La niñera y el presidente

Capítulo 2

En la emoción del momento Taly no se había percatado de que la Casa Blanca estaba tan lejos de donde vivía que no sabía cómo regresar con lo que llevaba de dinero.

Caminó durante horas dando vueltas por la calles y sin resultado alguno, casi quería llorar al creer que se había perdido.

Se detuvo en un pequeño sendero donde solo la rodeaban árboles y sintió el pecho dolerle por el frío y el aire helado que se colaba por su ropa y la hacía titiritar.

El miedo se instaló al verse sola y con la noche en su esplendor. 

Miró su reloj. Eran casi once treinta de la noche y no sabía hacia dónde dirigirse. Tampoco recordaba como regresar hacia la casa del presidente y pedir ayuda. 

Las luces de un auto la hicieron ponerse en alerta y sin pensarlo se puso a mitad del sendero para detenerlo.

El auto frenó con un rechinido de llantas al tiempo que el enfadado chofer asomaba la cabeza por la ventanilla del auto para cerciorarse que nada malo hubiera sucedido.

—¡Pero es qué se ha vuelto loca! —exclamó con un tono tan atronador que casi la hizo retroceder—. Pude haberla matado.

—Lo lamento es que estoy perdida —dijo haciendo un puchero que mermó la furia del hombre—. No sé cómo salir hacia la carretera o hacia donde sea que se toman los autobuses al centro de la ciudad. Me trajeron a la Casa Blanca para trabajar y esto es como la parte trasera de la casa, no lo sé bien.

Sus grandes ojos azules miraban ojiplática al hombre frente a ella, quien respiraba como toro embravecido.

—Está muy lejos para caminar —dijo mirando hacia todos lados—. Esto es zona privada y ningún autobús entra hasta acá y caminar hasta la parada dejarán sus pies con ampollas.

La chica suspiró derrotada y sorprendiendo al hombre, se puso a sollozar tan fuerte que el pobre no supo que hacer. Alguien le dijo algo viniendo desde el asiento trasero y esperó unos minutos en los que hablaban por teléfono. Le preguntaron su nombre y Taly lloraba de miedo pero respondió. Se sentía indefensa, como cuando salió del orfanato la primera vez. 

—Vamos. —Escuchó que decía el hombre mientras abría la puerta del auto—. Suba la llevaré a la parada.

Taly le regaló una sonrisa llorosa que el hombre ignoró.

Se acomodó en el asiento de copiloto como si temiera dañar la vestidura del coche y se frotó los brazos al sentir el aire caliente dentro, solo entonces miró al hombre que le acompañaría junto a otros dos monstruosos sujetos.

—Muchas gracias es usted muy amable. —Su tono era de niña mientras el misterioso pasajero le dio un recorrido de arriba abajo—. Tendré que aprender el camino.

Era solo una niña, pensó, pero ella se veía todo menos una niña. Sacudió la cabeza ignorando el camino que sus pensamientos tomaban.

—¿Por qué no trae un abrigo? —inquirió el hombre levantando una ceja—. ¿Es que acaso pensó que era primavera?

—¡Claro que no! —replicó ofendida—. Solo no pensaba volver tan tarde a casa, al menos no cuando la noche estuviera tan fría.

—¿Dice que trabajará en la Casa Blanca? —preguntó curioso dándole una mirada de reojo—. ¿Qué se supone que hará ahí?

—Voy a ser niñera —dijo orgullosa levantando la barbilla y mirándolo como si fuera tonto—. Voy a ser niñera a partir de mañana de los bebés del presidente. Sé que es increíble, pero tengo mucha experiencia con niños, no es que haya parido, pero viví en un orfanato, eso es como vivir en la selva, hay que adaptarse, hay jaurías de niños.

—¿En serio? —inquirió curioso—. ¿Trabajará con la familia principal de este país?

—Así mismo, los conoce —preguntó con los ojos muy abiertos, viendo como el hombre asentía—. ¿Y el hombre es tan fatal como cuentan? 

El hombre alzó una ceja y la miró detenidamente antes de desviar la vista.

—¿Quién le ha dicho eso? —preguntó sin dejar de mirarla.

—Tuve el tiempo de escuchar a los de administración, casi dicen que es un asesino, el señor White dijo que es malo, que lo enferma, ah y también vi a los cocineros, tenían una cara de susto mientras los dirigía una mujer que les dijo algo como, ¡debe estar perfecto o el presidente se enfadará y no queremos eso! —manifestó y se encogió de hombros.

—No puede ser tan malo —insistió el hombre mientras el chofer y los sujetos que le acompañaban, contenían la risa—. Estoy seguro.

—Seguro que lo es —respondió la chica, muy segura de su respuesta—. Estoy convencida de que es un viejo verde, de esos acosadores de servidumbre, feo, gordo y con el pelo grasiento. Las novelas nunca se equivocan. Por algo describen a los jefes acosadores de esa manera. 

—Parece saber mucho de jefes —dijo el otro sin quitar la vista del camino—. Ha recorrido muchas casas como servidumbre supongo.

—Para nada. —Negó con la cabeza—. Es mi primer trabajo pero sepa que he leído infinidad de novelas románticas donde el jefe será como el mío. Incluso creo que es hasta deforme e impotente y por eso siempre está de malas, gruñendo y ofendiendo, pero conmigo será diferente.

—¿De verdad? —cuestionó intrigado y apretando los dientes.

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