Layla trepó al muro del balcón, los pies le temblaban como gelatina, siempre le tuvo miedo a las alturas y cuando lo había superado, precisamente tenía que morir de una caída, que ironía, pensó. Una vez más se despidió, en su mente, de sus seres queridos y sin más dilación, se lanzó.
Meka rió con fuerza, con satisfacción enfermiza, había logrado por fin su objetivo. Tanto tiempo de planificación, habían rendido sus frutos. La mujer que se interponía entre ella y su amor, ya no existía. «Nada se interpondría entre ella y Owen», pensó complacida. Jactandose de lo que ella consideraba toda una gran proeza.
—Adiós, Layla. Al fin te moriste.
Una hora antes:
Owen luchaba por mantener el control de su mente, presentía que algo no andaba bien, estaba demasiado preocupado por Layla. El eclipse había comenzado y aunque tenía puntos ciegos, momentos intermitentes de ida y vuelta de la consciencia, había logrado mantener la cordura. Las palabras de Lucifer le retumban en la cabeza.
—¿Has visto a Meka?... Regresé a mi Reino y ella no estaba allá, la mandé a buscar; pero nadie ha podido encontrarla, me preocupa que pueda tramar algo contra tu mujer.
No obstante, luego de su alteración y su ira previa, se tranquilizó con las palabras razonables de su padre y asumió que si Meka no se había presentado en sus vidas, a estas alturas no lo haría.
Qué equivocado estuvo...
Pero algo le decía en su interior, que nada era tan sencillo, había algo más en la desaparición de Meka y Layla había estado muy alterada en estos últimos días. «¡Cómo demonios no lo pensó antes!» Layla era de las personas que se guardaba todo para sí, de las que haría cualquier cosa por las personas que le importaban. Quizás Meka no había desaparecido del todo, esa loca andaba suelta quien sabía por qué parte; haciendo lo que se le deba la gana, sin ninguna restricción. Incluso su padre, con su inmenso poder, no había podido dar con su paradero. Su Layla podía estar en peligro, no podía dejarla sola.Tenía que resistir. Le había prometido que la protegería.
La Luna se iba cubriendo, poco a poco, de un rojo occidado maldito y era una eterna tortura para su mente y su cuerpo encadenado. Desde una pequeña ventanilla en lo alto de la estancia, enrrejada, podía verla en todo su esplendor. Agitaba sus cadenas con desesperación y gruñía fuerte como un animal herido. Tenía que vencer este obstáculo, por su mujer debía hacerlo. Su cabeza dolía fuertemente y su mente amenazaba con apagarse definitivamente. Sus instintos demoníacos eran cada vez más fuertes; pero seguía de pie y luchando, manteniendo la consciencia lo más intacta posible, dada la situación.
Recordó otra luna roja y el momento exacto en el que recuperó la razón, fue cuando vio a Layla, lanzarse al vacío.
«Esa noche de luna roja pude contenerme y recobrar la consciencia; pero por poco termino con su vida. Sus palabras incomprensibles en mi estado irracional, me hicieron sentir un calor extraño en el pecho, aunque no las pude comprender. Aún no se lo que dijo en ese instante, que pudo ser el último de su existencia, nunca le pregunté. Cuando la vi lanzarse al vacío frente a mis ojos, algo se removió en mí interior y todos los momentos que pasé con ella me llegaron a mi cabeza como flash reflectores», recordó con nitidez, «al principio no podía entender muy bien, pero de pronto todo se hizo claro y comprendí que si no me apresuraba la perdería de nuevo. Desplegué mis alas y volé tan rápido como una flecha, y por suerte, la pude alcanzar a tiempo. De no haberlo logrado en aquel entonces, jamás me lo hubiera perdonado. En mi inconsciencia la traje hasta esta misma Isla y la solté en la torre más alta, eso debió ser demasiado aterrador para ella y más debido a que le temía a las alturas.»
No podía permitir, que algo semejante, volviera a suceder. Tenía que ser más fuerte por ella. Superar todos los obstáculos. El recuerdo de esa madrugada, que estuvo a un paso de terminar en tragedia, lo hizo más fuerte mentalmente. Esa noche fue una prueba, de que sí podría vencer la influencia de la maldita Luna.
Hizo ademán de agarrar el medallón de su pecho, pero no estaba, se tensó al creerlo perdido; entonces recordó que que se lo había quitado horas antes y lo guardó para evitar que se rompiera, sintió alivio; con las gruesas cadenas en su cuello, era imposible que permaneciera intacto de harlo dejado puesto en su sitio habitual. Nunca antes se lo había quitado desde que ella se lo regaló, era su objeto más preciado, el mejor regalo que le habían dado. Era muy significativo para Owen y lo atesoraba como algo invaluable. Cuando estuvo en el infierno, fue lo único que lo mantuvo cuerdo, le sirvió como un ancla que lo sujetó para no irse a la deriva. Imaginar una vida sin Layla, era el peor suplicio que le podía suceder. Estaba obsionado con ella, pero no era dañina su obsesión, no para ella; porque jamás la obligaría a nada, nunca forzaría sus sentimientos y siempre la cuidaría. Aunque le tocara ser solo su mascota o hacerlo desde la distancia (que no era el caso), pero era una muestra de cuán inmenso, desinteresado e inquebrantable era su amor por ella.
Debo soltarme, ¡yo puedo!, tengo que ir con Layla. No puedo esperar más.
—Sistema, desactiva la seguridad de la celda 1.
Ese era su método moderno de liberarse. Tenía que aprovechar a su favor, los beneficios de la tecnología. En la celda 2 estaba su hijo, tendría que déjalo allí, lo más importante en ese momento era Layla. En su Isla privada, nadie podía entrar sin su permiso, ni siquiera los demonios; era el lugar más seguro del mundo. Después de sus palabras, quedó libre.
Voló por el castillo en ascenso, hasta salir por una de sus torres y siguió con su veloz vuelo, de regreso a la mansión. Llegó justo para ver el preciso momento, en el que Layla se lanzó de cabeza desde lo alto de su balcón, pero aún así estaba demasiado lejos del lugar, para poder alcanzarla a tiempo. Logró verla debido a su vista de alcón, pero para un humano sería imposible de día y de noche..., ni mencionarlo. Se apresuró aún más, hasta rebasar sus límites, sintió como si el corazón le fuera a explotar, mas resistió tenaz el dolor insoportable y siguió acelerando. «Si alguien tenía que morir aquí, ese sería él, pero antes, tenía que salvarla a ella.» Lamentaba no haberse podido casar con Layla, ni siquiera pudo proponérselo..., pero ese no era momento para pensar en eso, lo único que deseaba era poder salvarla y lo dudaba...
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Editado: 02.07.2022