La niñera

Galletas

— Lau, necesito o un esposo, o un trabajo, o morir de una vez. No soporto más a mis padres ni a mi abuela. — La abuela decía que yo me estaba robando las cucharas, hasta me dijo que iba a registrar mi habitación. Ayer que mi mamá y yo quisimos cambiarle las sábanas, resulta que tenía todas las cucharas debajo de su cama. ¿Por qué rayos tenía ahí todas las cucharas?

—No te desesperes… yo podría recomendarte aquí, pero solo se necesita a una persona que atienda y ese puesto lo tengo yo. — Lau se encogía de hombros.

—Pues sé que puedo quitártelo, hace diez minutos que los de esa mesa pidieron una orden de galletas y dos cafés. — Señale a una pareja.

—¡No puede ser! — Se apresuró a preparar los cafés y llevarlos junto con las galletas.

Laura es una gran amiga, desde niñas somos vecinas, pero ella se fue de la casa de sus padres hace dos años… aunque comparte departamento con una chica adicta a los videojuegos que siempre lleva amigos. El problema es que es un departamento muy pequeño y hacen mucho ruido hasta altas horas de la madrugada.

—Tengo una idea — Me dijo al regresar.

—¿El suicidio?

—No, si no tienes nada que hacer y de por si no ganas nada de dinero, puedes ir a vender las galletas. — Señaló las bolsas de galletas que había en el mostrador.  — La dueña las hornea pero nunca se terminan. Son muy buenas, pero siempre tenemos que tirarlas porque nunca se acaban. ¿Por qué no tomas la mitad y las vendes? Sube un poco el precio y listo.

— Es una gran idea, Lau. Pero... ¿Dónde las voy a vender? — Pensé en una solución.

— ¿Por qué no vas de puerta en puerta? Como niña exploradora.

— No es una mala idea para probar. — Me animé. No ganaría mucho, pero al menos estaría fuera de casa, ayudaría a Lau y tal vez conocería algún hombre. — Acepto. — Le sonreí y ella metió bolsas de galletas en una bolsa ecológica.

—Si no las vendes, traelas antes de las cinco, es cuando yo me voy y así queda que no se vendieron, porque si las bolsas no están me las cobran a mi. — Lau me despedía.

—No te preocupes, las venderé todas.

 

Ha pasado una semana desde que vendo las galletas, al parecer, nadie come galletas a cuatro manzanas a la redonda, pero no me desanimo. Ayer conocí a un hombre que me compró unas galletas y me dijo que pasara diario porque él me compraría, en este momento estoy subiendo hacia su departamento, cuando llego al piso y camino hacia la puerta, esta se abre y se ve como sale el que me compró las galletas ayer y otro hombre detrás.

— Hola —Lo saludo. —Vine como me dijiste.

—¡Oh, si! — Me miró animado — Cariño, estas son las galletas de ayer. Son fabulosas — Se dirigió hacia su acompañante.

—Danos dos esta vez, son exquisitas. — Su acompañante me dijo. Yo no sabia que decir, había pasado toda la noche haciendo mil y un formas de coqueteo y conversaciones en mi mente.

—Claro. —Les extendí dos bolsas de galletas , después de cobrarles el acompañante tomó el ascensor conmigo.

—¿Tú las cocinas? — Trató de sacar plática.

—No, una amiga las hace. 

—Entiendo ¿Y tú la ayudas?

—No tanto así, necesito el dinero. Pero nadie me emplea, ella me ayuda y yo la ayudo.

—Oh… — Parecía que pensaba — ¿Sólo has vendido por aquí?

—Sí. — Salimos del ascensor.

—Oye, tengo una reunión, voy como a una hora de aquí. — Miró su reloj. — Si tú quieres puedes venir conmigo, en lo que termina mi reunión tú vas a las casas a vender y después te traigo de regreso.

—No, no lo sé. Es una gran molestia para ti. — Era una gran oferta, estaba casi segura que aquí no vendería nada. Aunque también mi mente decía “Tal vez quiera secuestrarte”

— Por supuesto que no, anda vamos.

Me sonrió de lado y mi mente dijo “Tal vez si te secuestra seas su esclava sexual.” así que acepté y nos dirigimos al auto, me abrió la puerta.

—¿Cómo te llamas? 

—Oliver Sáenz ¿Y cuál es tu nombre?

—Valeria Lira. —Nos sonreímos ¡¿Por qué?! ¿Por qué debías de tener novio?

Durante la hora de camino hablamos sobre David, su pareja y de lo deliciosas que estaban las galletas, de Laura y de lo ansiosa que estaba mi mamá para que me fuera de la casa y le deje en claro que mi familia no tenía ni un peso y que preferirían verme morir a pagar algún tipo de rescate, él me dijo que era una gran coincidencia, porque sus padres también preferirían verlo morir.

Entramos a unas calles donde había casas hermosas y gigantescas, las calles estaban limpias y había muchas áreas verdes, como en las películas. No olía mal, así como por donde yo vivo. 

Nos detuvimos frente al garaje de una casa blanca, tenía un gran jardín, metros después estaba una hermosa puerta,  no sabía a dónde mirar, si mirar los perfectos arbustos, la puerta, el piso de arriba que tenía balcones o la casa de al lado que tenía un arbusto con forma de no se que animal.

—¿Crees que esta gente me quiera comprar galletas? — Dije un poco sorprendida.

—Solo hay una forma de saberlo. — Me animó. —Vamos, ofrece en esta casa.

Nos dirigimos hacia la puerta y él presionó el timbre.

Minutos después abrió la puerta un hombre de unos cuarenta y cinco años por lo mucho, vestía pantalón gris, camisa blanca con corbata negra, chaleco gris plata, zapatos negros de cordones, parecía como en las películas de princesas, este era el castillo y él el mayordomo.

—Andres. — Dijo Oliver en tono de saludo.

—Señor Oliver. — Contestó en el mismo tono. — Pueden pasar, el señor los recibirá enseguida. — Detuvo su mirada en mi al ver que no pase detrás de Oliver. — ¿Señorita no entrara? 

—¿Cómo supo que era señorita? — Le dije en tono de broma y comencé a reír, él solo me sonrió. — No vengo con él, yo solo pasaba para ofrecerle galletas.

—Lo siento, no estamos interesados. — Me bateó con gran naturalidad.

—Andale, aunque sea una bolsa. — Le guiñe un ojo.

—Lo lamento ¿Señora? — Bromeó.



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Editado: 30.09.2020

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