Miré a Nea con la rabia recorriendo todo mi ser y condensandose de forma física en mis manos que desprendían chispas llameantes en todas direcciones. Aún así Nea, sin ningún miedo, bajó su mano desde mi espalda hasta la mía y entrelazó nuestros dedos. Pude ver su expresión de molestia por las pavesas que tendrían que estar quemándole la piel.
Intenté relajarme porque sabía que no soltaría mi mano. Su mirada estaba segura sobre la mía mientras seguíamos caminando lentamente distanciadas de Medea.
Volví a alzar la vista ante la majestuosidad de la ciudad que se imponía ante nosotras y sonreí amargamente.
—Voy a hacer que ardan, voy a quemarlos a todos ellos desde los cimientos. Se van a arrepentir de haberme conocido —Gruñí bajo.
Pero pareció que Medea me había escuchado, porque en ese instante se giró hacia nosotras con una sonrisa maliciosa aunque aún así no me acobardé ante sus ojos azules que brillaban a lo lejos.
No les tenía miedo.
Iba a vengar a mi abuela, y al padre de Nea o moriría en el intento.
Al fin llegamos al inicio de la ciudad y Medea esperó a que la alcanzáramos.
—Tres reglas —Enumeró con la mano.— No miréis a nadie a los ojos. Evita decir que eres solo humana —Miró a Nea con destellos agrios en sus ojos.— No digas nada sobre lo que pasó ayer en tu casa… —Esta vez me hablaba a mí.— Sobre eso de que tienes dos tipos de magia —Aclaró.
Asentimos al unísono y continuamos nuestro camino.
Conforme nos acercamos al centro las casas comenzaban a parecer más lujosas y la gente vestía más formal y elegante.
Imaginé que lo que habíamos dejado atrás era el barrio pobre y según aumentaba la cercanía al Consejo aumentaba también los lujos.
Justo antes de llegar allí cruzamos el centro de la ciudad. Era básicamente un mercado donde vendían las cosas más mágicas y variopintas que podías imaginar. Desde hechizos de amor hasta espíritus guardianes embotellados.
—Medea, ¿Cómo pueden vender espíritus guardianes? —Pregunté curiosa.
—No lo hacen, querida, al igual que en el mundo humano, aquí también hay gente que se gana la vida estafando a los brujos más ingenuos. La gente, en su desesperación, puede creer en todo lo que le digas, y más si son ignorantes.
—¿Entonces que les venden? —Insistí.
—Espíritus guardianes —Respondió Nea.
—No lo entiendo.
—En el mundo mágico hay gente que se dedica a cazar a espíritus guardianes, con la intención de venderlos a cambio de cosas valiosas o un alto precio —Prosiguió.— Pero eso no significa que puedas vincularte a ellos, ya que el espíritu debe elegirte al igual que tú a él.
—Entiendo... ¿Y el Consejo no regula este tipo de cosas? —Me dirigí a Medea.
—Creemos en el libre albedrío —Su tono de voz fue un poco irónico, como si hubiese contado un chiste que sólo ella entendía.
—¿Y la Bruja Madre? —Cuestionó Nea.
La mirada de Medea se clavó en ella, con una furia repentina, como si hubiese invocado al diablo. Y como acto reflejo, extendí mi brazo delante de Nea protegiéndola, demostrando a la mujer frente a mí que no me daba miedo.
Su mirada pareció relajarse segundos después, como si tuviera problemas de autocontrol.
—Querida, ¿Qué quieres saber de la Bruja Madre? —Intentó sonar amable.
—Todo lo que se sabe de la actual —Concluyó Nea.
Medea suspiró.
—La actual Bruja Madre también fue una bruja bastante excepcional —Hizo una pausa para mirarme.— Hace varios siglos que ocupa el poder, no ha vuelto a aparecer una Bruja Madre después de ella.
—¿Cómo se llama? —Interrogó Nea.
—¿Y eso qué más da, querida? —Respondió rápidamente Medea.
Parecía que esas dos cerebritos iban a tirarse de los pelos en cualquier momento, mantenían la mirada de la otra con fiereza y decidí cambiar de tema.
—¿Y Circe? —Al terminar de formular mi pregunta me dí cuenta de lo sospechoso que sonaba y continué:— Y el resto de personas del Consejo que estuvieron ayer.
Medea apartó sus ojos de mi amiga para posarlos en mí junto con una sonrisa burlona.
—Circe y el resto del Consejo están en su lugar, haciendo su cometido, querida.
‹Vigilando que se cumpla el libre albedrío, seguramente› Se mofó Kirara que hasta el momento había mantenido silencio, observando tranquilamente.
Continuamos caminando hacia la torre y la mansión que se situaban a pocos metros del mercado.
—¿Qué son las islas flotantes? —Pregunté con curiosidad.
—Cada una pertenece a alguien del Consejo o algún cargo importante —Comentó Nea como si hubiese memorizado todo sobre ese sitio.— Tienen una gran vigilancia y algunos libros dicen que están custodiadas por dragones para que nadie atente contra las vidas de sus residentes.
—Muy bien, Nea, aprobada con sobresaliente —Se rió Medea.
—¡¿Entonces hay dragones?¿Existen?! —Grité emocionada.
Pero Medea guardó silencio ¿Eso era un sí o un no?
Aunque mi esperanza se quebró en pedacitos enseguida.
Por fin llegamos a las puertas de la gran mansión que se alzaban imponentes ante nosotras. Nea miraba el edificio como si hubiese encontrado oro.
La fachada seguía la estética de las casas, era blanco hueso y se decoraba con las tejas color vino en las ventanas y el tejado. Tenía tres sobresalientes que acaban en pico. Decorada por grandes ventanales de tres cristales separados por el mismo rojo y sus puertas redondeadas eran de nogal, cinceladas con dibujos preciosos.
—Esta es la academia de brujas. Lo que encontráis a la izquierda es la Torre del Consejo —Explicó Medea.— Debido a que no tenéis residencia aquí, viviréis en la propia academia. Se os dará una habitación compartida. Aquí aprenderás a usar tus poderes, las reglas de este mundo y a comportarte como una bruja.
Editado: 25.07.2020