No es un edificio, son varios. ¿Qué clase de lugar es este al que me ha traído? Parece un campo de concentración sacado de hace siglos de los libros de la Historia más oscura de la Humanidad.
La luz del sol filtrándose a través de la cordillera me muestran el camino hasta que entramos en el punto en cuestión, yo en los brazos del vikingo sin camiseta.
Adentro está iluminado con luz fría, pero no en exceso, revelando figuras sombrías que se mueven entre los pasillos, también hay soldados armados en los alrededores que me hacen sentir patética por la manera en la que tengo que entrar, supongo que a fines de contenerme de no hacer algo que mi captor considere estúpido. Finalmente el camino concluye en un despacho enorme, ante la presencia de un hombre imponente, vestido con un uniforme similar al del vikingo, pero con más elegancia, como si fuese autoridad dentro de esta milicia. Sus ojos son duros y penetrantes, ronda los cincuenta años, el cabello lleva rapado al ras, pero su barba es la que exhibe tintes grises. Su expresión es un rictus de autoridad que busca resultar intimidante. Era evidente que este hombre es alguien de importancia, alguien a quien he de temer y respetar.
En cuanto el vikingo me deja, aparece una mujer a mi lado quien emite en mi oído un susurro apenas audible:
—No hagas nada fuera de lo que convenga a la vida de tu hijo ni a la tuya, no te opongas a nada. Tu vida está en juego aquí. —Sus palabras resuenan en mi mente, recordándome la fragilidad de mi situación. Con el corazón en la garganta, asiento con la cabeza, prometiéndome a mí misma seguir su consejo.
Lo primero que quiero es preguntarle por mi prometido, dónde está, qué pasó con él, por qué si me prometieron que lo vería aquí aún no me he encontrado con él, lleva días enteros desaparecido y cada minuto es más exasperante.
No obstante, me contengo.
Hablarle antes de que me hable él a mí sí que sería algo estúpido.
El hombre en uniforme me mira con una mezcla de desdén y curiosidad, como si estuviera evaluando mi valía con una mirada crítica. Entonces, habla con una voz áspera que resuena en la habitación.
—¿En serio creías que ibas a sobrevivir andando sola por ahí con un hijo en tu vientre? ¿Qué clase de madre eres?—. Que lo primero que haga sea juzgarme sí que me lo termino tomando personal.
Trago saliva, intentando mantener mi compostura a pesar del miedo que me inunda.
—Mi nombre es Kelen—respondo, manteniendo la mirada en alto y un tono audible—. Y soy una madre que sale en busca del padre de su hijo quien es un alto funcionario del gobierno y le va a exigir que me libere, además tomará cartas en el asunto cuando vea que me han lastimado.
El hombre arquea una ceja con su expresión cambiando ligeramente ante mi revelación y emite una risa gutural.
—Sé de quién eres esposa y por ello te enviamos a buscar.
Mi mente gira frenéticamente, tratando de comprender por qué he sido tomada como rehén, hasta que comienzo a atar cabos y el pavor llena mi interior.
—¿Por qué me tienen aquí? ¿Qué quieren de mí?
—El imbécil de Nazka no es “de gobierno”. Ese es un traidor a la patria que será ejecutado en cuanto sepa que te tenemos y venga a buscarte.
—¡¡¿QUÉ?!!—pregunto con la desesperación colándose en mi voz a pesar de mis esfuerzos por contenerla.
El hombre sonríe con malicia, una sonrisa que me hace temblar hasta el alma.
—Por ahora, solo te aconsejaría que cooperaras. Sería una pena desperdiciar una vida tan valiosa como la tuya.
—¡¿Qué quieren de él?! ¡¿Por qué lo ejecutarían y lo acusan de algo tan grave como traición a la patria?!
Miro en todas direcciones, en busca de algo que me sea útil de defenderme, sin embargo el cruce con la mirada de la mujer es una certeza. “Coopera” parece decirme y es lo único que me da una pizca de confianza entra ella, el soldado vikingo y el superior que me confronta ahora mismo. Este último se acerca más a mí y me evalúa de arriba a abajo mientras confiesa:
—Tiene sentido que no lo sepas, a final de cuentas la información en estos tiempos es sinónimo de peligro, una pena que hayas salido de tu escondite antes de que finalice la cuarentena como supongo que coherentemente él te aconsejó.
—¿Qué me va a hacer? ¡De qué se lo acusa, en tanto su esposa, merezco saberlo!
Esta vez su mirada se oscurece y su lengua es filosa al hablarme en seco:
—Vuelve a levantarme la voz, pequeña rata preñada, y te sacaré a la cría para obligarte que te la tragues y luego la evacúes para volvértela a tragar. ¿Estamos?
Un escalofrío me atraviesa como cuchillas en cuanto mi mente procesa la imagen de lo que acaba de decirme. Retrocede y le da una orden a su soldado:
—Thorian, aleja a esta insolente de mi vista. Y mantenla vigilada.
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Editado: 29.10.2024