La Necesidad Del EngaÑo

XII

-Ya hemos llegado ….- Oiga una voz en la lejanía, pero decidí no hacerle mucho caso.- Despierte.- Volvió a decir aquella voz está vez un poco más fuerte.- ¡DESPIERTE SEÑORITA SANT!- Aquel grito no solo me sacó por completo del sueño, sino que casi hace que se me salga el corazón del pecho.

-Está. Usted. Loco -Dije pronunciando cada palabra con dificultad. - ¿Quiere ser viudo el mismo día de su boda?

-Usted no se levantaba. - Dijo con parsimonia.

-Creo que hay mejores formas de levantarme que con un grito en el oído… ¿Ya hemos llegado? -Pregunté dirigiendo mi mirada al cristal y encontrándome con …- ¿Dónde estamos? Creí que iríamos a su residencia.

-Estamos en Londres, estación de Euston. Le dije que nos íbamos a Francia y eso hacemos. -Y sin añadir nada más bajó del carruaje. Me ayudó a bajar y ordenó que subieran nuestras pertenencias en uno de los vagones.

-Yo nunca he subido en tren… ¿Es seguro? -Pregunté algo asustada. Contemplando aquella caja gigante de metal. – No crea que soy una pueblerina. Sabía que existía, sé que es extremadamente caro y poca gente lo usa… Pero no me da mucha confianza. -Esperaba que su respuesta calmara un poco el malestar que se había generado en mí, pero sus palabras solo lograron descubrir un poco más que el carácter de mi esposo era de lo más extraño.

-Cree acaso que me subiría a uno si no lo fuera. -Su tono de voz era de lo más desagradable y su ceño fruncido solo hacía que afear su bello rostro. Estaba a punto de decirle que si seguía frunciendo así el ceño asustaría a todo el mundo, cuando un hombre alto todo vestido de negro y algo siniestro se nos acercó.

-Señor Lluch ¿Qué hace usted por aquí? Nos dijo que se quedaría unos días.

-Sí, ese era el plan, pero… las circunstancias han cambiado y debo partir lo antes posible. -Respondió mi marido. Los dos hombres mantuvieron una conversación de lo más extraña, parecían tener que decirse mucho, pero todo lo que salía de sus bocas era casi irrelevante.

-Creo que mi presencia limita su conversación. -Dije tras comprender que yo debía ser la causante de tanto secretismo. -Será mejor si le espero por ahí… - Añadía señalando con la cabeza un banco.

-Disculpe mi falta de modales…- Dijo el caballero. – Usted debe ser la señora Lluch, es todo un placer conocerla. Mi más sincera enhorabuena por su enlace. El señor Lluch es muy afortunado de tenerla, todos lo somos. - Añadió quitándose el sombrero en señar de respeto.

-Gracias señor…- Respondí invitándolo a presentarse.

-Ya está- Cortó el señor Lluch.- Debemos irnos, os informaré de mi llegada.

Dicho esto me tomó del codo sin ninguna delicadeza y tiró de mí.

-Suélteme, no soy un animal. Me he ofrecido a dejarlos hablar sin molestarlos no entiendo a qué viene su mal humor.

-Nos servías más cerca que lejos. – Dijo ayudándome a subir a un vagón del tren.

-No le comprendo… pero bueno, no lo hago la mitad de las veces que habla….- Respondí más para mí que para él.

-Este es nuestro compartimento. -Dijo abriendo una de las puertas del pasillo. El compartimento no era espacioso, había dos sillones uno en frente del otro y en la parte superior estaba colocado nuestro equipaje. – Póngase cómoda, el viaje será largo.

-¿Cómo de largo? ¿El tren va a llevarnos a Francia? No, claro que no el mar está de por medio. ¿Haremos el viaje de un tirón o pararemos en algún lugar antes? ¿Vamos a dormir aquí? ¿Y dónde vamos a comer? – Él se frotó las sienes con los dedos y me miró irritado, pero no dijo nada. -¿Sabe…? Parece más un secuestrador que un esposo… podría responder a alguna de mis preguntas, no me voy a quejar si dormimos en sillones, tampoco lo haría si durmiéramos en el suelo, pero me gusta saber lo que va a pasar y lo que vamos a hacer. Me desagradan mucho las sorpresas.

-El tren irá haciendo paradas, nosotros deberemos bajar en una de ellas, subir a un barco que nos llevará a Francia y por último iremos en coche hasta París. Vamos a dormir aquí dos días y comeremos en el vagón restaurante. No soy un secuestrador y odio a la gente parlanchina e impertinente. Ahora no me moleste. – Dicho esto se acomodó en uno de los sillones y cerró sus ojos.

 

Yo me senté en el otro y contemplé al hombre con el que me había casado. Era hermoso, de eso no había duda, o no para mí, pero su carácter agrio le hacía parecer un ogro horrendo. Al cabo de un rato el cansancio de todo el día comenzó a pesar sobre mí, por lo que decidí tumbarme en aquel sillón. Agradecí haberme casado con un vestido sencillo, si no lo hubiera hecho ahora mismo no podría relajarme y descansar como pensaba hacer.

Desperté cuando el sol ya se encontraba bastante alto, hecho que me sorprendió, puesto que en casa siempre me ponía en pie con los primeros rayos. Tampoco iba a lamentarme por ello, si íbamos a pasar dos días en aquel lugar sin nada que hacer, dormir era una buena opción. Mire en el asiento de enfrente, pero mi marido no estaba, me encontraba sola en el compartimento. Tras esperar casi una hora a que regresara mi vejiga ya no podía resistirlo más, por lo que decidí salir de allí e ir en busca de los aseos. Aproveché el viaje para adecentarme. Mi cabello parecía un nido de pájaros, poco quedaba ya del moño que me habían hecho el día anterior. Fui retirando todos los pasadores y recogí mi largo cabello en una sencilla trenza. Después de aquello me lavé un poco y me dirigí de nuevo a nuestro compartimento. Poco antes de llegar a este reconocí la figura de mi esposo, parecía estar enfadadísimo con el pobre vigilante.



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En el texto hay: juvenil, romance, epocavictoriana

Editado: 09.08.2021

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