Ella era apenas una niña, pero llevaba una armadura a todas partes.
Una armadura invisible, que protegía su corazón.
La niña no lloraba nunca, pues su armadura no se lo permitía.
La llevó durante tanto tiempo que había olvidado como se sentían las cosas sin ella.
La niña decía que no era su culpa llevar la armadura, que la necesitaba para que no la lastimasen.
Lo que no se había dado cuenta, era que había estado tan asustada, que de a poco, día a día, se fue formando esa coraza, esa armadura.
Un día pensó, meditó sobre por qué no conseguía sentir nada. Y llegó a la conclusión de que tenía que quitársela. Para poder sentir el amor, la felicidad y no le importó que tuviera que sentir también el dolor, pues ya no aguantaba estar envuelta en ese acero invisible.
Se dio cuenta de que cuando por fin pudiera disolver su coraza, podría sentir el dolor de las otras personas también.
Pero no le iba a ser tan fácil, la llevó puesta por tanto tiempo que no podía salir de ella así como así.
Una noche, le llegó una noticia muy desagradable, tan deprimente que la niña lloró, lloró desconsoladamente durante horas… y eso, hizo que su armadura se debilitara.
Al otro día, despertó y pudo sentir nostalgia, sintió que extrañaba a ese ser querido que se había ido. Entonces se dio cuenta, que su corazón estaba un poco más libre.
Unas semanas después, se puso en contacto con una familiar que ella amaba mucho, y se sintió feliz de verla luego de tanto tiempo. Su corazón se encontraba más libre todavía, pero no del todo, el resto dependía de ella.
Su armadura no soportaba sentimientos tan intensos, y; aprovechándose de eso; la niña, luego de hablar con su familiar tan amada, recordó algo que ésta le dijo: “Sólo podés amar a otros en la medida en que vos te amás a vos misma”. Por lo que empezó a escribir.
Escribió en una hoja de su cuaderno todas sus virtudes, las cosas que hacía bien y lo que le gustaba realizar en su tiempo libre.
Invirtió todo su tiempo en hacer cosas que le gustaban y siempre recordándose sus virtudes, mirándose al espejo y reconociéndose como en verdad era: una niña buena, libre, optimista y voluntariosa.
Y así, poco a poco, comenzó a amarse a sí misma, ya no necesitaba la armadura, su corazón estaba tan fortalecido y lleno de amor propio que la armadura desapareció por completo.
Y así por fin,
la niña pudo vivir una vida plena, llena de sentimientos, emociones y por sobre todo, amor.