La otra cara del príncipe

Capítulo 10

Alimceceg dejó de ejercer presión sobre el cuello de Ockchi, pues desde la retaguardia, Khozul la había golpeado en la espalda, haciendo que de inmediato Alimceceg soltara a su prima y se echara hacia atrás para protegerse de más golpes.

 

Sin embargo, Ockchi no estaba dispuesta a terminar la pelea siendo ella la perdedora. Después que su respiración se estabilizó, la mujer tomó a Alimceceg por los hombros y dio vuelta rápidamente a la situación, Ockchi pasó a estar sobre Alimceceg y a ahorcarla con ambas manos.

 

—¡Te digo la verdad, tu madre murió estando demente! —siguió molestando—. No puedes ocultar el sol ni tu pasado con una sola mano.

Alimceceg pataleó en un intento por soltarse de Ockchi, pero no lo consiguió tan fácilmente. Cuando estuvo allí apresada y sin poder respirar, entendió que siempre había vivido de esa manera, la opresión fue su compañera y el estar al borde del abismo su camino desde tiempos inmemorables.

Así era como se sentía estar en nada, yéndose lentamente, sin turbaciones, y nada más con la incómoda sensación de que ya no respiraba, que sus pulmones se quedaban sin aire.

El rostro de Ockchi se estaba volviendo borroso en los ojos de Alimceceg y aunque ella sabía que en cualquier momento su prima se detendría, no iba a esperarla hasta que eso sucediera y por fin dejar de ser sometida.

 

Rápidamente, Alimceceg empujó con todas sus fuerzas el cuerpo de Ockchi y su esfuerzo sirvió, pues su prima se separó considerablemente de ella. Así que cuando Alimceceg se dio cuenta de eso, de inmediato empujó a Ockchi con un golpe en el estómago, haciendo que cayera de bruces.

Sin pensarlo dos veces, Alimceceg se puso de pie y corrió hasta salir de la tienda mientras tosía una y otra vez en su intento por respirar bien.

 

Los ojos se le humedecieron, pero no entendió por qué. Simplemente, permaneció quieta mientras observaba el discurrir de las demás personas.

 

El viento sopló ligeramente y removió sus cabellos negros. La forma en que percibió la tenue ventisca la hizo estremecerse, Alimceceg se sentía viva… Viva otra vez.

 

[…]

 

Hacía calor, mucho calor.

 

La luz radiante del sol entraba por las cortinas de la habitación de Anuska, la madre de Tuva Eke. Era la misma mañana en la que la mujer había muerto, pues llevaba el mismo vestido blanco con capuz azul que había quedado ensangrentado tras la barbarie de una noche… Decenas de lanzas atravesando su cuerpo en todas las direcciones, entre esas lanzas la del mismo khan.

 

Aquello era un sueño.

 

Tuva Eke volvía a soñar con su madre, pero en esa ocasión él estaba dispuesto a ser valiente y no despertar, al menos tenía el consuelo de ver en sueños a su madre y escuchar su voz.

 

“Huye, huye o nos matará” gritó Anuska a Tuva Eke.

 

Al final huir o no fue poco relevante ante la determinación del khan por matarlos a ambos.

 

Tuva Eke en aquel entonces era solo un niño, así que no le era fácil entender las razones por las que el khan había matado a su madre y le había mantenido a él con vida durante más de una década.

 

Gritos, gritos y más gritos. En aquel mismo instante el patio donde residía Anuska había sido limpiado de los últimos vestigios dejados por su real dueña, todo incluido los retratos, los esclavos y las trazas de un amor fallido: el hijo que lloraba por su madre muerta.

 

“No llores, los hijos de la estepa no lloramos por los traidores” le gritó el khan Karluk cuando lo cogió en brazos.

 

Tuva Eke no paró de llorar, no se iba a perdonar si actuaba de la misma forma que su padre… Ese día hizo una promesa: el jamás sería como el khan, nunca sería un hombre cruel que ni siquiera tenía sentimientos en su corazón, sino dudas y temores por doquier.

 

De repente empezó a hacer frío, mucho frío.

 

Tuva Eke despertó sobresaltado y se encontró dentro de su habitual y retorcida vida. El lecho estaba empapado con el sudor y además las ventanas estaban corridas, ese era el motivo por el que había sentido tanto frío.

 

—¡Señor Yul! —llamó enérgicamente.

 

Era una nueva mañana y Tuva Eke no pensaba empezarla con el pie izquierdo. Ese día él debía pensar si iba a ayudar o no a la quinta señorita. Aunque, la respuesta estaba más que clara, debía hacerlo o sus hermanos lo enterrarían vivo cuando se enteraran de los orígenes de su prometida.

—¿Qué noticias hay? —interrogó cuando el Señor Yul entró a la habitación.

—Temo que no serán noticias buenas para usted —avisó con cara de preocupación.

—Dilo.

—El khan ha vuelto, tegim.

Tuva Eke revolvió sus cabellos con inquietud.

—¿Cuándo llegó?

—Hace unas pocas horas.

—Será imposible hablar con la quinta señorita esta noche —comentó—. Mi padre querrá preparar todo lo antes posible, así que tiempo es el que no tenemos.

—Cree que el compromiso se realice hoy en la noche, ¿verdad? Tal vez deba ser más drástico si quiere terminar con el compromiso.

—La única forma que tengo a mi alcance y también la más creíble es si me enfermo.

—¿Qué está sugiriendo? —interrogó con cara de pocos amigos—. No es hora de la dosis del veneno, hacerlo será muy arriesgado… Puede morir.

—¿Qué diferencia hay entre morir y seguir en mi actual estado? —interrogó con burla—. No hay ninguna diferencia.

—Joven amo, claro que existe una diferencia: usted está vivo.

Tuva Eke deshizo poco a poco la sonrisa burlona que se había dibujado en su rostro.

—¿Por qué no morí ese día con mi madre? Si eso hubiese ocurrido, me habría evitado muchos problemas. Si hubiese muerto junto a ella, este ciclo de sufrimiento se habría roto hace mucho tiempo.

—Señor, si usted está vivo es porque su madre así me lo ordenó. No pregunte cosas sin sentido.




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