidos que no son ese único que me interesa.
«¿Algo se ha movido en la cocina?»
En el fondo tengo miedo.
No soy más que una chica cobarde con demasiadas cosas en la cabeza.
Un par de manos congeladas y húmedas se posan en mis hombros, doy un respingo y desaparecen, comienzo a pensar que las imaginé.
Grito y me doy la vuelta para encontrarme con unos ojos de color cambiante, que me contemplan preocupados.
—¿Qué haces aquí? —pregunto y me tambaleo al hacerlo, él me toma de un brazo para ayudarme a recobrar el equilibrio.
—¿Por qué estás sentada en tu ventana? —contesta Mirko, sonríe a pesar de estar reprimiéndome. Yo lo sigo mirando, esperando una respuesta—. La puerta estaba abierta.
—Quería estar cerca de la lluvia
Estoy atenta, por si el tintineo llega en el momento más apropiado.
Nada aún.
Me echo hacia atrás y doy la vuelta, sosteniéndome con las gotas que están a mi espalda.
Miro a mi pobre amigo empapado y de inmediato ordeno irse al agua que está apretujada contra él. Se dispersan los chorros, algunos reuniéndose con sus compañeros en la ventana y otros buscando mejor acomodo en las paredes o el suelo.
—¿Por qué estás aquí? —pregunto de nuevo. Mi voz suena áspera, tengo casi un día entero sin decir nada, desde la última vez que la vi.
—Como no te encontré en ninguno de los lugares que frecuentas, supuse que no habrías salido de casa. —Toma mi mano y me atrae hacia él, luego coloca el dorso de la suya en mi cuello y en mi frente.
—Estoy bien, no tenía ganas de salir. Ya sabes, el descanso y eso.
No se atreve a decirme nada aunque mi mentira haya sido absurda. Desde que decidí que no quería seguir peleada con él, su semblante ha mejorado. La sonrisa apacible reina en su rostro, pero hay algo que no puede esconder. Esa preocupación que he visto últimamente aflora una vez más, lo miro alerta, esperando encontrar algún indicio de qué es lo que me pasa.
Ahora. que estamos bien podría confesarle todo, decirle que siento una presión en el pecho distinta a la anterior, que mi cabeza no puede centrarse en una sola tarea y que ahora todo tiene olor a mar.
Es mi mejor amigo, debería poder decírselo sin temor. Pero una parte de mí no quiere dejarme, no le da la gana de soltarme, prefiere quedarse mi secreto solo para mí.
«Me está volviendo loca.»
Después de salir del trance de mis pensamientos me doy cuenta de que ahora está sentado en el sofá, admirando una de mis flores de algodón pasadas a mejor vida. Me siento junto a él y rebota sobre el cojín, me contagia su risa.
«Podemos pelear un millón de veces, pero Mirko nunca va a dejar de hacerme reír.»
—Sabes que no tienes que pasar por todo esto sola, ¿no? —Está escogiendo las palabras con cuidado, como si fuera a espantarme.
—He tenido cosas para pensar, ha ocurrido demasiado en muy poco tiempo.
—Sabes que no tienes que pasar por todo esto sola, ¿no? —
—¿Nunca te habías sentido así antes? —pregunta y yo me quedo viéndolo por un instante.
Los recuerdos de mi niñez son borrosos, como las fotos que ahora sé que están ligadas a ellos. Las pocas cosas que han comenzado a mostrarse con claridad, solo lo han hecho desde que Mirella volvió a mi vida. Y todas son relacionadas a ella.
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Editado: 14.11.2022