Mikasa.
Dejé la rosa blanca sobre su cuerpo. «Una lágrima se derramó sobre mi rostro» cientas de promesas... «Ninguna cumplida»
La puerta se abrió, y una mujer vestida de negro con lentes oscuros y el cabello cenizo se acercó. Detrás estaban su nuevo marido y sus guaruras. «Ellos debían ser la manada de mi madre»
Quería arrojarle las garras encima, pero ella no lo permitiría. O tal vez ella sí, los de su nueva manda son los que me desearían tener muerta si llego a tomar a su jefa.
Sus tacones resonaron por el suelo de madera, y colocó una mano sobre mi hombro, un toque que en seguida aparte.
—Lo lamento tanto cariño. —susurró.
«Una voz sin lamento, sin lastima. Sin expresión »
—Lárgate de aquí, Prisile —gruñí con todas mis fuerzas. —. Vete de aquí antes de que te arrepientas.
Me observó de arriba a abajo.
—En realidad... —abrió la boca. «Pero ella nunca tenía palabras».
—Eso creí —asentí con enfado.
Mi padre nunca me había metido odio contra ella. Prisile había dejado a papá por otro hombre, y ese hombre era la persona más detestable para mí en estos momentos.
—Prisile y yo queremos darte el pésame, Mika. —habló Ralph, tomando de los hombros a mi madre.
—Yo no necesito tú pésame —mascullé con rabia. —. Ahora que lo estás viendo, de esta forma, puedes morirte para mí.
Una bofetada aterrizó sobre mi rostro. Pude mirarla con horror.
Al igual como ella me observaba a mí.
—Cómo puedes.... —las lágrimas recorrieron su cara con estruendo. —. Eres mi hija... Soy tu madre...
No toqué mi rostro. Ya no sentía dolor.
—Él era mi papá —me caí de rodillas al suelo. —. ¡Vete!
Zev, quien apareció por la puerta, me sujetó con fuerza y me cargó en brazos.
— ¡Apartate de mí! —comencé a soltarle manotazos. —. Tu familia va a matarme como lo hicieron con mi padre.
Pero Zev nunca me soltó.
«Tal vez estaba insultándolo por un arranque de odio contra mi misma» Había estado enamorada de él desde que tengo memoria, pero mis ilusiones hacía él deparaban la única máxima adversidad. «Amar a quién no nos ama»
Sin embargo me sostuvo fuerte y me observó a los ojos, mientras acurrucaba mi rostro contra su chaqueta y él me sujetaba por completo entre sus brazos.
—Déjame en paz...
—Te llevaré a un lugar seguro. —susurró.
—No. Tú vas a matarme... —sollocé.
Riley.
El funeral había terminado, y me preparaba con ropa negra para adentrarme en la casa de los Banehallow. Necesitaba recuperar a mi padre si así necesitara sacrificar mi vida.
Zev se había quedado con Mikasa, aunque ésta le gritaba que ‹él iba a matarla› pero lo cierto era, que ella lo amaba platónicamente desde su asiento en las practicas de Béisbol hace más de tres años.
Salí por la ventana y bajé rápidamente sin cuidado por las escaleras de emergencia.
Las había puesto allí porque mi padre era demasiado paranoico. ‹uno de nuestros enemigos podría intentar quemarnos vivos›
Así que se encargó de equipar la casa con todo tipo de trampas y salidas de emergencia. Armas y más armas.
Autos de lujo, y otras cosas más.
Corrí rápidamente a la velocidad de un licántropo y llegué a la salida del bosque. Donde se encontraba la carretera.
Por suerte llevaba botas y una coleta con ropa de cuero que me clamuflajeaba en la oscuridad.
Había localizado por maps la propiedad de la familia Banehallow la primera vez que había entrado a su casa.
Había una luz encendida. Debían estar despiertos.
Escalé hasta la habitación de Stev, y aguardé en la ventana.
Pude notar la cabellera blanca. «Maldita Tarah»
Observé detenidamente.
La puerta estaba cerrada.
Unas prendas cayeron al suelo. «El brazier de la perra»
La cortina destapó uno de los orificios de la escena que tenía en frente. Stev estaba besándola.
Evité tocar a su ventana como había pensado al principio. Me di la vuelta y observé la luna. «Estúpida luna llena»
Subí un pie al barandal.
Una mano me detuvo.
Una lágrima cayó sobre mi mentón.
—Riley —escuché su voz.
Me di la vuelta lentamente.
Editado: 22.07.2018