– Estamos aquí junto al altar, para que Dios garantice con su gracia vuestra voluntad de contraer Matrimonio ante el Ministro de la Iglesia y la comunidad cristiana ahora reunida...
Dicen que el día de tu boda, es el día mas feliz de todos.
Toda tu familia reunida con rostros que reflejan la euforia de sus corazones.
La iglesia perfectamente adornada con lirios blancos que se entrelazan con los listones color púrpura que están alrededor de los bancos de madera fina.
El olor a rocío mañanero entra por los grandes ventanales de la iglesia, quienes con el reflejo del sol pintan las baldosas de color arcoiris.
Los adornos blancos y dorados adornan la iglesia, el gran ramo de flores que esta encima de la puerta, con dos listones a su lado, indican la boda que se esta realizando. Los adornos, junto con la suave melodía que desprende del piano en una de las esquinas de la iglesia, son los que le dan esa atmósfera de ensueño. Son los que complementan aquel sueño que ansiaba que se hiciera realidad y que ahora se estaba cumpliendo.
– Así, pues, ya que queréis contraer santo matrimonio, unid vuestras manos, y manifestad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia.
Me giró sobre mis talones para estar frente a frente al hombre quien se convertirá en mi esposo de por vida. Observando las minúsculas pecas que rondan por sus mejillas pero que hoy han cubrido con maquillaje, me detengo en su sonrisa, aquella sonrisa de dientes blancos que me contagian y me hacen sonreír de igual manera.
Mi madre siempre me solía decir que era mejor casarse con un hombre al que conoces, que casarse con un hombre al que nunca llegues a conocer.
Erick y yo hemos estado juntos desde nuestra niñez, ambos crecimos con la idea de que algún día estaríamos unidos bajo el lazo del matrimonio ya que nuestras madres se aseguraron de que así fuera.
La señora Meldi deseaba una nuera que fuera sumisa, que tuviera buenos modales y que gozara de gran belleza y para fortuna de mi madre, yo había nacido con esas características. Siempre fui respetuosa, me criaron bajo las enseñanzas de prestigiosas escuelas, fui inculcada desde pequeña para ser una dama.
Aprendí a cocinar desde que tenía diez años de edad, tome clases de repostería a los doce, aprendí a cabalgar un caballo a los trece y aprendí a ser una señorita respetada a los catorce.
Yo era, en pocas palabras, la novia perfecta.
La mujer sumisa que todo hombre deseaba.
Y sobre todo, poseía la belleza que toda mujer envidiaba.
Tenía a centenares de sirvientas a mi disposición, las cuales se encargaban de que mi belleza resplandeciera cada día mas, porque mi madre se aseguraba que mi rostro se mantuviera pulcro todos los días, que cepillaran mi cabello castaño que le tiraba al rubio y que no subiera de peso más de la cuenta . Mi belleza era lo único importante para ella. No había diferencia de una muñeca conmigo, porque ambas éramos iguales. Vestía la ropa que mi madre elegía y me comportaba tal y como todos querían que lo hiciera.
Nací siendo dócil, esa era mi naturaleza y me había acostumbrado a ella.
Erick también lo era. Él también era el hombre perfecto que toda mujer deseaba y del que muchas negaban su existencia.
Fuimos los mejores amigos desde niños.
Fuimos los novios perfectos del otro.
Fuimos comprometidos que derrochaban pureza.
Y ahora, estábamos siendo unidos por santo matrimonio.
Yo no lo amaba, pero mi cariño hacia Erick era sincero y nuestros sentimientos eran recíprocos.
Si había algo en lo que concordaba con mi madre, era en la frase que siempre decía: es mejor casarse con un hombre al que conoces, que casarse con un hombre al que nunca llegues a conocer. Ella tenía razón eso, me sentía feliz por estar a punto de casarme con el único hombre al que he mirado en toda mi vida, era mi sueño volviéndose realidad. No tenía que temer, mi vida sería perfecta, porque Erick era perfecto.
Y con sus manos sosteniendo las mías, el voto matrimonial comenzó.
– Yo, Erick Sallow, te quiero a ti, Yelena Zatova, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Erick sonrió, mostrando su blanca dentadura detrás de esa risueña sonrisa. Los chillidos enternecidos del público causaron que un rubor se extendiera en mis mejillas. Sentía un revoltijo en mi estomago y mis manos no podían dejar de sudar debido a los nervios que me invadían.
Mi ansiada felicidad, comenzaba hoy.
– Yo, Yelena Zatova, te quiero a ti, Erick Sallow, como esposo y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Termine de decir mis votos, me giré a ver a mi madre quien me sonreía con lágrimas de felicidad y orgullo en sus ojos. Observe los rostros de las personas a mi alrededor, viendo como todos y cada uno de ellos tenían una sonrisa enternecida colgando de sus labios. Todos ellos eran nuestros conocidos, quienes nos habían visto crecer juntos, reír, llorar, gritar y hasta discutir entre ambos, todos esos sacrificios, todas aquellas lágrimas, hoy llegaban a su fin, porque a partir de hoy, todo sería color de rosa.
Todas nuestras penas quedarían atrás, solo habrían días felices después de este y el lazo que nos unía nadien podía romperlo.
Erick me sonrió, y yo correspondí su sonrisa mientras que el padre colocaba entre nosotros el listón rojo que nos uniría hasta que la muerte nos separé. Pero la muerte no se hizo esperar.
Lo que sería la unión mas feliz de la historia, se convirtió en el principio de todo mi sufrimiento.
Todo paso demasiado rápido que no me dio tiempo de reaccionar. Mi mirada estaba fija en los ojos cafés de Erick, ojos cuyo brillo comenzaba a opacarse. Su traje color blanco ahora estaba impregnado del rojizo líquido que provenía de su abdomen, manchando la pureza de aquel color que traía puesto.
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Editado: 21.04.2022