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El señor Lancel no sabía que hacer, su mundo se desmoronaría si no encontraba a Anthia.
Los barcos inspeccionaron toda la zona marítima cercana a la isla pero no avistaron ningún galeón enemigo.
En un banco de su jardín esperaba ansioso alguna noticia.
Empezó a imaginar todos los posibles resultados. ¿Estaría muerta? ¿Abandonada en una isla? ¿La usarían y la tirarían? O peor... ¿Tendría que ser una criada?
Cada pensamiento era una cadena más y más pesada que hacía que se hundiese cada vez más en sus manos de la desesperación.
Aunque claro siempre había una distracción en el que siempre se podía apoyar, o más bien unos grititos detrás de la oreja.
-¿Te crees muy linda y digna no? Pues dejame decirte que seré yo la que se case antes, no tu- le decía Cintia a su hermana en la entrada del jardín.
Penélope estaba harta de ella por lo que volvió a entrar a la casa con la cabeza alta.
-¡Cintia!- llamo el señor Lancel para que ella acudiese a él.
Esta hizo caso a la obvia orden y se sentó junto a su padre que rápidamente empezó a preguntar por su anterior conversación.
- Parece que te has hecho a la idea de casarte.
- Desde hace tiempo, pero con alguien que valga la pena- contestó indignada.
- Ya estás prometida con alguien que vale la pena.
-No es un príncipe.
-¿Y?- pregunto ya cansándose de las quejas de la joven.
- No tiene poder.
- Tu tampoco tienes poder, y creo recordar que tampoco eres una princesa.
- Menos mal... ¿Quién quería que fueses rey? - dijo la dama entre dientes.
Su padre se había enterado pero hizo caso omiso. Al fin y al cabo podía comprender el no querer casarse al no conocer a su prometido pero deseaba que la razón de su agonia fuese el querer casarse por amor en vez de quejarse por no tener poder.
Tampoco podía culparla, salía a él.
Siempre en busca de subir socialmente y ser conocido como un aristócrata y una persona de máxima importancia.
Ya tenía una isla y aunque faltara el resto del mundo, aún se conformaba con poder controlar una pequeña porción de personas e imponer normas sobre ellos además de impuestos, por supuesto, aunque un porcentaje fuese a la corona.
-Creo que vamos a adelantar tu despedida, Cintia querida- dijo finalmente el señor.
- Ni hablar de ello padre.
-Será mejor terminar con este asunto.
- ¡Alrevés! Lo mejor es aplazarlo o cancelarlo por completo- dijo añadiendo un quejido al final de la frase.
-Querida...
-¿Querida? Si me quisieses no me harías casarme con cualquiera.
- No es cualquiera y sabes perfectamente que eso no es así. Estas siendo realmente absurda- dijo ya enfadado por la situación.
En la cabeza de la joven ardía el fuego de mil infiernos. Su padre era un iluso.
No veía el potencial que ella creía tener.
Poder... ¡Sí! Poder. Eso necesitaba sobre cualquier cosa. Encuanto tuviese poder podría vengarse de todo aquel que le hubiése causado algún mal.
De momento solo debía ser una buena esposa y luego tirar de las cuerdas del que pronto iba a ser su marioneta de marido.