Una improvisada guardia de enfermería entre las cuevas nos recibe con eficiencia y profesionalismo, los sanadores a cargo trabajan diligentemente para contener la infección en mi herida no sin infringir cierto dolor para quitar la carne muerta hasta para luego limpiar, siendo tajante el ardor que me atraviesa.
—Siento mucho si duele, pero es necesario—se excusa el sanador. ¿Bromea? Estoy profundamente agradecida de que mantenga este gesto conmigo, acá nosotros somos los invasores.
—Haga...lo que tenga que hacer—le contesto—, yo...se lo agradeceré y corresponderé...
—Descuida, no tienes que deberme nada. Esto es un placer por mi parte.
Una vez que cierra la venda y que la peor parte parece ya haberse dado por superada, me llamo a la sensatez buscando respirar con tranquilidad a fin de hallar cierta paz.
—¿Por qué nos ayudan?—le pregunto una vez que puedo verle—. Estamos en un momento donde todos parecen ser enemigos y la gente lucha por sobrevivir. Además, ¿qué sucede que hay gente agolpada alrededor?
Siento la mirada curiosa y expectante de las personas que se han reunido fuera de la sala de atención médica donde estamos.
—Felicitaciones—me dice el sanador—, eres toda una superestrella por haber sobrevivido al dragón.
Realmente no tengo idea de cómo fue que eso pasó.
—Thorian, mi compañero, fue quien me salvó la vida.
—Ustedes saben de qué manera hacer frente al mal desconocido que nos acecha a todos, son valiosos para esta comuna—parece obviar que le di los créditos al vikingo—. ¿Quisieras que haga entrar a algunos chicos que están ansiosos por querer saber la historia completa?—propone.
Me siento abrumada por la atención, por el peso de las expectativas que ahora recaen sobre mis hombros. No soy una heroína, solo una mujer que luchó por su vida tras reiteradas situaciones que me pusieron en peligro. Es más, si el fuego del dragón me mataba, probablemente ni me hubiese enterado y resultaría en un gesto de compasión a juzgar por el punto de que vi cómo funciona y es inmediato, termina con todo sin más, no es el fuego normal que consume las cosas poco a poco, este terminó con las movilidades y las personas en un santiamén sin dejar ni los huesos.
—S-sí, claro...—le digo y les hace pasar a los chicos expectantes que mueren por preguntarme mientras me imagino que Thorian está siendo indagado por aquellos que comandan jerarquías en estas cuevas.
Acto seguido capto que ante los ojos de aquellos que nos rodean, somos algo más, somos símbolos de esperanza en un mundo que se desmorona allá afuera.
Las preguntas llueven alrededor de la anécdota que me encargo de aderezar con algo de magia para que los hechos anteriores de mi sometimiento en la comuna enemiga no resulten en símbolos de desesperanza. Si esta gente, a diferencia de los anteriores, apuestan por la colaboración mutua antes que por la destrucción, tendrán mi esfuerzo por hacer crecer una mínima noción de esperanza que pueda quedarles.
Por más que la gente nos vea como héroes, sé que nuestro destino está lejos de ser seguro. El mundo sigue siendo un lugar peligroso y despiadado, el dragón apenas hizo una aparición y nadie sabe cuánto tiempo tardará en regresar a su hibernación.
Por ahora, permito que la atención y el reconocimiento me envuelvan, al menos por un momento. Porque aunque mi corazón esté lleno de preocupación y pesar, también hay un destello de esperanza que brilla en lo más profundo de mi ser.
—Bueno, chicos, creo que ya tuvimos todos los detalles de la historia—dice el sanador en cuanto detecta que he sido lo más genuina y bondadosa posible—. Es mejor que dejemos a nuestra mujer estrella descansar para que luego pueda seguir luchando contra el dragón rojo que ronda por los aires.
Los niños me agradecen y salen. Una vez a solas con él, me propone que en cuanto mi pierna esté mejor, podré salir a recorrer y conocer las cuevas, pero le pido una última cosa antes de entregarme a un necesario reposo.
—Yo... Necesito saber cómo está mi bebé—le pido saber señalando mi vientre con una mezcla de esperanza y temor en el corazón. Sé que no cuenta con la maquinaria médica sofisticada a la que estoy acostumbrada, pero confío en su experiencia y habilidad para ayudarme en esta situación desesperada.
El sanador me mira con seriedad, sus ojos escudriñando mi rostro en busca de cualquier indicio de preocupación.
—No podemos hacer una ecografía para conocer su estado, pero podría saber al menos si hay probabilidad de que esté vivo.
Una oleada de emoción me embarga, mis ojos se llenan de lágrimas mientras le agradezco al sanador por su cuidado y atención.
Se acerca con cuidado para indicarme en qué posición he de incorporarme sin arruinar el vendaje de mi pierna, su expresión es seria mientras se prepara para llevar a cabo el chequeo. Con manos expertas, me indica que me recueste en la improvisada camilla de la enfermería, mientras él se dispone a realizar el examen de manera rústica pero precisa.
Siento un nudo en la garganta mientras observo sus movimientos meticulosos. Sus manos son gentiles sin dejar de ser habilidosas, explorando mi abdomen con cuidado en busca de cualquier señal que pueda indicar la presencia del bebé. Cierro los ojos con fuerza, deseando con todo mi ser que su búsqueda dé resultados positivos.
El silencio en la enfermería es palpable, roto solo por el suave murmullo de las voces de quienes pasan al otro lado de la puerta. Cada segundo parece una eternidad mientras me mantengo a la espera del veredicto del sanador sin tener ni la menor idea de qué está haciendo exactamente, pero ha de ser una técnica anterior al surgimiento de los ecógrafos, tal cual muchas cosas a las que nos ha sometido la guerra.
Qué paradoja, dicen que las guerras más grandes de la historia de la humanidad nos han provocado el descubrir los mayores cambios tecnológicos, sin embargo, corroboro que en efecto nos destruyen. Mi corazón persiste latiendo con fuerza en mi pecho.
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Editado: 29.10.2024