En el momento en el que me vieron entrar, todos automáticamente bajaron sus cabezas y se apartaron para abrirme paso hacia la oficina de mi padre que era mi destino. Al ver sus reacciones, podía suponer que mi rostro no era el mas amigable de todos en este momento y no es como si eso me importara realmente, a parte de mis tres hermanos, el mundo a mi alrededor no podía importarme menos.
Nací, con una daga bajo mi almohada, en una familia donde cualquier pecado es bien visto y las reglas impuestas por el jefe son las leyes que tu debes de acatar sin rechistar, ante ese mundo donde debes seguir a un dictador, lo único que siempre tuve, fue a ellos tres, aquellos niños donde nuestra única conexión, era la sangre de ese hombre que corría por nuestras venas. Yo fui el primero en nacer, el primer vástago de la familia que por azares del destino sería el heredero de toda una organización criminal. Mi infancia, fue mil veces peor que la de mis otros hermanos, por eso cuando vi al pequeño Leander por primera vez, juré que cuidaría de él hasta mi último aliento, y fue el mismo sentimiento con los demás, ellos eran mi única familia, lo único bueno que la vida me había dado, y por ello no iba a permitir que ese hombre los hiciera pedazos por sus alimañas.
– Abre – ordené con voz autoritaria a la secretaria que me miraba con claro nerviosismo.
– Pero no hizo una cita señor Zev, su padre esta ocupado – logró decir después de haber estado boqueando como un pez sin lograr dirigirme la palabra.
– Dije que abrieras, no me importa si el viejo esta ocupado.
Ella se removió inquieta en su silla, se giró a sus espaldas para ver la puerta cerrada frente a nosotros y regresó su vista hacia mi con desesperación.
– ¿Qué estas esperando? Abre la maldita puerta – sisé con todo la calma que pude tener, si no lo hacía, perdería los estribos en este preciso momento.
La chica se sobresalto ante mi tono de voz y se apresuró a abrir la puerta con sus temblorosas manos. Cuando el click de la puerta sonó, no le permití avisar mi llegada, alargué el brazo y abrí la puerta bruscamente haciendo que los dos adultos adentro se voltearan a verme.
– Zev, hablaré contigo en un momento. Estoy tratando asuntos importantes – dijo el viejo Ivanov restándole importancia a mi llegada. Se acomodó en su silla giratoria y le indicó a su acompañante a continuar con su charla, éste me miraba algo cohibido por el aire amenazador que desprendía, pero que era obvio que solo lograría atemorizar a débiles como él y no al gran Sergei Ivanov.
– Me importa una mierda tus asuntos importantes. Lárguese.
El calvo hombre se apresuró a recoger su maletín ante mi orden. y salir despavorido de la oficina.
– ¿Porque tienes que ser tan intimidante? – se mofó Sergei.
– No vine aquí a conversar acerca de mi. ¿Porqué Leander tiene tatuajes de calaveras en sus dedos? ¿Acaso no te lo advertí? Mis hermanos no debían de meter sus manos en el asesinato.
– Sin embargo, los demás delitos que cometen son igual de graves que ser un asesino, ¿no lo cree señor Zev?
Su mirada inquisidora no hacía mas que provocar que la ira en mí aumentara. Estaba haciendo un gran esfuerzo por no perder la cabeza y volcar todo su maldita oficina en este instante para después derribar todo este maldito edificio. Apreté los puños con fuerza, clavando mis uñas en mis palmas y suspirando repetidas veces para encontrar aquella tranquilidad que era nula en mi sistema.
– Alguien tenía que hacerlo – siguió hablando. – Tú estabas tan ensimismado en ir contra mis reglas que alguien debía de cubrir los platos rotos. Mientras que tú te dedicabas en hacer todo lo posible de salir de mis manos, tu querido hermano menor hacía todo lo posible para que tu cabeza no rodara en la plaza de Moscú.
Relamí mis labios mientras posaba mi mirada en el techo blanco sobre nosotros.
Paciencia, Zev, paciencia, si quieres ayudar a tus hermanos, tienes que aprender a dejar de ser tan impulsivo. Me dije a mi mismo, buscando aquel ser paciente que de seguro vivía en mi interior.
Pase mi lengua por dentro de mi mejilla en un movimiento circular mientras asentía repetidas veces con la cabeza.
– Bien. Es obvio que todos estamos a su merced señor Sergei, y ese fue mi castigo por intentar ir en contra de ti, condenaste a mi hermano.
La mirada del viejo Ivanov se oscureció, tamborileo sus dedos contra el apoya brazos de su silla y me miró con desdén.
– Esto es lo que somos Zev, no puedes fingir que vives en un mundo diferente cuando no es así. No puedes mantener a tus hermanos lejos de estos asuntos porque ellos crecieron para ser los amos de toda Rusia, no para vivir una fantasía tonta como el amor. Si eso es todo lo que ibas a decir, ¿porqué no comienzas ya? Vamos, desquita tu ira contra esta oficina.
Se encogió de hombros con una sonrisa burlona en su rostro, con su expresión petulante y postura impenetrable. El gran Sergei Ivanov se mantenía con las manos entrelazadas entre si, con sus ojos azules destellantes de burla y su sonrisa de hijo de puta que provocaba que mi ira se incentivara aún mas, incluso podía sentir el incendio que ésta causaba en mi interior. Las palmas de mis manos habían comenzado a arder debido a la fuerza contra la que estaba enterrando mis uñas dentro de ellas, que incluso mis nudillos se habían vuelto blancos.
– Hoy no le brindaré ese espectáculo –. Sonreí con hipocresía. Sergei se recargó en el respaldo de su silla mientras me observaba en silencio.
– Gracias a usted aprendí algo muy importante años atrás, ¿como iba ese refrán que siempre solía decir? – fruncí las cejas mientras fingía recordar algo que ya sabía a la perfección por tantas veces que lo había escuchado. – El lobo no teme al perro pastor, sino a su collar de clavos.
Su expresión se endureció y en esta ocasión me toco a mi sonreír con mofa.
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Editado: 21.04.2022