—Muy buenas tardes —habló el camarero, alegre—. Síganme, por aquí tengo una mesa para ustedes.
Francesca y Daven siguieron al camarero. Francesca estaba observando todo, algo decepcionado por lo sencillo que se veía el lugar. La luz era cálida, el lugar acogedor, había jazz de fondo. Era solo una planta, en el techo habían luces empotradas, las mesas tenían un mantel blanco, habían repisas donde reposaban candelabros y una que otra fotografía o pintura. Daven indiferente a la situación siguiendo al camarero.
—Por aquí —. Les señalo una mesa para dos. Todo estaba ordenado a la perfección.
—Mucha gracias —habló Francesca.
—En un momento lo llamo para tomar la orden —agregó Daven. El camarero asintió levemente y se alejó.
—Wow, este lugar se ve... —expresó Francesca mirando a su alrededor.
—¿Caro? —preguntó Daven, en sorna.
—Si —susurró Francesca. Daven hizo un ademán con la mano.
—¿Qué quiere almorzar? —preguntó Daven. Francesca no entendía nada de la carta.
—Pida usted —respondió asintiendo.
—Está bien —. Daven llamó al camarero.
—¿Ya están listos para ordenar? —preguntó el camarero sacando un cuadernillo. Mientras otro servía agua en las copas más grandes.
—Si, por favor de entrada nos trae... Mariscos al ajillo —pidió Daven. Francesca asintió levemente—, y de plato fuerte... carne de res en su jugo.
—Está bien, la entrada demorará al menos unos diez minutos —afirmó el camarero. Prosiguió a mostrarle un vino blanco. Daven asintió y le sirvieron un poco en su copa, lo probó.
—Esta bien —dijo, dando autorización a servir el vino. Luego repitió el proceso con el vino tinto.
—Y dígame, Francesca —habló Daven, mientras posaba la servilleta en sus regazo— ¿El bar es suyo? —. Francesca imitó su gesto acomodando la servilleta en su regazo.
—Si —afirmó, luego tomó un poco de vino tinto.
—Oh, me parece un lugar muy creativo y acogedor —. Tomó una postura más relajada y continuó—: ¿Fue suya la idea?
—Si —volvió a afirmar sin muchas ganas de hablar del tema— ¿vio mi presentación? —le preguntó.
—Mmm, no creo haberla visto ni oído —declaró un poco apenado.
—No se preocupe, todos los días cantamos —. Esbozó una sonrisa y continuó—: lo que cambia es el tipo de canciones.
—Wow, me gusta mucho Caré —dijo mientras asentía—, es diferente -murmuró—. Creo que me volveré cliente fijo —declaró y le guiñó un ojo.
Francesca se sonrojó levemente.
—Me alegro —dijo acompañando su respuesta con una sonrisa.
—¿Le gusta este lugar? —preguntó refiriéndose a La Toscana.
—Si, nunca he venido. Pero siempre hablan cosas increíbles de La Toscana —. Bebió un poco más del vino.
—Este restaurante es sofisticado, no son muy elevados sus precios, y la sazón es deliciosa —. Froto su barba en un gesto inconsciente. Francesca se quedó anonada al ver su gesto. Ella quería atraer a Daven. Se cruzó de piernas.
—¿Le gusta lo sofisticado? —preguntó en coqueteo, mirando fijo a Daven. Él la miró y le correspondió la misma.
—Para mi, y al igual que Leonardo da Vinci: la simplicidad es la máxima sofisticación —afirmó. Francesca enarcó una ceja y sonrió con suficiencia.
—Que coincidencia —continuó Francesca—, pienso de igual manera.
—Pues me agrada su forma de pensar —estiró su brazo por la mesa. Tomó una postura más relajada.
—Me agrada que le agrade mi forma de pensar —. Sonrió y puso su mano encima de la de Daven. Él miró la mano de Francesca posada sobre la suya, enarcó una ceja.
—Permiso —se escuchó. Daven se alejó del tacto de Francesca y el camarero puso los platos en la mesa. Luego de dejar todo en la mesa, asintió y los dejó solos.
—Espero le guste mi elección para el plato de entrada —. Francesca asintió y empezó a comer. Daven tomó el tenedor del extremo y antes dijo—: Buen provecho.
—Gracias —respondió Francesca—, igualmente.
—Samu, si no vamos a comer algo ahora —habló Abril mientras veía a Samuel juguetear en su celular—, te juro que mis tripas empezaran a autoconsumirse —se quejó.
—Está bien —resopló dejando de lado el aparato—. Vamos pues.
—¡Por fin! —exclamó Abril, dando brincos.
—¿Que quieres almorzar, cari?
—Mariscos —suspiró.
—Buena elección, guapa —Samuel arrancó él auto. Durante la estancia en el auto se dedicaron a cantar a todo pulmón las canciones de Beyonce.
—Cámbiala, no me gusta —expresó Samuel con disgusto al escuchar 1+1. Abril puso cara de confusión.
—Pensé que era tu favorita —declaró en un susurro.
—Me la dedicó Oscar —resopló—, y no quiero pensar en eso. Ni hablar de eso.
—Está bien —dijo en apenas un murmuro. Samuel miró de reojo a Abril, se veía incómoda.
—Quita esa carenalga y pon otra canción.
Abril empezó a cambiar, no halló nada que le guste. Puso la radio y sonó My Humps. El ambiente cambió y corearon la canción.
—Spending all your money on me —dijo Abril mirando a Samuel, mientras él pedía la comida.
—She's got me spending —habló señalándola. Los dos se rieron de su pequeña improvisación.
—Máximo veinte minutos y tendrán sus platos listos —terminó diciendo la mesera para luego irse. El lugar en el que estaban era bastante rústico. El ambiente estaba fresco y relajado.
—Bien, pedí chicharrones de camarón y pescado —enumeró Samuel—. También pedí leche de tigre y un delicioso jugo de piña.
—Perfecto —afirmó Abril— ¡Provecho!
Hablaron de trivialidades mientras esperaban la comida.
—Samu
—¿Uhm? —preguntó ante el llamado de Abril, mientras masticaba un pedazo de chicharrón embarrado en mayonesa.
—¿Qué te parece Daven? —preguntó, dudosa. Samuel dejó de lado el tenedor, junto ambas manos, miró a un costado y respondió: