—Una cerveza por favor —pide Daven al barman, mientras señala una Budweiser. Se sienta en uno de los taburetes de madera; observa el lugar. Tiene un estilo rústico, las lámparas colgantes se encuentran encima del mesón de granito marrón, la iluminación del lugar es acogedora, el espacio es generoso. Las paredes de cemento fueron pintadas de color marrón, donde cuelgan algunos cuadros con imágenes de algunas personas, no tenia ni remota idea quienes eran.
—Aquí tiene —el barman le da una cerveza Budweiser y luego se entretiene limpiando unos vasos.
Daven toma un corto trago y vuelve a observar el lugar. Hay quince mesas, todas están ocupadas, en la mayoría de ellas hay hombres gritando —que ridículo—pensó Daven mientras tomaba otro trago corto y sentía la cerveza refrescarle la garganta. Todos estaban absolutamente borrachos. Su atención se fija en un pequeño escenario oculto en la oscuridad. Recuerda a la mujer. Le había dicho que canta.
—¿Qué pasa ahí? —pregunta Daven al hombre que le sirvió la cerveza, señalando con la botella en la mano, el escenario oculto por la oscuridad.
El hombre se volteó, miró el lugar donde apuntaba Daven. Miró hacia atrás. Buscaba algo. Miró el reloj digital que se encontraba en la pared.
5:30 pm
—En media hora lo verás -dijo alzando los hombros, sin preocupación. Sus manos seguían ocupadas con los vasos.
Daven enarcó una ceja y miró atentamente al hombre, él se mostraba desinteresado. El hombre tenía alrededor de veinte años. Vestía algo informal; un polo negro de algodón, unos pantalones jean que se le ajustaban a la cadera, marcaban sus tonificadas piernas. Se fijo en el tatuaje que posaba en su antebrazo, era un dragón Huanglong. El tatuaje simulaba que Huanglog daba vueltas en el brazo del hombre, también llevaba unos aretes negros, como botones. En su labio un piercing que parecía anclado, el piercing se acomodaba al grosor de sus labios.
Daven dejó de mirar al hombre cuando escuchó un estruendo. No encontraba de donde provino el bullicio.
—Mierda —murmuró el barman.
Salió corriendo de la barra y se dirigió hasta el fondo del lugar. Daven lo siguió.
—Gustavo ¡déjalo! —ordenó el barman. Se encontraban en el lugar más alejado de el bar, parecía la zona VIP. Estaba mucho más oscuro que el lugar anterior. Los muebles negros de cuero formaban un semicírculo, de su borde desprendían luces rojas, las mesas eran pequeños cilindros rojos, iluminados desde adentro.
Volvió a fijar su mirada en el barman. Estaba intentando apartar a un hombre—que al parecer se llama Gustavo—, que golpeaba frenéticamente a otro bajo él. Sus golpes eran torpes.
Daven ayudó al barman, empujó al Gustavo y cayó a un costado del hombre al que golpeaba—estaba más pesado de lo que se imaginó— el barman lo miró y agradeció con un asentimiento.
Daven le pareció reconocer al Gustavo, un hombre gordo, sin ningún pelo en la cabeza, tenía una espesa barba larga. Vestía una camisa manga larga de cuadros rojos y negros, con unos pantalones negros, no tenía una correa, así que se le veía más la parte inicial de su trasero. Daven apretó los puños, sabía que era el hombre que estaba intentando golpear a la mujer de aquella vez.
El barman se levantó y con él hizo el mayor esfuerzo que sus brazos de gimnasio le brindaban, para levantar a Gustavo.
—Vamos, hombre, las chicas están por empezar —le dijo el barman a Gustavo.
Como si algún demonio lo ubiera poseído.
—¡¡Son unas perras!! —le gritó Gustavo desde su posición— ¡PERRAS! —repitió alzando el dedo índice— Que se te grabe en esa cabeza de pollo —el barman no parecía ofendido, de lo contrario puso los ojos en blanco, y siguió con su trabajo. Entró por una puerta oscura y oculta a lado de los televisores—que transmitían lo que estaba sucediendo en el escenario—, y luego de unos minutos volvió a salir fumando, como si nada hubiera pasado.
—Vete, hombre, ya sabes como es Gustavo, deberías de dejar de venir —el barman se dirigió a el hombre que estaba tirado en el piso. Era la copia de Gustavo, a excepción de que el si tenía pelos, pero algunos, se encontraban a los costados.
El balbuceo algo y se levantó. Cuando estuvo equilibrado se dirigió al barman:
—Me vale —murmuró—!Aguanto todo, solo por verla a ella! —suspiró, luego posó su mirada en el televisor, donde mostraba aún el escenario vacío. Tenía la camisa abierta, mostraba su pecho colmado de vello corporal.
El barman apretó los puños.
—Vete, vete antes de que te golpee —amenazó.
—Ja, eres un iluso, me quedare el tiempo que quiera —se sentó en el suelo—. Haz tu trabajo y trae una botella de el mejor whisky.
El barman apretó más los puños, dio media vuelta y se fue.
Daven examinó de pies a cabeza al hombre y luego fue tras el barman.
Ejem —se escuchó en algún amplificador. Todos voltearon a ver al escenario. Ya estaba iluminado. Era unos treinta centímetros más alto que el suelo. Había un saxofón en su pedestal, un piano en una esquina a penas iluminada, y un soporte para micrófono. Un reflector iluminaba al hombre del escenario.
—Buenas tardes a todos y todas —habló un hombre de al menos treinta años, vestía una camisa blanca que solo tenía cuatro botones abotonados y los demás dejaban al descubierto su definido pecho, unos pantalones negros de tela que lo hacían ver más alto, junto a una correa y sus zapatos eran de cuero negro.
—Mi tarde es mejor ahora que te veo, papacito —habló una mujer, atrás de Daven. Ella miraba de forma lasciva al presentador.
—Jeje —se sonrió. Al parecer estaba acostumbrado a ese tipo de comentarios. Daven no se inmutó—. Hoy te ves mucho mejor que ayer, Grenda —respondió en gesto amable mientras le guiñaba un ojo.
—Te quiero Sam —respondió la mujer situada en la parte de atrás de donde se encontraba Daven.