Capítulo 6: Algo de mi propia carne.
Sentía como la vida se me estaba yendo y de pronto, el sonido de unas fuertes alas llegó a mis oídos, miré en esa dirección y pensé que estaba muerta porque Nefilim acababa de llegar. Entró volando por el balcón y en cuanto puso los pies en el suelo recogió las alas, quedando en posición de descanso detrás de su ancha espalda. Se veía tan hermoso a pesar de su rostro demacrado. Sonreí alegre aunque tenía un terrible dolor, pero sintiendo un poco de energía renovada tras su presencia.
Un grito de terror fue lanzado y luego, un fuerte golpe en el piso. Si antes creía que era una alucinación, la reacción de mi madre me confirmó que era real.
—Layla, mi amor; ¿cómo es que terminaste así?—. Nefilim llegó a mi lado en un abrir y cerrar de ojos, la preocupación y el temor que sentía eran más que evidente en su rostro y en su voz.
El sonido de un fuerte trueno me asustó, era una noche infernal; una fuerte contracción me hizo gritar. No lo pude evitar a pesar de querer ocultarle a Nefilim la gravedad de mi situación, no quería que lo supiera porque le temía a las consecuencias.
—Natalie, Natalie... Por favor reacciona —la voz preocupada de Isaac, me confirmó que mi madre se había desplomado por la impresión de ver a Nefilim y que seguía inconsciente. Me preocupé por su salud. Todo estaba mal en esta noche, o quizás no tanto; porque a pesar de mi estado crítico pude verlo, vino como tanto deseé en silencio, podía morir en paz, Nefilim cuidaría de nuestro hijo.
—O.... —fue la única vocal que llegó a pronunciar el doctor porque Nefilim lo miró amenazante y él hombre amedrentado se calló al instante. Pensé que fue un Oh de asombro, me pareció lógico—. Tengo que practicarle una cesárea urgente, su grado de dilatación no es suficiente y la criatura corre peligro—, le informó a Nefilim.
A pesar de mi grave condición pude darme cuenta de que ellos se conocían. Es más, todos en esta habitación, a excepción de mi madre, sabían de la existencia de Nefilim; porque no reaccionaron con verdadera sorpresa ante su llegada.
—¿Ella sobrevivirá? —la voz de mi amado se quebró.
El doctor se quedó en silencio.
—¡Habla, maldita sea! —lo instó exasperado.
—No.
—Entonces empieza, que yo me encargo de curarla —ordenó decidido, con demasiada seriedad.
—Nooo —grité alarmada, con desesperación. Sabía que si Nefilim hacia eso, sería él el que moriría en mi lugar. ¡No estaba dispuesta a permitirlo!
—Tranquila, Layla. Estoy aquí para ti, pequeña. No dejaré que te pase nada malo, lo prometo.
¡Era él y no yo quién me preocupaba!
—Pero si tú mueres yo no podré seguir adelante. Cuida bien de nuestro hijo y no hagas nada que ponga en peligro tu vida, ¡promételo! —insté con voz entrecortada, utilizando las pocas fuerzas que me quedaban.
Nefilim era el indicado para seguir viviendo entre los dos, si solo podía sobrevivir uno; porque nuestro hijo seguramente sería inmortal cómo él. En cambio yo de todas formas moriría muy pronto comparado con su eternidad. Lo único que deseaba era que pudiera nacer bien y que viviera por siempre, acompañando a su padre. Siempre noté su dolorosa soledad, me alegraba de poder dejarle algo de mi propia carne.
—No puedo prometerlo; lo siento, pequeña. Mi vida te pertenece. Adelante William —le ordenó al médico con determinación, su actitud me recordó a Owen.
—No seas testarudo, te prometo que renaceré, búscame en mi próxima vida y hazme saber que tenemos un hijo, prometo que me esforzaré por recordarte, seremos felices para ese tiempo. Déjame ir ahora, tú eres al que más necesita...
—No te esfuerces más, ¡a qué esperas
William!, no pierdas más tiempo valioso.
Sollocé desesperada, no fui capaz de convencerlo con mis argumentos y no sabía que más hacer, no me quedaba energía ni siquiera para seguir hablando. Mi estómago se revolvió feroz y otra puñalada se clavó en mi interior. Grité sin fuerzas. Me ardían los ojos por las gotas de sudor que caían dentro de ellos, Nefilim tomó un paño y me secó la frente con delicadeza. Su mirada era triste y sombría, sabía que él estaba más que dispuesto a sufrir en mi lugar. Era precisamente eso a lo que más le temía, iba a pasar todas mis heridas y mi dolor a su cuerpo y ya se veía débil. Mi muerte era segura, lo que indicaba que si me salvaba sería tomando mi lugar. Sollocé estremecida.
«¿Por qué tenía que ser este el final?»
«¿Qué mal habría hecho para merecer semejante castigo?»
«¿Si un demonio moría volvería a renacer?»
«Y en caso de hacerlo, ¿qué posibilidades habría de volver a vernos en otra vida?»
Sabía que ninguna, los demonios no habitaban la tierra con facilidad y el tiempo de vida de un humano era demasiado corto para esperarlo. Me quedó claro que si moría no volverá a verlo en esta vida y lo más probable era que en ninguna otra. Y de poder encontrarnos por casualidad, no seríamos capaces de reconocernos; porque cuando alguien renace, lo hace sin ningún recuerdo de las vidas pasadas.
Cuando iban a comenzar el proceso (la cesárea) llegó otra “visita” inesperada, el mismísimo Lucifer en persona. Lo supe al instante por el impresionante parecido que tenía con Nefilim, más que padre e hijo parecían hermanos. Pero como Nefilim no envejecía supuse que Lucifer tampoco lo haría. Mirándolo desde esa perspectiva, era lógico que fuera su padre. Era una noche de sorpresas y de terror también, la presencia del diablo no podría significar nada bueno. Le pedí a Dios, desde mis adentros, que protegiera a mi hijo por nacer.
Era demasiado “honor”, que el propio diablo viniera en persona a mi lecho de muerte, ironicé adolorida; tenía que distraer mi mente para no enloquecer, esto ya era demasiado para mí. Otro grito raspó mi garganta, ni a mi peor enemigo le deseaba este dolor atroz que estaba sintiendo. Mi panza parecía nido de Alien que pronto explotaría y saldría de mi interior, poniendo fin a mi vida.
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Editado: 02.07.2022