La Nota Suicida

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Un diario.

Encontré un diario mientras limpiaba el enorme cuarto pintado de azul que sería mi habitación en la nueva casa. El lugar era muy antiguo: tenía un desván debajo del tejado, un sótano al que se accedía desde la planta baja y un jardín cubierto de vegetación lleno de viejos árboles de gran tamaño.

Al día siguiente de mudarnos, lo primero que hice fue explorar. Recorrí el jardín, que era grande. Al fondo había una antigua cancha de tenis, pero en la casa nadie practicaba ese deporte: la valla que rodeaba la pista tenía agujeros, y la red estaba totalmente deshecha. Había una vieja rosaleda llena de rosales enanos consumidos por los insectos; un jardincito rocoso que era todo piedras junto a un limonero que aun no maduraba.

Había además un altivo gato negro que se sentaba en los muros y en los troncos de los árboles y la observaba, pero cuando me acercaba para acariciarlo o darle comida, escapaba.

Los primeros días se redujeron a ayudar a desempacar, explorar el jardín y los alrededores. Cuando comenzó a llover los planes de conocer a los nuevos vecinos se truncaron.

—¿Qué voy a hacer ahora?

—Lee un libro —respondió mi madre—. Termina de ordenar tu habitación, habla con tus amigos.

Mama, ¿Qué amigos? Quise decir pero no lo hice.

—No —replique—. No quiero hacer eso, lo que quiero es explorar.

—No me importa lo que hagas —comentó —, mientras no te metas en líos.

Me asomé a la ventana y contemplé la lluvia. No era de ese tipo de lluvia que permite salir y caminar, era muy diferente, de la que cae a chorros del cielo y se aplasta contra la tierra. Era una lluvia implacable que en aquel momento estaba convirtiendo el jardín en un espeso lodazal.

Encendí el televisor y cambié los canales de manera frenética, pero sólo había programas de deportes y hombres trajeados que hablaban del mercado de valores. Luego por fin encontré algo interesante: Un documental sobre la historia de los mayores productores de comida rápida. Me gustó mucho, pero acabo muy rápido.

Era hora de que hablara con papá.

Fui a su despacho.

—Hola, Nefert—saludó papá cuando entre, sin despegar la mirada de su portátil.

—Hum —repuse—. Está lloviendo.

—¿Lloviendo? —replicó papá—. Está diluviando.

—No —lo corregí—. Sólo está lloviendo. ¿Puedo salir?

—¿Qué ha dicho tu madre?

—Ha dicho: "No vas a salir con este tiempo, Nefert Andersson."

—Pues ya lo sabes.

—Pero yo quiero seguir explorando.

—Entonces explora tu habitación —sugirió papá—. Es muy grande, puesto que no has visto ni la mitad de ella. Y déjame trabajar en paz.

—Bien.

Era verdad no había explorado ni la mitad de mi habitación la cual abarcaba un piso entero, una extravagancia que podía permitirme como única hija de mis padres, los dos mejores agentes de bienes raíces del país. Y precisamente con el trabajo que tienen resulta muy gracioso que nos hayamos mudado a un a un recóndito pueblo en medio de la nada a una enorme mansión vieja, muy vieja.

La enorme habitación tenía: cinco puertas, cuatro ventanas, tres escritorios, un armario enorme, pero más grande era el baño con una enorme bañera y un cuartito de un 1.7 metros cuadrados (use el flexómetro) con piso de madera.

Pasé el resto del día limpiando de forma meticulosa la habitación, cuando terminé, fuera la lluvia cesaba, mamá preparaba la cena y el timbre sonó.

—¡Auch! Mierda.

Me pegué en el dedo pequeño del pie con una tabla que sobresalía en el piso. Trate de acomodar la bendita tabla, palabra clave "trate". En su lugar la tabla se desprende completamente dejando ver un libro en el compartimiento.

Lo cogí.

No era un libro cualquiera, era un diario. trate de abrirlo, claro que tenía un candado.

—Cariño, la cena —gritó mamá.

—Luego me encargare de ti.

Deje el diario en el escritorio al lado de mi laptop.

Cuando llegué al comedor me percaté que no éramos los únicos en casa, una alegre pareja de ancianos, los Hansen, conversaban con mis padres y su nieto, Elijah, estaba inmerso en las zanahorias de su plato.

Los saludé.

Los Hansen eran nuestros vecinos más cercanos, 2546 pasos nos separan, y si no hubiera llovido los hubiera conocido esta tarde.

Respondo con monosílabos a las preguntas que la pareja me hacía mientras comía y trate de iniciar una conversación con Elijah quien respondió con señas, asentimientos de cabeza y una mirada. La conversación murió a los 6 minutos luego de preguntarnos nuestro plato favorito.

Esta noche aprendí algunas cosas de los nuevos vecinos: Ana y Mike; aman la jardinería, el chocolate y las pláticas nocturnas. Elijah; las zanahorias y el color azul son sus favoritos, PD: Es muy reservado.

Luego de la cena regresé a mi habitación. Tenía que abrir ese diario y descubrir que era tan importante como para ocultarlo.

—¡Lo logré!

Pase la primera página.

"Querido diario..."

Era lo único que decía. El resto de páginas estaban en blanco.

—Dios que desperdicio—me encogí de hombros—. Bueno ahora es mío.

La laptop sonó. Recibí un Email, era trabajo.

De: matikhygar.sunne@gmail.com

Para: nefert.alaorden@gmail.com

Asunto: Trabaja para mi

Tengo un trabajo para ti, Nefert. Alguien me dijo que puedes hacer lo que sea cuando la paga es buena. Ahora mismo te deposito la mitad del dinero, lo único que tienes que hacer por mí es encontrar al autor de esta nota y evitar que cumpla su cometido. Confío en ti linda.

Atte. Kihan.

En el correo había un archivo adjunto. Lo abrí.

"Me canse de esta crueldad llamada vida. Adiós mamá y papá" decía en la nota con pequeñas manchas de sangre.

Una nota de suicidio. Eso era.




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