Estoy paralizado, el miedo congeló mi cuerpo, no tiemblo ni respiro. Mi capacidad de reaccionar es nula. Observo que la persona que esta parada es un chico joven.
Antes de que pueda moverme o emitir palabra, veo como se da vuelta lentamente y me da la espalda caminando hacia el otro lado.
—¡Esperá!— Escapa un grito desde mi interior.
Él se detiene, espera un segundo y vuelve a girarse hacia mí. El terror no desaparece.
—¿Por qué estás tan asustado?— Su voz suave pero profunda.
—Estoy perdido, no sé que hago acá.—Respondo con voz temblorosa.
Comienza a bajar hacia la orilla del agua, cuando llega, se detiene.
—¿Hace cuánto estás perdido?
Mientras hago lo mismo que él, bajo, sin antes resbalarme de los nervios, hasta la orilla. El miedo no desaparece pero a medida que me acerco puedo ver que debe tener cerca de 20 años. La luz de la luna no ayuda, su piel se ve pálida y su tranquilidad me asusta.
—Estoy caminando hace más de una hora, perdí un poco la noción del tiempo.—Respondo nerviosamente, mi timidez aún en esta situación me dificulta las cosas.
—Bueno, espérame acá. Ya vengo —Es lo único que dice, antes de dar la vuelta y volver por donde vino.
Estoy lejos de tranquilizarme. Podría ser un fantasma, esto me aterra, pero aún más la posibilidad de que no vuelva, y estar solo nuevamente.
Para mi sorpresa, veo una luz, parece ser fuego. Se acerca nuevamente pero con un palo encendido a modo antorcha.
—¿Vas a cruzar?—Dice mientras me observa fijamente.
No parece que tenga mejor opción más que confiar, así que decido hacerle caso. Ya tenía las zapatillas empapadas, pero decido acomodar mis pantalones para no mojarlos.
El agua no se ve para nada honda y cuando comienzo a caminar lo confirmo: apenas llega a mitad de camino hacia mis rodillas. Miro debajo para no caerme, hay piedras.
Al llegar al otro lado levanto la mirada y gracias a la luz del fuego noto que no es tan pálido.
—¿Dónde estamos? —Presto atención a su rostro.
—En el campo.— Comienza a subir en dirección a los árboles, me adelanto a él parándome en frente.
—Sí, pero ¿para qué lado queda la ciudad?—Aún estoy asustado.
—En esa dirección—Señala a través de mi pecho, giro y miro en esa dirección.
Se me adelanta y comienza a caminar hacia adentro, él va adelante así puedo ver con ayuda de su antorcha.
Todo se vuelve muy repetitivo nuevamente, al avanzar todos los árboles son iguales, y el silencio no ayuda. Caminar detrás me da miedo y estar con un desconocido, que probablemente sea un fantasma, no me tranquiliza para nada.
—¿Vos sos de acá?—Rompo el silencio.
—Vengo de España, aunque soy de muchos lugares—Responde tranquilamente.
—No tenés acento para nada—Que mienta me tranquilizó un poco, al menos no es un fantasma.
—Hace mucho deje mi ciudad y el acento se desvaneció —Comienzo a notar que es muy monótono al hablar.
—¿Hace cuanto...—Me interrumpo—¿Tenés agua cerca? Tengo mucha sed.
—Sí, ya casi llegamos.
Los árboles no parecen terminar, así que dudé que faltara poco para llegar. De todas formas confié.
—El agua—Dice, mientras se acerca a un tronco grande en el cual hay un vaso lleno.
Lo toma con su mano, y la extiende hacia mí. Dudo si tomar, pero me doy cuenta de qué no tengo razones para desconfiar. Así que extiendo mi mano, agarro el vaso y empiezo a tomar rápidamente. Tener tanta sed hace que el agua tenga un sabor muy rico.
—Es de luna—Interrumpe mis pensamientos.
—¿Cómo?—Respondo al finalizar el vaso.
—Es agua que estuvo a la luz de la luna.
Mientras lo escucho empiezo a notar sus ojos marrones que brillan con la antorcha, recorro su rostro: sus facciones son suaves y su pelo es ondulado, suelto y le cae un poco sobre la ceja. Me doy cuenta de que su voz es cada vez más suave y el tiempo parece relentizarse. Tengo mucho sueño. Se percata de mi estado.
—Espero que puedas volver.—Me dice, esta vez sonriendo.
—Quiero estar en mi casa.—Apenas puedo hablar.
Lo siguiente que siento, es como todo se vuelve negro. Me desmayo.