La noche de Abril

Capítulo 14

—Gracias por traerme —dijo Francesca, sacando las llaves de su bolso—. Fue una de mis mejores tardes.

—De nada —se limitó a decir Daven, esperando impaciente a que Francesca entre a su casa.

Francesca se volteó, abrió la puerta, pero antes de entrar se giró rápido, dejando estupefacto a Daven, le plantó un beso en los labios. Daven abrió los ojos de par en par; la alejó en un brusco movimiento, la miró de los ojos como si fuera tonta.

—Lo-lo siento —intentó decir. Pero en realidad no lo sentía, se sentía bien después de besarlo. Daven la seguía mirando de esa manera—. Es que, intenté contenerme, pero... —. Eso no era mentira, Daven atraía a cualquiera con solo respirar. Antes de que siguiera hablando Daven la interrumpió:

—Por favor Francesca, la respeto, y me lamenta saber que usted no se respete —dijo sin remordimiento. Francesca abrió los ojos de par en par. Ahora si se sentía avergonzada, creía que Daven gustaba de ella—. Espero que esta situación no se vuelva a repetir, pase buena tarde.

Daven se alejó, se subió al auto y arrancó sin mirar atrás. Francesca se quedó parada en la entrada del edificio asimilando lo qué pasó. Nunca había "robado" un beso, y lo hizo porque creía que Daven estaba esperando a que ella diera el primer paso. Luego del almuerzo salieron de La Toscana, Daven parecía estar cómodo a su lado, así que se atrevió a tomarlo de la mano, Daven no le decía nada, así que supuso que estaba cómodo al igual que ella. En el auto nadie dijo nada, ella solo miraba por la ventana mientras exponía sus largas piernas a él, en un intento de parecer sensual, llegaron a su apartamento, él le abrió la puerta caballerosamente, luego pasó lo qué pasó. Se sentía tonta.

—Buenas tardes señora Francesca —dijo el recepcionista del edificio.

—Roy, por millonésima vez ¡deja de decirme señora! —exclamó irritada. Roy sonrió, satisfecho de haber hecho molestar a esa bruja, cómo solía decirle.

Francesca se alejó de recepción como alma lleva que el diablo. Aplastó varias veces el botón del ascensor, al ver que no respondía le intentó dar una patada, le dio con tanta fuerza que cayó de trasero. Roy la miraba y se reía de ella.

—Señorita —dijo con ironía—, el ascensor está en mantenimiento —Francesca lo miro entrecerrando los ojos y Roy solo se encogió de hombros intentando no reírse. Francesca dio zancadas hasta llegar a las escaleras, inhaló exageradamente y empezó a subir las gradas. Cuando llegó a la tercera grada, escuchó carcajear a Roy, resopló, se mordió la lengua y siguió subiendo. Su piso era el veinte, así que tenía un gran camino por delante.

—¡Francesca! —escuchó a su espalda. Ella puso los ojos en blanco, sabía que se trataba del viejo verde del piso diez. Siempre la pretendía, ella ha usado recursos muy bajos para tratar de alejarlo, pero el viejo nunca se cansa. Siguió su camino, sin mirar atrás— Vi a aquel señor que te trajo.

—Hugo, ¿puedes hacer el maldito favor de callarte? —dijo entre dientes, ya estaba más que sudada, ya llevaba diez pisos y sentía que pronto desfallecería. Hugo sonrió con sorna al verla de aquella manera.

—Me cansaré Francesca, y cuando ese momento llegue, yo ya no querré nada de ti. Los hombres jóvenes te rechazan. Te vez vieja, no puedes evitarlo —soltó sonriendo. Francesca lo miró con tedio. Se dispuso a irse, pero su orgullo pudo más.

—Escúchame bien viejo asqueroso. En la vida querré algo de ti. Ni con dinero, ni con amenazas, ni con tú ridícula suite lograrás que te preste la atención que quieres. Nun-ca—concluyó. Por la puerta de Hugo se dejó ver una mujer cubierta con una diminuta toalla. Aquella mujer miraba con interés la discusión—. Ahora lárgate con tú mujerzuela y déjame en paz —. Francesca siguió su camino. Hugo miró hacia su puerta y ahí estaba aquella mujer que solo cobraba por noche. Se metió a su suite satisfecho de la situación.

Francesca estaba enojada, sabía que Hugo tenía razón. El trabajo, los secretos y todo lo el peso que Rebeca le había puesto encima, la tenía atormentando cada noche. Estaba deprimida, esa noche no abrirá el Caré. Rebeca se enojaría con ella, pero solo serán un par de amenazas. Envió a la mayoría de empleados que hoy no habría atención y que no vayan al bar. Algunos de los empleados de Rebeca estuvieron en contra, pero ella tenía más poder que ellos. Así que solo le darán las quejas a Rebeca.

Samuel es un tema delicado. Tendría que hablar por llamada.

—¿Hola? —se escuchó en el otro lado de la línea. También se escuchaba música movida.

—Samuel, hoy no abriré el bar, tómense la noche

—¿Por qué? —dijo Samuel confundido.

—Porque surgieron unos percances y no el se podrá abrir. Punto final, hasta mañana.

Samuel no pudo decir nada más, solo resopló y se preocupó por cómo se lo vaya a tomar Rebeca. No le dio mucha importancia. Francesca tendrá que dar explicaciones. Salió del baño. Se dirigió camino a la barra donde había dejado a Abril, pero alguien se interpuso en el camino. Abrió los ojos de par en par al ver de quien se trataba.

Oscar.

—Hola guapo —dijo con su típico tono de voz seductora. Oscar siempre se veía bien, y era muy guapo. Esta noche llevaba unos pantalones blancos con una camisa de rayas negras y blancas, tenía metida la camisa dentro del pantalón, llevaba correa y unas converse. Traía su cabello perfecto, peinado hacía un lado y su barba reluciente lo hacía ver mucho más atractivo. Samuel no pudo articular ninguna palabra. Oscar lo tomó por la muñeca y lo guió a un lugar alejado—. Te he extrañado mucho —susurró en su oreja. Samuel recordó todo lo qué pasó para poder superarlo.

—Cállate Oscar, y deja de ser cínico —dijo con la voz entrecortada. Estaba nervioso. Oscar sonrió al ver que aún lo ponía nervioso.

—Dejemos el pasado atrás. Volvamos a empezar —dijo ya con voz ronca, suplicando. Samuel no pudo responder a eso, ni si, ni no.




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