Valeria
Cuando alguien nos trae la comida a la casa Samuel me mira como si dijera te lo dije, él cree que su padre nos mantendrá aquí sin salir, pero sé que el presidente ahora debe de estar arreglando lo que le conté, miro mi reloj mientras los niños se sientan a la mesa, para mí ahora es imposible probar un solo bocado, además, mi teléfono no ha dejado de sonar y sé que es el hermano del presidente. Cuando mis pies ya duelen tomo asiento, pero al instante debo ponerme de pie, es imposible estar tranquila, no cuando tengo los nervios a mil y los minutos pasan y el presidente no aparece.
—¿Papá no va a dormir aquí? —cuestiona Gina en voz baja mientras prepara su cama para dormir
—Seguro que si —la niña asiente
—Pequeña —me acerco a ella —el presidente tuvo un problema, por eso no cenó con nosotros —me pongo a su altura —él nos iba a sacar a cenar —sonríe —pero
—Deja de mentirle a Gina —la voz de Samuel me hace rodar los ojos y miro al crío
—Sam no estoy mintiendo
—¿Por qué defiendes a nuestro padre? —el niño bufa —él no lo merece
—Pequeño
—Pero se va a arrepentir —me pongo de pie
—Sam no hagan nada mientras estemos aquí —pido con calma —esperen llegar a casa y
—Ya parece que mi padre te agrada —bufa —¿además de fea poco inteligente? —el niño niega con la cabeza —solo estamos aquí por la campaña Valeria, no seas tonta —escucho mi teléfono sonar
—Duerman ya —son mis únicas palabras y salgo de ahí, cuando agarro mi teléfono tomo la llamada sin poder aguantar más.
—Te hacía más inteligente —es la voz del hermano del presidente y bufo
—Hoy ya me han llamado burra lo suficiente —aprieto el teléfono —deja de llamarme.
—Nelson Jhonson —me dice su nombre y juraría que sonríe —te prometo Valeria que nunca vas a olvidar mi nombre y que cuando sea presidente
—Veo que tus planes no se hicieron —río —deja tus palabras vacías Nelson, ¿crees que te tengo miedo?
—Deberías —él cuelga la llamada y yo solo miro el teléfono sintiendo algo de miedo, luego miro hacia la puerta, las horas han pasado y no sé donde está Oliver, tampoco de nada sobre mi padre y solo me siento en una silla a esperar su llegada, no quiero dormirme, pero mis párpados comienzan a pesar y poco a poco mis ojos se cierran.
Despierto sobresaltada cuando escucho un ruido y rápido me pongo de pie, me doy cuenta de que el ruido proviene de la cocina de la casa y luego de mirar el reloj voy hacia esta, apenas el sol está saliendo, cuando paso por la habitación de los pequeños abro la puerta, los tres aún continúan dormidos, por lo que supongo que es alguien más quien está en la cocina, cuando llego a esta me detengo en seco al ver ahí al Presidente, este está vestido con ropa informal y se mueve por la cocina haciendo lo que parece el desayuno.
—Debe dolerte el cuello —dice sin mirarme, ¿cómo sabe que le observo? —debiste tomar una cama
—¿Cuándo llegaste?
—Hace unos minutos —entonces me mira y alza una ceja sonriendo, debo de estar realmente horrible cuando hace ese gesto —Valeria —suspira —¿cuando te miras a un espejo no te gustaría cambiar algo en ti?—ladeo el rostro mirándole.
—El problema lo tiene quien no está conforme consigo mismo señor Presidente —él ríe dejando de mirarme —no entiendo qué sucedió
—Lo sabrás pronto —entrecierro mis ojos
—Pero
—Despierta a los niños —demanda aun sin mirarme —desayunaremos y luego vamos a salir, iremos a la escuela y abriremos las puertas de esta —él habla emocionado. —dime algo —me mira —¿sabes cocinar? —niego con la cabeza —Dios —ríe —creo que Dios cuando te mira llora Valeria.
—Señor —sonrío —creo que hace lo mismo con usted, por fuera será muy guapo, pero por dentro está podrido
—¿Crees que soy guapo? —su pregunta mientras me mira a los ojos me hace darme cuenta de lo que acabo de decir y siento mis mejillas rojas, rápido salgo de la cocina aun con su maldita sonrisa en mi cabeza, una sonrisa burlona que quiero borrar a toda costa.
Mientras los niños se visten en la habitación me acerco a la del presidente, la puerta está abierta y me quedo mirándole con mi teléfono en la mano, este sonríe cuando su mirada topa con la mía a través del espejo.
—¿Ya los niños están listos? —asiento con lentitud —¿no te dijeron nada del desayuno?
—No son de agradecer y siguen pensando que hace todo por la campaña —bufa y miro mi teléfono para leer lo que antes veía —el gobernador y el presidente descubren a un experto ladrón de fondos —él voltea a verme cuando me escucha —el secretario del gobernador, el mayor corrupto. No duda el gobernador en hablar y sacar la corrupción —suspiro —son unos pocos de los titulares que abundan en las redes, usted y mi padre se han puesto una medalla —él sonríe —y han culpado a alguien más de todo.
—No era un inocente, también estaba involucrado y aceptó cooperar —sonríe —salió todo bien, perfecto
—Ha encubierto un crimen, mi padre es un corrupto —suspira
—Lo sé —da un paso hacia mí —y devolverá cada centavo que ha robado, ese fue el trato para no mandarlo a la cárcel, además, su vida como político ha terminado, no tendrá más ningún cargo cuando sus días como gobernador acaben
—¿Por qué no le mandó a la cárcel?
—Usted me pidió que no lo hiciera —ambos nos quedamos mirándonos en silencio hasta que él carraspea dejando de mirar mis ojos y rompiendo el momento incómodo —ahora dime, ¿por qué no hablar pestes sobre mí en la televisión? Pudo hacerlo, pero escogió venir a mí —sonrío
—No lo hice por usted, no iba a llevar a los trillizos a hablar mal sobre su padre, en el fondo le quieren y es lo que ellos menos necesitan, no les haría eso a ellos. —el presidente asiente
—Gracias —son sus palabras y ambos sonreímos.
Los trillizos observan a su padre desde lejos mientras este saluda a todos y lo reciben las personas con alegría por la nueva escuela, miro a los niños que conversan a unos metros de mí sonriendo mientras comen helados y conozco bien la mirada de Sam, sé que harán algo y cuando me acerco a ellos queda claro porque hacen al instante silencio.