—Señorita Valeria, sé que es fin de año y que hasta es una grosería preguntarle pero ¿Podría trabajar en navidad? Entiendo que es una fecha especial para la familia pero le pagaré el triple. —El señor Alexander me preguntaba en su oficina.
—¿Trabajar en navidad? ¿Lejos de mi familia? ¿Ganando el triple? ¿Dónde firmo? —Le contesté.
—Sé que es una fecha importante pero después de la cena tengo una entrevista para un programa de televisión. —Me explicaba.
—¿Quiere decir que no estará con nosotras para abrir los regalos y arrullar al niño?
—Sí, claro que sí. Lo haremos más temprano y así podré estar con ustedes.
—No lo sé señor… ¿Adelantar la navidad? No había escuchado eso antes.
—Ya lo hemos hecho
—Creo que si tienes mucho dinero puedes hacerlo.—reflexioné para mí.
—Es necesario, es un gran triunfo y promoción, señorita Valeria.
—Lo sé pero siento que no está bie. — El señor Alexander se puso de pie y comenzó a caminar hacia fuera, yo lo seguí. Paula iba entrando a la oficina y chocamos, Paula miró hacia arriba.
—¡Oh! ¿Eso es muérdago, Alexander?— Preguntó insinuante.
—No, creo que es Jazmín. — El señor Alexander miraba analizándolo con los ojos entrecerrados.
—¡Es muérdago!— Aclaró Paula— Y según la tradición, alguien debe darme un beso.— Sonreía dulcemente.
—Okay —Me acerqué a ella y le dí un beso en la mejilla— Listo.
El señor Alexander sonrió burlón y Paula entró a la oficina enojada.
—Está bien señor, trabajaré en Navidad. Me emociona vivir una de verdad.
—¿De verdad?— Llegamos a la sala.
Andrés estaba terminando de poner el árbol de navidad.
—Es que mi familia y yo siempre nos vamos a la playa todos estos días. — Le expliqué el señor Alexander, miró el árbol y sonrío.
—¿Ya está casi listo, Andrés?— Le preguntó.
—Ya está listo, señor.— Andrés conectó las luces del árbol, Andrés sonreía satisfecho pero el señor Alexander parecía molesto.
—¡Andrés! Te dije que luces intermitentes.— Hizo una mueca.
—De acuerdo, señor— Andrés desenchufaba y enchufaba las luces del árbol, estás prendían y apagaban.
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—¿Qué le pedirán a Santa Claus?—Le preguntaba a las niñas mientras veíamos televisión.
—¿Escuchaste, Michelle? Val todavía cree en Santa Claus. — Adela se burlaba de mi.
—¡Oye, yo creo en cualquiera que me dé regalos! — Me encogí de hombros.
—Pues nosotros le pedíamos nuestros regalos a Lili. — Michelle me informaba.
—Entiendo, ustedes le daban su lista y ella se la entrega a santa ¿No?
—¡Por favor, Val! No nací ayer. —Adela se quejaba.
—¿Por qué se lo piden a Lili?
—Se lo pedíamos. —Me aclaró Michelle. —Antes le entregabamos la lista a Lili dos semanas antes y ella nos compraba todo lo que quisiéramos. Pero esta vez papá dijo que no le diéramos la lista a Lili. Parece que él va a ser quien nos va a comprar los obsequios.
—¿Y no es lindo? —Les pregunté.
—Sí, creo. Nunca lo había hecho. —Se encogió de hombros.
— Andrés. — Lo llamé cuando ví que estaba pasando.
Me levanté y lo seguí. Iba con la aspiradora hacia arriba.
—¿Qué pasa?
—¿No crees que el señor Alexander no debe irse?
—Val, solo es una noche. — Encendia la aspiradora.
—¡Pero la noche de Navidad! —Le aclaraba.
—Val, te pagará triple, te dará un obsequio y dinero. — Andrés se llevó la mano a la boca.
—¿Me dará un obsequio y dinero? — Comencé a saltar. —¿Qué me dará?
—Lo siento, es un secreto. No puedo decirlo —Se encogió de hombros.
—¡Andrés! —Me lleve las uñas a la boca.
—¡Riiiing! —Hizo ese sonido mientras aspiraba.
—¡Un teléfono! —Me emocioné. Me aclaré la garganta guardando la compostura. —Aunque la entrevista es una buena oportunidad para el señor Alexander. —Recapacité.
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—Lo siento, mamá. —Hablaba por teléfono. —El señor Alexander va a salir en navidad y yo tengo que quedarme con las niñas.
—Esta bien, pero ahora nos sobran dos boletos. —Me decía mi mamá mientras masticaba.
—¿Dos? ¿Quién tampoco irá?
—La madre de tu padre.
—¿La abuela? ¿Le pasó algo?
—Sí, la he metido a un asilo de ancianos.
—¡¿Qué?! ¡Mamá! ¿Cómo pudiste meterla a un asilo? ¿Por qué papá lo permitió?
—Tranquila, ella piensa que está en París. —Me tranquilizó.
—Pero mamá…
—¡Señorita Valeria! —El señor Alexander entró a la cocina donde estaba hablando por teléfono. —¡He estado esperando una llamada por más de una hora!
—Espera, má —Puse el teléfono en mute— Pues ya entró, pero le colgué. —Le avisé.
—¿Por qué hizo eso? —Estaba muy enojado.
—Yo estaba usando el teléfono. —Le expliqué.
El teléfono sonó avisando que estaba entrando otra llamada.
—Deje contestar, ha de ser el coreógrafo. —Me arrebato de mala gana el teléfono y contestó. —¿Bueno? —Esperó una respuesta. Me extendió el teléfono — Le habla Laura. —Dijo de mala gana. — ¡Ya estoy harto de que use excesivamente el teléfono!
—¡No lo uso excesivamente! — Me defendí. Él se retiró ignorándome por completo y volví al teléfono.
Cuando me miraba el espejo que hay en el pasillo que da a la sala, el señor Alexander trataba de hablarme en secreto. Me acerqué a él para saber qué se traía entre manos. Me dijo que teníamos que salir de la casa, así que tomamos su auto y partimos hacia un lugar que yo desconocía cuál era.
—¿Se ha hartado de mí y piensa en irme a tirar a algún lado para que no sepa regresar? Créame que eso no le funcionó ni a mí propia madre.
—Señorita Valeria, es que lo he estado pensando mucho, le he dado tantas vueltas al asunto y aunque no estoy del todo seguro creo que acepté.— No hablaba claro.
—¿Está tratando de decirme que estamos yendo directo a las Vegas para casarnos? — Era lo más obvio.