El cambio de estación significaba muerte o el arribo de enfermedades mortales en Somardam, pero aún así la gente saludable, e incluso los enfermos, solían festejar y agradecer todas las noches el hecho de estar vivos.
Pero cuando no tenías dinero en abundancia, y perdías a integrantes de tu familia todos los días, era difícil festejar. Éste era el caso de Maeve, quien vivía en un orfanato ya que sus padres decidieron abandonarla y nunca volver.
Y en realidad, el orfanato no era un lugar en sí, sino un grupo de niños rebeldes que se las arreglaban para vivir en una gigantesca casa abandonada.
A sus veinte años, Maeve era una de las mayores del grupo y quien organizaba casi todo, junto con la otra cabeza del grupo, Jano. Al no tener un centavo, los mas grandes tenáin trabajos y los más pequeños aprendían en la casa. Algunos, incluso, salían a robar comida para que todos pudieran comer por lo menos un poco.
- Año dos mil dieciocho- dictó Mae con su fuerte voz, haciendose escuchar en toda la sala, a los niños que escribían a toda velocidad con la lengua afuera para generar una mejor concentración- Querido presidente, dos puntos y siguen aparte...
- Váyase a la mier...-siguió Jano, quien ya estaba preparado para salir hacia el trabajo. Mae le tiró uno de los cereales que estaba comiendo para que no siga con el insulto- eh!- se quejó.
- Desde la A.N.R- le guiñó un ojo y comenzó a caminar alrededor de los pequeños- y aclaren qué significa entre paréntesis, le pedimos que porfavor mande los medicamentos específicos para poder superar la época de enfermedades- ella frenó y recibió el beso de Jno en los labios. Lo vió salir por la puerta y de fondo escuchó las quejas.
- Que asco- dijo uno con su aguda voz.
- Para poder qué?- gritó otro desde el frente- no escuché lo que dijo.
- Superar la época de enfermedades- repitió y fijó su atención en el grupo de chicos y chicas que bajaban las escaleras a gran velocidad, y todos tenían mochilas- a dónde creen que van?- preguntó, cruzándose de brazos.
El líder de la pequeña banda, Bonnie, se enfrentó a ella y contestó.
- Edgar murió, ya no respira y no tiene pulso- escupió las palabras de mala forma- no nos vamos a sentados esperando que alguien responda. Además, sus pobres sueldos no sirven de nada- se acercó más a ella.
- Oh, si no sirven porqué no trabajas?- se agachó para mirarlo a los ojos y asintió- claro, quién contrataría a un niñito de doce?
- Tengo catorce- el ceño fruncido hacía que sus gruesas cejas se unieran en el medio.
- Vaya diferencia- rodó los ojos y le dió la espalda para volver al frente de los niños que intentaban estudiar, sin dejar de pensar un minuto en Edgar, y que el resto de ellos también estaban enfermos.
- Nosotros nos vamos, alguno quiere venir?- preguntó Bonnie, abriendo la puerta para que los de su grupo salieran.
Maeve sacó un dedo y señaló a los pequeños sentados frente a ella, como amenazándolos en silencio.
- Ni se les ocurra- gruñó, y todos bajaron la vista al suelo.
- Como quieran- se encogió de hombros y pegó un portazo al abandonar la casa.
El silenció reinó unos minutos el lugar, taladrándole la cabeza con que no era suficientemente fuerte para ser la líder y enfrentar la rebeldía de los niños. Tomó aire, recordándose que lo hacian para el bien común, y volvió en si.
- Carol, podrías ocuparte del resto de la carta? Iré a ver a los demás- tragó saliva y le entregó un papel a la niña rubia mas inteligente, que sólo tenía seis años.
Ella tomó su lugar y Mae subió las escaleras de dos en dos, cuidando de no caerse, para después correr a la habitación cuyo paso estaba prohibido. La de enfermos.
Aunque ella debía dar el ejemplo, alguien debía ocuparse de ellos. Y por si fuera poco, ella estaba igual o peor que las personas encerradas ahí, pero trataba de no aparentarlo.
Abrió la puerta y, sin querer, se le escaparon alguas lágrimas al ver la situación. Se acercó al lugar donde Edgar solía dormir y comprobó lo que Bon había dichho. Edgar estaba muerto, y sus compañeros de habitación no estaban mucho mejor que él.
Lloró un poco más de lo que quería, y le agarró un ataque de tos que la atacó tanto que tuvo que hacerse un bollito en el suelo para reducir el dolor en el pecho, y para que los otros niños no vieran la sangre que salía por su boca.
Cuando frenó, se sentó en el suelo y entornó los ojos para ver a los demás.
- Cómo están?- les preguntó y su voz sonó asquerosamente ronca. Todavía sentía el sabor metálico de la sangre en la lengua y el paladar.
- No mejor- le respondió alguno que estaba acostado en su lugar, cubierto con una manta.
- Quieren hacer algo?- su voz retumbaba en la habitacion oscura. Habían oído que los gérmenes se reproducían a mayor velocidad con la luz, asi que se mantenían a oscuras.