Capítulo 7: Algo imperdonable.
—Tengo que irme —hasta su voz era débil.
—¿Estarás bien? Déjame llevarte —me ofrecí de corazón, estaba preocupado de verdad.
—Si lo haces no podrás regresar —advirtió.
—¿Ella estará bien? —le pregunté esperanzado.
Miré su cuerpo, desaliñado y ensangrentado, con profundo pesar. Quería correr a su lado, pero no me sentía digno de ella. Le había fallado en todos los sentidos.
—Tu hijo y ella, están a salvo —aseguró Lucifer.
Esas fueron las palabras más maravillosas que había escuchado en toda mi vida. Lucifer los había salvado, siempre esperé lo peor de su parte; si embargo al final se había sacrificado por mi mujer y mi hijo; esa sería una deuda eterna que jamás podría pagarle. Salvó a mi tesoro más preciado. No podía decir que amaba a mi hijo, cuando me enteré de su existencia era porque estaba matando a su madre y eso fue algo que me enfureció y me dolió hasta lo más profundo. Por instinto odiaba todo lo que pudiera dañar a Layla; no obstante ahora, al saber que ella estaba fuera de peligro, empezaba a sentir un calor extraño en mi pecho al pensar en él. Ambos estaban a salvo, pero mi padre no; y era a él a quien le debía el milagro. Me decidí por ayudar a Lucifer, aunque eso significara irme para siempre.
—Entonces iré contigo, papá.
Por primera vez, Lucifer me sonrió con franqueza. Se sintió cálido y agradable.
—Es satisfactorio que me coloques por encima de tu mujer por primera vez.
—Tú eres mi padre y eso no lo cambia nada, siempre sentiré el llamado de la sangre a pesar de todo lo malo que haya pasado entre nosotros...
—Sé que no he sido un buen padre...
—Eso no importa en este momento —lo interrumpí preocupado, no quería que se desgastara más con palabras innecesarias, lo único importante para mí en este momento era su salud.
—De todas formas quiero decirte que lo siento mucho, espero no sea demasiado tarde.
—No lo es, pero me estás asustando; no quiero que te suceda algo malo por mi causa —. No quería pronunciar la palabra muerte, si moría alguien como él sería un hecho sin precedentes y quién sabe las consecuencias que eso acarrearía para el mundo en general, quizás generaría un desequilibrio total, el mundo de los mortales y los inmortales estaban estrechamente vinculados y Lucifer era la cabeza de uno de ellos—. Jamás me lo perdonaría. Vámonos, estar aquí te debilita más.
También necesitaba sacarlo de aquí lo más pronto posible, porque cuando un demonio se debilita demasiado, puede alimentarse de forma voluntaria o involuntaria, de la energía vital de los humanos que estén a su alrededor.
—Puedes quedarte hijo. Llegará el tiempo en que tengas que venir conmigo, pero mientras tanto vive una vida humana con la mujer que amas y tu hijo.
Me sorprendieron sus palabras, jamás esperé escuchar algo así de su boca. ¡Lucifer acababa de permitir mi relación con Layla!
—¡No quiero dejarte solo, padre!
A pesar de que quería quedarme, no podía dejarlo a su suerte.
—Estaré bien, lo prometo —aseguró.
—¿Lo prometes? ¿De verdad estarás bien? No me quedaré tranquilo si te vas solo.
—Sabes que en mi reino mis súbditos harían cualquier cosa por mí, me cuidarán bien, tendrás noticias mías en algún momento.
—¿Es una promesa?
—Lo es, hijo mío; cuídate.
Después de sus palabras se desvaneció.
Me quedé con los brazos extendidos, como si aún lo estuviera sosteniendo por un tiempo indefinido.
—Owen, Layla estará bien, la examiné y está fuera de peligro —aseguró William sacándome de mi letargo.
Me dirigí a su lado y la cargué, miré el bebé demonio sobre la cama, a un lado de ella. Imaginé que igual me vería hace siglos atrás, tan grande y monstruoso, con esos ojos extraños, esas garras finas y afiladas sobresalientes de sus nudillos y sus enormes alas. Los cuernos comenzarían a crecer durante los próximos años, en determinadas partes del cuerpo, hasta llegar a la adultez y quedarse del tamaño y grosor apropiado. Asustaría a los humanos sin poder evitarlo y no sería capaz de quedarse de un tamaño normal por largos años, hasta que no lograra dominar su propio cuerpo. En mi caso lo logré a los 26 años de edad y fue cuando me enamoré de Arnette, la primera reencarnación de Layla que conocí. Podía imaginar su soledad y su desesperación, al tener que ocultarse de día y de noche por su aspecto. Fue algo que viví en carne propia; al menos tendría a su lado a su madre biológica y me tendría a mí para apoyarlo y enseñarle todo sobre nuestra especie. No sería único, como lo fuí por tanto tiempo. Pero no estuve completamente solo, la hermana de mi madre fue quien me crío aunque falleció cuando aún era muy joven. Por más que me esforzaba en recordar su rostro no era capaz de lograrlo, aunque sí sus palabras y sus enseñanzas. Tuve suerte de tenerla a ella a mi lado en mis primeros años de vida, fue muy amorosa conmigo desde pequeño y me enseñó a querer a los mortales. A pesar de que tuve que esconderme del mundo, gracias a una sola persona, no crecí odiando a la humanidad. Ella me hablaba mucho de mi madre, de su belleza y su bondad. Aún conservaba la pintura, casi realista, que mi tía me dio cuando cumplí 10 años de edad, estando en su lecho de muerte; la imagen era exactamente igual a Karla. Fue un regalo que me dejó mi progenitora, para que siempre la recordara y supiera como se veía.
—Cuídalo bien, voy a llevar a Layla a mis aposentos para lavar su cuerpo —me refería a que cuidara bien a mi hijo, no fue una petición, era una orden.
Salí al balcón con facilidad, no habían puertas ni paredes que estorbaran mi paso. Había regresado a mi tamaño normal y sin ninguna parte de mi cuerpo que pudiera lastimar a Layla. Estaba lo más cercano posible de parecer humano. Recordé algo importante y me detuve, me volteé y observé al doctor que estaba atendiendo a mi hijo.
#9809 en Fantasía
#4889 en Thriller
#2599 en Misterio
demonios y humana, romance fantasía acción aventuras, peligros y adrenalina
Editado: 02.07.2022