El sol apenas comienza a descender en el horizonte cuando Zaha me guía a través de las calles ocultas de Mereel en los alrededores del cordón cordillerano que nos lleva al objetivo de hoy.
Sus pasos son rápidos y seguros, y aunque mi mente está abrumada por la realidad de lo que está a punto de suceder, me esfuerzo por seguir su ritmo mientras nos movilizamos lejos de las fuerzas armadas que han tomado al pueblo completo. Ignis, envuelto en una manta, está pegado a mi pecho, su pequeño cuerpo es un ancla que me mantiene enfocada mientras nos movemos a través de la ciudad en sombras, aunque esté creciendo a un ritmo acelerado para el tiempo de vida que lleva desde el momento que di aluz.
El camino es traicionero al entrar en las afueras de la ciudad, lleno de escombros y patrullas que recorren las calles en busca de cualquier signo de resistencia. Este lugar del que intentamos a su tiempo huir, ahora intentamos regresar con el corazón entre los puños.
Nos movemos con sigilo por las sombras, deteniéndonos en cada esquina para asegurarnos de que el camino esté despejado. La gente que queda aquí tiene miedo y no solo hay patrullas andando sino drones peinando cada esquina. Cada sonido, cada movimiento fuera de lugar, envía una descarga de adrenalina a través de mi cuerpo que me mantiene en guardia. Siento a Ignis moverse inquieto en mis brazos, como si pudiera percibir el peligro que nos acecha o como si quisiera estar listo para saltar en defensa de su madre, mi corazoncito.
Cuando ya me creía demasiado agotada para continuar y con el agua escaseando por el calor, llegamos a un edificio discreto, con ventanas cubiertas y una puerta que se abre solo después de una serie de toques rápidos y precisos. Zaha me empuja suavemente hacia adentro y me encuentro en un pasillo estrecho que desciende hacia las entrañas de la ciudad. Las paredes están cubiertas de cables y pantallas, luces parpadeantes que iluminan la oscuridad con un brillo artificial y me pregunto cuánto puedo asumir de seguridad en un espacio como este, expuesto a las tecnologías modernas y no a la vida rústica del pueblo que defiende a los dragones en las altas colinas de Mereel.
—Este es el refugio—dice Zaha en voz baja, encuentro cierto consuelo en el tono de su voz al hablarme—. Aquí estarás a salvo, al menos por un tiempo. Hay gente que quiere ayudarnos y hace tiempo que se vienen preparando para esto.
—¿Cómo sabes que nos quieren ayudar? Son desconocidos.
—Para ti. A final de cuentas, quienes te han salvado el trasero en este tiempo fueron todos desconocidos, ¿no es así?
Debo darle la razón.
Nos movemos rápidamente por los corredores, pasando por puertas metálicas que se abren con un zumbido mecánico mientras mi bebé observa a diestra y siniestra detrás de su mantita. Finalmente, llegamos a una sala amplia, llena de equipos tecnológicos que zumban y vibran con vida propia.
Están aquí.
Al vernos, se encaraman de sus lugares, pero Zaha toma la delantera.
Hackers con rostros concentrados se apartan apenas de las pantallas que parpadean con datos e imágenes en constante cambio. El ambiente es tenso, cargado de una energía frenética como una cueva con genios de la computación. Bueno, es que de eso se trata justamente este lugar.
Uno de los hackers, un hombre joven con cabello desordenado y ojeras profundas, se levanta cuando nos ve entrar. Zaha le explica rápidamente la situación, y él asiente antes de dirigirnos hacia una terminal en la esquina de la sala. Aquí, las luces son más tenues, y el sonido del zumbido de las máquinas es casi hipnótico.
—Kelen—me dice Zaha en tono serio—, tenemos una oportunidad de enviar un mensaje al mundo. Un mensaje que podría cambiar el curso de esta guerra. ¿Ya estás lista? No tenemos oportunidad de fallar.
Asiento, mi garganta se siente seca, pero mi resolución es firme. No hay vuelta atrás ahora. La guerra ha tomado demasiado de nosotros, y si hay una manera de detenerla, debo intentarlo.
—Estoy lista —respondo, aunque siento un nudo en el estómago—. Haré lo que sea necesario.
Uno de los chicos a cargo de la producción comienza a preparar el equipo, mientras otros regresan a sus posiciones con sus dedos moviéndose con destreza sobre los teclados. Zaha me indica que me siente frente a la cámara que está montada en un trípode a la orden de lo que el productor primero me va señalando.
Apenas hablan, pero no es un idioma que reconozca.
No son de acá.
Son hacktivistas que se han posicionado en Mereel, por lo que están asumiendo una suerte de rol neutral, pero ¿cómo llegaron y quién los puso en este sitio?
Me siento, con Ignis en mis brazos, su calor reconfortante es lo único que me mantiene anclada en este momento de alta tensión.
—Vamos a transmitir en vivo—explica Zaha—. Intervendremos las señales de las redes sociales y las principales plataformas de medios. Todo el mundo verá este mensaje, pero ten en cuenta que esto te convertirá en un objetivo inmediato. Las milicias no tardarán en encontrarnos si no somos rápidos.
Tomo una respiración profunda y asiento. Mi mente corre en todas direcciones, tratando de formular las palabras correctas, de encontrar la manera de transmitir el mensaje con la fuerza y urgencia que requiere. El mundo necesita saber lo que está en juego.
La luz de la cámara se enciende, y el rostro del hacker se tensa mientras ajusta los controles.
—Sin presentaciones. Sin excusas y directo al grano. Estamos en vivo en tres... dos... uno... —dice, y luego señala la cámara.
Miro directamente al lente, y por un momento, las palabras se me escapan. Pero luego, el miedo da paso a la determinación, y comienzo a hablar.
—Estoy aquí para advertir al mundo sobre lo que está por suceder si no se detiene esta guerra. Los dragones, criaturas ancestrales y poderosas, no son meras bestias. Son seres con un poder más allá de nuestra comprensión, y están enfurecidos por la violencia que hemos desatado nosotros, los humanos.
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Editado: 29.10.2024