La Necesidad Del EngaÑo

XXIII

Llevábamos casi tres meses casados, yo continuaba escribiendo a mi familia sobre aquellas cosas que sabía les haría felices escuchar y escribía también al doctor Hall para saber cómo estaba, cómo iba la clínica y a él si podía contarle parte de la realidad. Se alegró de saber que había comenzado a ayudar en un orfanato, que seguía poniendo en práctica mis conocimientos etc. Había algo que me repetía constantemente, en casi todas sus cartas me escribía que debía ser paciente y que yo era estupenda. Asumí que esa era su forma de decirme que me echaba a faltar. Mientras tanto, mi esposo debía atender a un sinfín de responsabilidades. Quitando las fiestas y algún paseo por las calles principales, nuestros contactos se reducían a las cenas en el gran salón y a dormir uno junto al otro. En alguna ocasión intenté sacarle de nuevo información sobre sus responsabilidades, pero él solo respondía ‘Tú sólo preocúpate de sonreír’. Puede que parezca ser borde, pero yo había llegado a la conclusión de que no sabía expresarse de otra manera. A pesar de siempre tener todo controlado, parecía que cuando se trataba de estar conmigo a solas hablando le ponía de los nervios. Yo intentaba molestarle lo menos posible y parecía que él hacía lo mismo, y ese era el motivo por el que no me arrepentía de haberme casado con el señor Lluch, porque, aunque en casa de mis padres yo era libre de ayudar a todos los que vivían cerca, ahora no tenía límites. Ahora además de ayudar con mis conocimientos médicos, contaba con una cuenta y a mi marido no parecía importarle que yo gastara dinero en los demás. Por eso, me consideraba afortunada. James podía haber resultado ser un aristócrata normal y corriente y por consiguiente, no me habría dejado salir de casa y mucho menos ingresar en los barrios bajos. No obstante, en esos momentos, el precio que había tenido que pagar al casarme con el señor Lluch no me pareció alto.

 

…….

La noche de la ópera llegó, y yo no podía controlar mi nerviosismo.

-Quieres estarte quieta. -Dijo el señor Lluch dirigiendo su mirada a mi pie, el cual daba golpecitos continuos contra el suelo. Yo no me sentí ni un poco alterada por su comentario, simplemente mordí mi labio inferior intentando controlarme, pero fue inútil, mi pie volvió a ponerse en movimiento. -Quizás si te pones a subir y bajar escaleras consumas la energía que te sobra.

Decidí que no quería que el carácter de mi marido menguara mi entusiasmo, y por ello, me retiré de la biblioteca y salí a pasear por el jardín. No quedaba mucho tiempo hasta que debiera comenzar a arreglarme, pero la espera se me hacía demasiado larga.

 

-Está usted radiante .- Los comentarios de las criadas solían resultarme de lo más instructivos, puesto que muchas veces no sabía el significado de algunas palabras que empleaban y ellas trataban de hacerme entender la definición mediante explicaciones más sencillas o en ocasiones con mímica. La verdad, entre ellas y los niños del orfanato, mi francés había mejorado mucho. Ahora no consideraba sus cumplidos como tal, para mí eran lecciones de aprendizaje del francés. Y los que me hacía mi marido en público sabía que eran tan falsos que casi no llegaba a procesarlos. Y la verdad, lo agradecía, porque si no el rojo habría sido el color habitual de mi cara.

-El vizconde dice que esto es para usted.- Dijo otra doncella entrando a la habitación con una caja de terciopelo.

Yo tomé la caja y no pude evitar jadear al contemplar su contenido, aquello era demasiado para mí. En el interior había un conjunto completo, unos pendientes, una tiara, una gargantilla y una pulsera, todos a juego. La verdad, nunca había tenido nada como aquello, pero me pareció que ponérmelo todo no sería lo correcto y mis doncellas aprobaron mi decisión de usar únicamente los pendientes y la pulsera.

-Estas preciosa querida.-  Y como de costumbre, su alago fue recibido como las palabras de un actor, y por lo tanto, no eran reales.

-Gracias por el regalo… quizá la próxima vez podrías dármelo tú. -Él pareció ponerse nervioso. ¿Sería porque lo había tuteado?

-Debemos salir ya si queremos llegar a tiempo. -Dijo ofreciéndome su brazo.

-No querría llegar tarde por nada del mundo. -Respondí recordando que íbamos a la ópera. - La ópera nos espera.

Cuando ingresamos en la ópera de París, no pude evitar que la emoción embargara todo mi ser. Era una maravilla todo lucía espléndido.

-Me alegra hayan podido ver. -Dijo el señor Fuller cuando entramos a su palco.

-Solo estar aquí ya es un regalo. Aunque me dijeran que no puede realizarse la obra, yo sería feliz con esto.

-Tus palabras sólo hacen que confirmarme lo estupenda que eres. -Respondió el señor Fuller.

El palco estaba situado en un lugar perfecto, en él podíamos ver el escenario desde una posición privilegiada. A partir del momento en el que las luces se apagaron yo no pude despegar mis ojos del escenario. Era increíble, la belleza que desprendían las voces de los artistas, la historia que narraban… a pesar de hablar en francés, yo sentía que comprendía perfectamente todo lo que en el escenario acontecía. El mundo real desapareció para mí, de tal modo que no sentí que mi marido juntaba su silla a la mía ni que agarraba mi mano hasta que las luces volvieron a encenderse. Estaba maravillada, no tenía palabras para describir todo lo que había supuesto aquello para mí.



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En el texto hay: juvenil, romance, epocavictoriana

Editado: 09.08.2021

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