El viento azota con furia los riscos de la montaña mientras avanzamos con precaución, cada uno de nuestros pasos se ven marcados por la incertidumbre y el temor que se ciernen sobre nosotros como una sombra ominosa. Thorian, con su porte imponente, lidera nuestra marcha, trazando un camino que parece hacerlo con mucha certeza por el borde del precipicio. A su paso, algunos de los refugiados murmuran con desconfianza, cuestionando en voz baja la autoridad de este hombre cuyo pasado oscuro y misterioso arroja dudas sobre sus intenciones además del que no podemos confiarnos en absoluto mientras el sol comienza a ponerse en lo alto encima de nuestras cabezas.
–¿Por qué deberíamos seguirlo?–susurra alguien a mi lado con su voz cargada de escepticismo y recelo–. ¿Cómo podemos estar seguros de que no nos está llevando a la perdición?
–No podemos confiar en él, Alara se volvió loca por el hambre y la desesperación–le contesta otro.
–¿Deberíamos seguir obedeciéndole a Alara? He perdido ya a mi esposa, no puedo perder a mis hijos.
–¿Te atreverías a contradecirla acaso?
La pregunta flota en el aire, alimentando la ansiedad y la desconfianza que palpita en el corazón de nuestra pequeña caravana. Pero antes de que pueda encontrar las palabras para atreverme a responder, la voz firme de Alara resuena entre nosotros, su autoridad imponiéndose sobre el tumulto de nuestras preocupaciones.
–Thorian puede ser un misterio, pero es nuestra mejor oportunidad de sobrevivir–declara Alara con determinación, bajo un tono firme y seguro. Intuyendo o no lo que murmuran los demás–. No tenemos otra opción más que confiar en él por ahora. Si queremos mantenernos con vida, debemos seguir sus órdenes, es un experto en sobrevivir a las peripecias del Dragón Rojo.
–Ja–suelta uno de ellos una carcajada–. Como si alguien pudiese entrenarse en tal cosa. Estupideces, Alara.
–Vete y muere si crees que tu entrenamiento es mejor, Kyle.
Sus palabras traen consigo un sentido de calma y resolución, disipando en parte las sombras de la desconfianza que se han infiltrado entre nosotros. A regañadientes, los refugiados aceptan la autoridad de Thorian cedida por la mismísima Alara, reconociendo la necesidad de seguir adelante si queremos escapar del peligro que acecha en las sombras de la montaña.
Con Thorian guiando nuestro camino y Alara respaldando su autoridad, continuamos nuestra peligrosa travesía por el borde del precipicio mientras el calor, la sed y el hambre comienzan a apretar con fuerza.
El sol calcina la tierra bajo nuestros pies cada vez que la sombra se inclina en la dirección contraria, su calor abrasador arde en nuestra piel mientras avanzamos por el borde de la montaña. La sed y el hambre comienzan a hacer estragos entre nosotros, agotando nuestras fuerzas y nublando nuestra mente con la urgencia de las necesidades básicas no satisfechas.
Algunos de los refugiados comienzan a tambalearse, sus rostros se ven marcados por la fatiga y el agotamiento. La desesperación se apodera de ellos, sus voces se elevan en un coro de lamentos y súplicas mientras imploran por un poco de agua y comida para saciar su sed y su hambre.
Reconozco que ellos ya venían mal alimentados en el refugio de las cuevas mientras que Thorian y yo al menos teníamos algo de solidez en nuestras necesidades dentro de la vieja comuna del general.
–¡No puedo seguir así!–exclama alguien. Me vuelvo a ella, es una mujer con su voz cargada de angustia y desesperación. Rondará los sesenta, pero parece haberle caído una docena de años más con estas condiciones de vida–. Necesito agua, necesito comida, sombra, un techo. No puedo soportar más este tormento.
El viento, lejos de traer alivio, parece avivar las llamas de nuestro sufrimiento, su aliento caliente envolviéndonos, es una bruma sofocante que dificulta aún más nuestro avance. Cada paso se vuelve más pesado, cada respiración más agónica mientras luchamos por mantenernos en pie en medio de la aridez abrasadora de la montaña.
–Queda menos–Thorian señala, acercándose a la mujer suplicante.
El sol se desliza lentamente hacia el horizonte, arrojando destellos dorados sobre el paisaje agrietado de la montaña mientras las ansiadas sombras se ciernen sobre nosotros como un manto que consigue aliviar el calor incinerante y el viento que nos hiere. Thorian, con su voz firme y alentadora, trata de infundirnos valor, recordándonos que pronto caerá la noche y debemos encontrar refugio y comida sin demora.
–El sol se está poniendo–dice Thorian, su tono se muestra animado a pesar de las circunstancias adversas. Ha sido entrenado como un cruento soldado de batalla–. Es hora de ponerse en acción. Necesitamos encontrar un lugar seguro donde pasar la noche y buscar alimentos para todos.
–Fabuloso, al fin dice algo inteligente–suelta el tal Kyle.
Thorian finge no haber escuchado, pero sé que lo hace solo por sostener la parsimonia. Aunque nunca se sabe, ya no sé qué creerle el vikingo mentiroso.
En medio de la búsqueda primitiva de alimento, Alara se acerca a mí con una expresión seria en su rostro, su mirada penetrante busca respuestas en mis ojos. Sé lo que está pensando, lo que quiere saber sobre Thorian y su pasado oscuro, pero la verdad es que no tengo respuestas para ella. En mi corazón, siento que Thorian no es digno de confianza, que es un traidor y un mentiroso cuyas intenciones ocultas nos ponen en peligro.
–¿Dónde nos está llevando?
–No lo sé, realmente no lo sé. Enterarme recientemente lo de su condición de jinete de dragón me genera pavor, cómo una persona puede llegar a domar a esa bestia. Es imposible.
–No. No es imposible. Siempre existieron jinetes que domaron al dragón en cada época que este apareció.
–Lo dicen los tiktokers seguro.
–No. Mis padres vieron hombres montando al Dragón Rojo alguna vez.
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Editado: 29.10.2024