La noche de luna llena

Capítulo 23

Riley.

 

Alguien tocaba a la puerta. Ruidos fuertes y provenientes de abajo en la entrada.

A punto de abrir, la puerta se derrumbó en cima mío y caí contra el suelo con velocidad, golpeándome la cabeza contra la pared.

Su rostro estaba borroso, no podía contenerme. En cualquier momento caería en las sombras.

Sus pasos iban acercándose, el reflejo de una sombra sobre el suelo, y unas garras que me tomaron por los brazos.

~•••~

Comencé a abrir los ojos despacio, con lentitud. Stev estaba amarrado sobre una cama, sangre sobre el suelo, cadenas con picos perforando extremidades de su cuerpo. Un trapo sucio el cual estaba apretando para evitar que sus gritos se escucharan.

Iba a ponerme en pie, cuando las cadenas apretaron con fuerza mis muñecas, y caí la cabeza contra la cama rendida.

Dagda estaba a mi lado, estaba inconsciente. Habían marcas de mordidas sobre sus brazos. Sangre corriendo sobre el suelo, sangre oscura derramándose.

Habían marcas sobre todo su cuerpo...

Como si alguien hubiera absorbido su sangre por completo.

Las lágrimas inundaron mi rostro, cuando se escucharon gritos, y después Mikasa estaba de cuclillas amarrada en el suelo, desnuda, herida, con una bala sobre el brazo derecho, una bala sobre el muslo izquierdo, y una profunda cortada sobre la laringe.

Una sombra oscura caminaba hacia nosotros, una figura sin rastro de un rostro, una cara, o una ola de oscuridad. No había nada.

—Noche De Oro —murmuró una voz monstruosa. —. Tenemos a la manada de la Maldita Maldición.

Mikasa me miró desde lejos, cuando el encapuchado se dirigió hacia Dagda, quien comenzaba a despertar adormecida.

¿Qué me estás... haciendo...? —dijo al ver que tomaba una navaja y le desgarraba las venas.

Los gritos se profundizaron, un río de sangre comenzó a ahogarla por completo. Sangre sobre su boca, sangre sobre sus brazos, sangre dentro de sus dedos. Sangre transparentando su piel.

Una vez de haberle desgarrado los tendones de un brazo, la loba comenzaba a curarse con rapidez. Sus ojos se encendieron en ámbar, y sus colmillos resplandecieron con un rugido profundo.

Alguien más había entrado.

Calis estaba de pie ante nosotros, observando a su propio hijo inconsciente y moribundo, y a las otras tres lobas siendo torturadas con escenas mortíferas.

No hagas esto, Calis —supliqué. Los hombres de su instituto traían a mi padre encadenado, arrodillado sobre el suelo de sangre.

Licaón estaba golpeado, destrozado, ¿no podía... Curarse?

—Papá... —susurré, pensando en que podría escucharme.

Pero Calis y los suyos le habían muerto los sentidos, ellos iban a romper la maldición.

—Es tu hijo, Calis —mascullé con rabia. —. ¿Cómo un padre puede ser un monstruo?

—No lo entenderías. —sacó el arma y comenzó a recargarla con balas.

—Estás equivocado —gruñí. —. Sólo son estúpidos mitos. Nada de esto existe. La maldición no existe...

—Zeus lo maldijo, niña estúpida —preparó el arma, y la apuntó contra su cabeza.

Di un leve suspiro, cuando Licaón me miraba. Calis tenía el dedo en el gatillo.

Jamás lo entenderías.

Mi padre calló al lado en el suelo, cuando Mikasa se había atravesado y Calis había disparado.

~••~

La bala rebotó sobre el suelo, y Mikasa tomó el arma entre sus manos encadenadas antes que Calis, pero lo hizo para desarmarla.

Mikasa nunca mataría con armas humanas. Ella usaría su instinto y mataría con su naturaleza.

Lanzó el arma a un rincón, y la carne comenzaba a decolorarse, cuando los huesos tronaban, crujían y se dispersaban. El rostro comenzaba a crecer.

El lobo se abalanzó contra Calis, contra su rostro, encajando las garras sobre la piel con profundidad.

Comenzaba a desgarrar su rostro, cuando Calis estaba yaciendo sobre el suelo.

El encapuchado se había desvanecido como un humo negro en el aire, y Mikasa se había acercado para liberarnos después de haberle destrozado el rostro a Calis.

Me abrazó con todas sus fuerzas.

Ve por Dag —le susurré.

Me puse en pie, dispuesta a ir hacia Stev mientras Mikasa ayudaba a Dagda, y también iría con mi padre después. Estaba vivo.

Pero al alzar mi vista, Stev había desaparecido.

Stev... —miré a todos lados, y después corrí para ayudar a mi padre.

Se había desmallado, y Stev no estaba por ningún lado.

Tyler apareció por el pasillo atónito.

— ¿Qué ha pasado aquí? —dijo confuso.

No lo sé. —dije con amargura. —. No lo sé, Ty.

 

Stev.

 

Quise decirle que se detuviera. Me estaba ahorcando, estaba consumiendo toda la energía que me quedaba. Ellos me querían como su experimento.

Uno de ellos había terminado de darme una paliza, otro me había dado cinco dosis diarias de esa misma sustancia. Otros arrojaban agua helada con hielo sobre mi cuerpo desde un barril enorme a otros tres más potentes.

Basta —le dije al encapuchado blanco.

Ellos solo miraban. Esperaban mientras torturaban.

Las luces del cuarto se encendieron, cuando una mujer apareció delante de mí. Su rostro era denso como una bola de nieve espesa.

—Stev Banehallow —dijo.

La miré confuso, cuando sus ojos se encendieron en rojizo.

—Tú tienes algo que me pertenece —sacó sus garras.

 

 

 

Riley.




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