— Andrés, no llores. — Trataba de consolarlo mientras estábamos en la cocina.
— Es por la cebolla que estoy picando. — Se limpiaba las lágrimas con la mano en la que sostenía el cuchillo.
—Esa no es cebolla, es jícama. — Le señalé. — Andrés, créeme que nada va a cambiar, vendré a visitarlos seguido y ustedes pueden ir a mi casa a verme.
—No, Val. Será muy difícil verte ir. — Volvió a limpiarse las lágrimas.
—Podemos ir al cine o a una fiesta. — Seguía tratando de consolarlo. — ¡Ya sé! Mejor ayúdame a elegir dónde será la fiesta de compromiso ¿Creés que será mejor en el Bar de Tony, que está en la esquina de casa de mamá o en la fonda de doña Toña que está justo al lado del bar de Tony? Aunque la fonda es un poco más grande.
—Que difícil decisión, Val.— Siempre tan irónico. — ¿Cual tiene los servicios cubiertos? — Decía sin ánimos
—¿Crees que sea importante?
—¿Tú vas a querer encargarte de todo? — Levantaba una ceja en forma de regaño.
—Entonces en la fonda. — Le di la razón.
—¿Por qué no la haces en tu restaurante favorito? En el italiano.
—A Diego no le gusta que vaya a ese lugar, dice que está muy lejos y es muy peligroso, si se entera que he ido cuando él estuvo fuera, me mata. — Me puso mala cara.
—Val ¿Tú qué haces con un hombre así?
—Sé que no tenemos mucho en común, pero cuando nos casemos sé que nos acoplaremos.
—Cierto, como es tan fácil cambiar a los hombres. — Parecía que trataba de decirme algo.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Nada solo me preguntaba si ya se lo dijiste al señor Alexander.
—No, no se lo he dicho. — Me escudé en mi teléfono. — Ya sabes, siempre está ocupado y trabajando en su oficina y no quisiera interrumpirlo. — Me encogí de hombros.
— Sí y sé cuánto odias hacerlo.
—Andrés, decírselo... — Deje mi teléfono de lado — Ya decírselo a él sería hacerlo oficial.
—¿Hacer oficial casarte?
—No, hacer oficial el que me iré.
—Eso viene incluído en el paquete de la boda. — Sabía que Andrés tenía razón.
La boda sería rápida e íntima porque él y yo ya queremos estar juntos, en aproximadamente dos meses nos casaremos y él quiere que le ayude en el restaurante que ya está montando, dice que ese negocio será nuestro, de ese negocio nosotros viviremos y debemos trabajar duro para que triunfe.
Después de hablar con Andrés, él me empujó hasta la oficina del señor Alexander, respiré hondo y entré.
—Hola — Reía nerviosa.— Quería hablar con usted. — Miré a Paula que estaba en el sofá leyendo unos archivos, ignorandome.
—¿Qué pasa? — Dejó lo que estaba haciendo a un lado y se recargó en su silla mirándome.
—Pues... — Dudé. Respire hondo y sólo lo solté —Señor Alexander, ¡Voy a casarme! — El solo decirlo me daba alegría. Esperé su reacción pero sólo me miraba confundido.
—¡YUJUUUUU! — Paula gritó y se puso de pie. —¿¡Tú te casas!? — Parecía que se había sacado la lotería, no creí que le alegrará tanto mi felicidad. — ¿Con quién? Bueno, eso no importa. ¿Que necesitas?¿Vestido? ¿Anillo? ¿Dinero? ¿Transporte? Yo te lo daré todo. ¡Me siento más dichosa que nunca! — Se reía, hablaba muy rápido y no me dejaba contestarle. — Tengo que hacer muchas llamadas para que puedas casarte lo más pronto posible. ¡Estoy tan feliz! — Salió corriendo, me quedé helada ¿Qué acababa de pasar? Ella regresó corriendo — Feliz por ti, claro. — Me dio un beso en la mejilla y salió corriendo.
—¿Qué le pasa? —Le pregunté al señor Alexander señalando la puerta por dónde había salido Paula, no acababa de entenderla.
— Y... bien. — Respiró hondo e ignoró mi pregunta. — ¿Quién es el afortunado? — Se acomodó en su silla.
—Diego Martínez. — Dudé que reconociera el nombre.
—¿¡Qué!? ¿¡Es enserio!?— Se puso de pie exaltado. — ¿Diego? ¿Después de que la dejó durante seis años sin tener ningún tipo de comunicación con usted?— Me quedé atónita — ¡Es que no puedo creerlo! — Parecía estar muy enojado.
¿Cómo es que lo sup...?
Ya sabía la respuesta ¡Ese Andrés no puede tener la boca cerrada!
— Bueno, pues si yo pude perdonarlo, creo que usted también podría hacerlo. — Traté de que entendiera.
—Claro. —Trató de calmarse. —Emm... — Respiro hondo. — Creo que es una buena noticia ¿No? Y me da muchísimo gusto por usted. — Caminó del otro lado del escritorio, frente a mi.
—¿En serio? — Algo dentro de mi quería que me detuviera. — Bueno, pues gracias.— Le sonreí de lado.
— Y quiero suponer que esto quiere decir que... — Dejó la palabra al aire.
—¿Qué?
— Que nos deja.— Concluyó.
—Sí, eso creo. — Pasé de estar completamente feliz a estar triste, esto era un adiós. — Pero... — Pensé una solución. — Puedo quedarme hasta que encuentre mi reemplazo.
— Oh, Señorita Valeria, nadie podría reemplazarla. — El ambiente estaba lleno de melancolía. — Nadie puede bajar con esas inapropiadas batas como usted. — Me reí.
—Pues, por eso no se preocupe. Le dejaré una a Andrés. — Comenzamos a reírnos.
— Bueno... — Me extendió la mano y yo la tomé. — La voy a extrañar mucho, señorita Valeria. — Acariciaba mi mano mientras nos dábamos un apretón. — Bueno, lo que quiero decir es que las niñas la extrañaran. — Rectificó.
—También los extrañaré. También a Andrés aunque no sepa mantener la boca cerrada. — Sonreí forzadamente.
— Le deseo lo mejor en su matrimonio.
—Gracias. — No sabíamos qué más decir.
—Y si me lo permite quisiera auxiliarla en su luna de miel.
—¡Oh, señor Alexander! Eso es ir en contra de la tradición pero puedo comentárselo a Diego. — Le Guiñe un ojo. Se puso rojo, sí que lo extrañaría.
—Me refería a auxiliarla económicamente.
—Pues también. — Me reí.
—¿Y quiere que yo esté presente cuando se lo diga a las niñas? — Parecía preocupado.
—¿Hay que decírselo a las niñas?
—Pues creo que notaran su ausencia, quizá no un día o dos. Pero a la semana comenzarán a sospechar. — Jugábamos.