Se acerca halloween.
Los niños preparan sus disfraces, mientras a las afueras de un pequeño pueblo una adolescente normal prepara una fiesta de cumpleaños.
La noche de los muertos, donde el velo entre los vivos y los muertos se hace más débil. Cuando las almas pueden vagar por la tierra.
Es tradición en Oklaend honrar a los familiares que la parca se llevó.
Justo encima de las chimeneas, con un débil fuego de un solo tronco consumiéndose se coloca la foto de un familiar protector para que guíe al resto de los familiares difuntos hasta el descanso eterno.
En casa de Agnes se puede apreciar la foto de su abuela, una mujer fuerte y de carácter que supo cruzar el océano para llevar a su familia hasta aquel pequeño pueblo donde murió de anciana.
Ya casi está todo listo, una pequeña fiesta en casa, con un par de amigos.
Unas calabazas con caras dibujadas puestas en el pequeño jardín de la entrada, una calavera cuelga en la puerta y un espantapájaros vestido con ropa sucia simula ser un zombie.
Agnes prepara la tarta con temática junto a su madre en la cocina.
Desde que su abuela murió, vive sola con su madre en la pequeña casa de un antiguo granjero que compraron al llegar.
El sonido estridente de los grillos en la noche se hace de notar junto al chuchear de algún búho.
⊰✩⊱
Al habla Agnes:
Sonó el despertador y con el sueño aún en los ojos, tanteé a ciegas la mesilla de mi dormitorio hasta encontrarlo y lanzarlo contra el suelo.
Me levanté despacio, viendo como unos rayos de sol débiles se colaban a través de las viejas cortinas de mi cuarto. En frente, el hermoso paisaje de los árboles se alzaba majestuoso ante mí.
Y entonces recordé el día que era.
Mi cumpleaños.
Salté de la cama dirección a mi armario de pared a la izquierda de mi cama y busqué entre el desastre de mi ropa algo decente.
Salí de la habitación y bajé las escaleras dirección a la cocina. Mi madre, cocinando desde la encimera, me miraba con sus ojos brillantes y sonreía.
—Feliz cumpleaños, señorita, con que ánimos te has levantado —Me dijo mientras extiendía su brazo para recibirme. Me rodeó la cintura cuando me acerqué a ella y me apretó contra ella. -Que rápido creces, me descuido y ya estás hecha una mujer,-Suspiró con los ojos inundados de melancolía-aún recuerdo cuando eras una niña traviesa y correteabas por el jardín.
—Y sigo siendo aquella niña, solo que unos centímetros más grande —Intenté consolarla mientras le devolvía el apretón.
Pero la ví absorta en sus recuerdos, imaginando a través de la ventana que daba al jardín una mini yo de años atrás, con dos coletas rubias altas y las mejillas rechonchas.
Me solté de su agarre y exhalé mientras me dirigí al frigorífico con entusiasmo.
Y ahí estaba, 'Feliz cumpleaños Nes' pude leer escrito con sirope de fresa en la tarta que hicimos el día anterior.
—Desayuna, impaciente —Replicó mi madre mientras puso dos platos en la mesa de madera antigua de la cocina.
Nos sentamos las dos en la mesa, y mi vista se dirigió hacia el salón, donde me devolvió la mirada desde la parte alta de la chimenea el cálido rostro en blanco y negro de mi abuela de jóven.
La echaba de menos. Hacía solo dos años nos sentábamos las tres en esta misma mesa, y comíamos tortitas caseras con sirope mientras mi abuela contaba alguna anécdota.
Desde hacía muchos años mi abuela estaba enferma, ningún médico supo que le pasaba, nunca empeoraba ni mejoraba, se mantenía constante en ese estado de palidez, como si algo la estuviera consumiendo poco a poco sin darnos cuenta.
Y al final, su cuerpo anciano cedió a los años, y un día no derpertó más.
Ahora cumplía mi mayoría de edad sin ella.
El timbre me sacó de forma violenta de mis pensamientos y me levanté veloz a abrir la puerta.
Una cara pecosa decorada por un pelo negro ondulado me miraba con una sonrisa de oreja a oreja.
Sus ojos de distinto color se achinaron.
Ella era Nea, mi mejor amiga desde que tenía recuerdo.
—¡Feliz cumpleaños! —Exclamó y se abalanzó a abrazarme con los brazos extendidos a los dos lados de su cuerpo.
—¡Ey, ey! Gracias-Reí ante el choque explosivo de su cuerpo contra el mío.-¿Has madrugado solo para venir a felicitarme?
-¿Por qué si no iba a madrugar?- Habló con retintín sonriendo con malicia.
—¡Por las tortitas de mi madre! ¡Que convenida eres! —Fingí sorprenderme y me llevé la mano a la boca abierta.
Las dos echamos a reír.
Me aparté para dejarle entrar y me dispuse a cerrar la puerta cuando mi mirada se clavó en el bosque y mi gesto se volvió serio.
Forcé la vista para enfocarme mejor y lo reconocí.
Un animal rojizo y pequeño me observaba desde la lejanía. Su hocico alargado estaba ligeramente inclinado y su cuerpo permanecía recto e inmóvil.
Le sostuve la mirada frunciendo el ceño.
¿Un zorro? Por esta zona nunca se habían visto zorros.
La pequeña mancha dio dos pasos hacia delante, y después se giró adentrándose en el bosque, con su pomposa cola flotando en el aire.
—¡Agnes! —Me reclamó Nea. —¿Qué haces?¡Te vas a quedar sin tortitas si te quedas ahí!
Esperé unos segundos y cerré la puerta al verlo desaparecer. Me dirigí a la cocina donde Nea se atiborraba a tortitas y mi madre la miraba con ternura.
—Mamá, —Hice una pausa esperando a que ella me mirase —¿Alguna vez has visto un zorro por aquí?
La expresión de mi madre cambió, se volvió pálida y sus labios se apretaron tanto que formaban una línea recta finísima.
—¿Has dicho un zorro? —Se giró Nea desde su asiento con la boca llena y el tenedor con otra porción en una de sus manos. Acto seguido tragó con dificultad, y dirigió el próximo trozo a su boca. —Por aquí nunca han habido zorros, Nes, no es su hábitat. —Soltó con naturalidad, como si fuese lo más obvio del mundo.
Editado: 25.07.2020