El viaje en auto era mas silencioso que de costumbre, lo que me ponía terriblemente nerviosa.
Por la expresión en su rostro podía intuir que ya lo sabía. No había necesidad de preguntar hacia donde nos dirigíamos, ya que podía saberlo sin siquiera preguntar. Desconocía el lugar con exactitud al que íbamos, pero sabía con exactitud con quienes nos encontraríamos.
El frío que hacía en Rusia congelaba las ventanas, empañándolas y haciéndolas borrosas; si fuera en otras circunstancias, en estos momentos estaría garabateando en la ventana o dibujando cualquier cosa que duraría unos segundos en el cristal; pero este no era el momento indicado. Leander no estaba molesto, se encontraba inquieto, inclusive podía imaginar los pensamientos que surcaban su mente en este momento; estaba preocupado por su familia aunque no lo demostrara.
Él no me había dicho nada aún, por lo que su silencio me estaba poniendo ansioso. Me dedique a mirar el paisaje pasar en la ventana en todo el camino, hasta que finalmente llegamos a nuestro destino.
Bajamos del auto de manera tranquila, Leander aún se mantenía en silencio, con sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón y sus zapatos hundiéndose en la blanca nieve, al igual que los míos. Nos adentramos dentro de la antigua casa de los Ivanov, percibiendo el olor a cenizas que aún inundaba el lugar. El fuego ya se había extinguido, pero aún así las cenizas de aquel incendio nos recordaba que había estado ahí, que había aparecido como señal de que lo que vendría.
Nos adentramos con cuidado para que ningún trozo de madera se cayera sobre nuestras cabezas, la construcción de la mansión aún se mantenía en pie, pero los rastros del incendio se mantenían impregnado en las paredes, pintándolas de aquel oscuro color carbón que apagó todos los colores existentes en ella, consumiéndolo todo a su paso y a todos nosotros con él.
Las siluetas de la pareja a unos pasos de nosotros se hizo bastante clara cuando ambos voltearon a nuestra dirección, mirándonos con un semblante serio.
– Supongo que ya se de lo que quieres hablar.
El rostro de Leander se mantenía sereno, pero sus manos temblaban ligeramente y su mirada tambaleaba de un lugar a otro, tratando de no mirarlos, o que ellos no lo miraran; había un resplandor diferente en su mirada. Él se sentía angustiado.
Las ganas de llorar me invadieron en ese momento, siempre fui una persona débil; la típica chica que siempre lloraba cuando algo le salía mal, cuando pasaban alguna escena triste en el televisor, o cuando alguien lloraba frente mío, pero este no era el caso, en esta ocasión mis ganas de llorar se debían a la impotencia que sentía al ver a la persona que amo hundirse poco a poco, y que yo no había podido ser aquello que él necesitaba para poder sostenerse en la superficie.
– No vengo a escuchar sus motivos, solo quiero saber que es lo que planean hacer. ¿Porque colocar a Zev en un puesto que es desventajoso para él?
Sergei y Agnes intercambiaron miradas, ella bajo su mirada cohibida y Sergei desvío la suya hacia el suelo.
– Quiero la verdad – ordenó Leander con voz seria, casi tan fría como nunca lo había escuchado.
– Es el puesto mas seguro. Zev es el mayor de ustedes, iba a incrementar las sospechas si te ponía a ti en su lugar, todos comenzarían a hablar y tarde o temprano este secreto se descubriría.
– Si es que no se esta descubriendo justo ahora – Leander hizo una pausa y el tono de su voz comenzó a temblar ligeramente. – ¿Porque hacerlo? ¿Porque tomar un niño que no es de ustedes e involucrarlo en todo esto?, ¿Saben que le han quitado la posibilidad de vivir una vida normal a un niño inocente? Le dieron su apellido y lo criaron para ser un Ivanov; para ser un cruel y despiadado monarca de la mafia Rusa.
Leander exhalo estrepitosamente, se dio media vuelta y alboroto sus cabellos con desesperación. Su control había comenzado a derrumbarse.
Cuando volvió a posicionarse a mi lado, acerqué lentamente mi mano a la suya, rozando sus nudillos con las yemas de mis dedos; él bajo su mirada hacia mi mano que hacía su recorrido por la suya y pareció tranquilizarse. No me miró, pero su mano aprisiono la mía.
– Sal un momento, cariño.
Agnes vaciló unos segundos, mirando con nostalgia a Leander, para después marcharse tal y como Sergei le había dicho.
– Agnes se encontraba mal. Lo que el doctor te dijo esa vez es verdad, Agnes tuvo un aborto, sucedieron algunos problemas entre nosotros y cuando perdió al bebé, ella simplemente enloqueció, no pudo soportarlo y yo no podría soportar perderla a ella también. Busque en todos los orfanatos y hospitales a un niño que tuviera ojos azules como los míos, pero los ojos de Zev no son parecido a los míos, son tan iguales a los de su madre, es la misma mirada de aquella mujer que amaba a su hijo pero tuvo que entregármelo porque no quería que él sufriera la misma vida que ella, y tal vez esa también fue una mala decisión, porque lo saque de un infierno para traerlo a otro.
Leander se sentía aún mas inquieto que antes al escucharlo. Su agarre en mi mano se había incrementado y podía jurar que escuchaba los latidos de su corazón tan apresurados que hacían eco en toda la mansión en ruinas.
– Aún así no tenías derecho de hacerlo – suspiró. No le quedaban fuerzas para decir algo más.
– Lo sé, pero trato de protegerlo. Esto no debe saberse Leander, Zev no debe de saberlo. Estoy tomando cartas sobre este asunto, todo quedará resuelto en un par de días, ya me deshice de esas serpientes una vez, en esta ocasión no será diferente – lo dijo con seguridad, con aquella profundidad en su mirada que te hacía querer creerle; que todo estaría solucionado si él tomaba el control, pero las excepciones siempre existen y a veces son mas crueles de lo que te puedes imaginar.
Estábamos de vuelta en el auto; Leander encendió la radio del auto dejando que las voces de los locutores inundara el interior, y coloco sus manos sobre el volante, sin encender aún el coche.
#5055 en Joven Adulto
#24906 en Novela romántica
amor romance celos, hermandad y poder, mafia dolor avaricia traicion soberbia
Editado: 14.02.2022