La cera de las velas había comenzado a manchar la mesa, ya se habían consumido casi completamente, por lo que no tenía caso, se acercó y las apago, ya ni siquiera se veían como el adorno que eran, miró su reloj y ya era más de media noche.
Su garganta se apretó con el enorme nudo que sintió en ella.
¿Por qué seguía intentándolo?, se preguntaba, ¿Por qué seguía esperando e imaginando que él llegaría?
Tal vez porque era su marido y lo amaba demasiado, como el primer día, el día que lo conoció, aunque al parecer para él ya no era suficiente.
Tomó el sobre que yacía en el plato, otra vez la noticia tendría que esperar, ya lo había hecho nueve veces antes, una más no la mataría.
Salió del comedor y apago todas las luces de la planta baja, gracias a que la parte trasera era de cristal estaba tenuemente iluminado por el resplandor de la luna.
Estaba tan cansada que ni siquiera levanto la mesa, la decepción era demasiado grande, incluso se sentía mal físicamente.
Mark nunca trabajaba los sábados, su cabeza le gritaba una y otra y otra vez.
Entrar a su habitación fue como recibir un golpe en el estómago, se negaba a pasar otra noche en esa cama, al menos no si tenía que dormir sola.
Cogió una manta del armario aún no comenzaba el frío así que con esa bastaría. El cuarto de huéspedes no estaba preparado, pero era mejor dormir ahí que oliendo su fragancia toda la noche.
Aún no entendía que había ido mal en su matrimonio, esos últimos meses habían sido un total infierno, a excepción del día de la cabaña, pensó que habían limado las asperezas que habían tenido durante el año anterior, pero estaba equivocada.
Todo había sido peor.
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Cuando despertó ya pasaban de las nueve de la mañana se sentía aún peor que el día anterior, pero era domingo, una sonrisa se apodero de su rostro, hoy si podría hacerlo, hoy hablaría con Mark.
Las náuseas desaparecieron y le permitieron incluso correr por el tercer piso para llegar a su habitación en el piso de abajo. Arreglaría todo, estaba segura.
Fue como un balde de agua fría incluso sus piernas fallaron y termino en el suelo, estaba vacía, fría, la cama no tenía ni una arruga. No había dormido ahí, solo una bola de ropa en un costado.
Un pequeño trozo de papel adornaba su mueble junto a la cama, pero ni siquiera se acercó ya se imaginaba lo que decía.
¿Dónde había quedado todo ese amor que tanto se profesaban? El suyo estaba ahí apresado dentro de ella.
Con un poco del amor propio que aún le quedaba, se arregló solo un poco, su ánimo estaba por los suelos.
Se rehusaba a estar sola en aquella enorme casa.
No tardó mucho en llegar al Time Warner Center, que estaba a rebosar de gente y familias como cada domingo, ahí se encontraba La Mia Vitta, una de las joyerías más exclusivas del país.
A Bianca le había costado mucho sudor y esfuerzo llegar hasta posición, su mercado comenzaba a expandirse internacionalmente, su mejor trabajo hecho para un príncipe saudí que no reparo en los costos siempre y cuando se cumplieran sus exigencias. Mark y su familia la habían apoyado durante todo ese trayecto
―Buenos días Lily ―Bianca trato de sonar alegre con su gerente, pero el rostro de la chica le dejo ver que no la había engañado.
Agradeció que una pareja tuviera la atención de la mujer y no se acercó a reprenderla, no tenía fuerza para oír sermones.
Su oficina estaba limpia, en una de las paredes tenía todos los diseños pendientes, en los últimos meses no había sido capaz de concluirlos o de hacer algo. Lo que pensaba sería su mejor trabajo ocupaba casi la mitad de la pizarra.
El diseño de una hermosa e intrincada cadena de platino con un precioso zafiro central, iba a ser su regalo de aniversario, le había costado mucho conseguir ese precioso zafiro, pero en ese momento había valido la pena. Ahora no tanto.