El frío de la noche se cuela entre las grietas de la roca, envolviéndome en un abrazo gélido mientras yago sobre la improvisada cama de paja y telas. Mis párpados pesados se cierran lentamente, mi respiración se vuelve profunda y regular mientras me dejo llevar por el sueño que ansío sea reparador.
Sin embargo queda sólo como una epifanía efímera…
…de repente, un escalofrío sacude mi cuerpo, violento e incontrolable. Mis ojos se abren de golpe, la oscuridad de la cueva se vuelve más densa, envolviéndome en su manto opresivo. Un murmullo de alarma se eleva a mi alrededor, las voces preocupadas de mis compañeros de comunidad rompiendo el silencio de la noche se vuelven una cortina auditiva de fondo mientras intento cuadrar dos y dos para comprender lo que está sucediendo.
Me incorporo rápidamente con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho mientras trato de entender lo que está sucediendo. Los rostros preocupados de mis compañeros se alzan entre luces tenues que encienden con linternas, sus ojos también vislumbran el temor que siento en mi propio corazón.
–¿Qué está pasando?–pregunto con voz temblorosa, luchando por controlar el miedo que amenaza con apoderarse de mí.
Alara, la líder de la comunidad, se acerca a mí con paso firme, su expresión grave pero determinada.
–Es el dragón–murmura, su voz cargada de urgencia–. Está posado en la montaña, y debemos estar preparados para cualquier eventualidad.
¿Hay algo que pueda haberlos preparado para un derrumbe absoluto de las cuevas más que el profundo convencimiento de entregarse a una muerte próxima?
El miedo se apodera de mí mientras absorbo las palabras de Alara. El dragón, esa criatura legendaria y temida, ahora acecha justo fuera de nuestras cuevas, con su presencia amenazando con desatar el caos y la destrucción sobre nosotros.
El temblor se intensifica a nuestro alrededor, provocando algunos gritos de horror de las personas que nos rodean.
Alara da la orden a los suyos de ponerse a salvo, cosa que parece irreal en medio de este laberinto de roca. Cada sacudida de la cueva provoca un gélido eco en mis huesos mientras Thorian se mueve con decisión hacia mí. Sus ojos reflejan determinación y valentía, pero también una sombra de preocupación que no pasa desapercibida.
–¿Está bien? ¿Te golpeó alguna roca?–me pregunta.
–Por el momento…
–¡AH!
Algunas personas comienzan a ser heridas por las rocas y ya no hay lugar seguro dónde escondernos.
Entonces caigo en la cuenta de algo peor:
–Thorian… ¿Sabe que estamos aquí?
–Es probable.
–Bastaría que su fuego bañe la roca para que el calor nos destruya de inmediato–le digo, a sabiendas de que el fuego no atraviesa la roca, pero sí la calienta y muchisimo.
De repente, el suelo comienza a temblar con más fuerza, el sonido de rocas desprendiéndose resonando en las paredes de la caverna. Un coro de gritos y llantos llena el aire, los niños estallan aterrados por el caos que se desata a su alrededor.
Mi mano se va de manera instintiva hasta mi vientre.
–Prométeme que te mantendrás a salvo y no harás nada que te ponga en peligro a ti o al bebé–me dice, tomándome del rostro y lo miro fijo.
–¿Qué? Yo…
–Prométemelo.
–Lo… lo prometo.
Y me besa.
Es un beso breve, en los labios, su boca y la mía, pero no es como el anterior, como lo que sucedió en el lago.
Este beso me sabe casi a despedida.
–Thorian, no…–empiezo, incapaz de articularlo en voz alta.
La firmeza se refleja en los ojos de Thorian mientras se prepara para salir de las cuevas y enfrentar al dragón. Mis manos se aferran a su brazo con fuerza, mi voz se llena de preocupación mientras intento detenerlo.
–Thorian, ¡no lo hagas!–exclamo con el pánico atravesando mi voz.
Se suelta de mí y corre en dirección a la cueva de escape.
Observo su partida con el corazón en la garganta, rezando en silencio por su seguridad y su éxito en su peligrosa misión.
Los minutos se vuelven horas en la espera ansiosa dentro de las cuevas con buena parte ya derrumbada, perdiendo sectores imprescindibles para la supervivencia hasta que la cocina queda completamente bajo la roca. Alara me ubica junto a los niños y las mujeres embarazadas.
–¿Dónde fue?–me pregunta ella. Sé que se refiere a Thorian–. ¿Acaso él solo va a enfrentar al dragón o qué?
–Sé que es un luchador experto–respondo con la esperanza de que estas palabras puedan calmarme a mí también–. Si alguien puede enfrentarse al dragón y sobrevivir, es él".
Alara no parece convencida con mi respuesta.
–¿Qué sucede?–le pregunto.
–Se está deteniendo.
–¿Qué?
La vibración intensa se detiene de golpe y escuchamos desde dentro el rugido del dragón y las alas en su despegue que provocan un fortísimo último seguido de una densa capa de rocas que se desprenden y aplastan el sector donde antes descansaba.
Quedo de hielo mientras miro alrededor que todo ha retomado una calma aparente y mis ojos vuelven a posarse en Alara.
–¿Está…hecho?–le pregunto, aterrada.
–Sí–conviene ella–. El dragón se ha marchado.
–Pero la cueva ya no es segura–interviene uno de sus soldados.
–¡Oigan todos!–ella se vuelve a su gente–. ¡Tenemos que movernos de inmediato! ¡Tomen a los suyos y abandonemos las cuevas cuanto antes en orden tal cual lo ensayamos en su tiempo!
Todos comienzan a tomar sus cosas, pero Alara me sujeta de un brazo.
–Tú no–declara con sus ojos fijos en los míos–. Tú te quedas aquí.
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Editado: 29.10.2024