************************************
—¡Tierra a la vista!— gritó un muchacho con ojos como platos.
Todos, como si de un milagro se tratase corrieron a la cubierta para observar lo que tanto deseaban.
Isla paraíso.
— Al fín llegamos— pronunció el capitán— de momento nos quedaremos aquí durante dos dias pero depende de algunas negociaciones.
Las caras de algunos tornaron tristes al saber esta información. Les encantaría vivir ahí en la isla del disfrute pero debían conseguir oro para comer ¡Y qué mejor que ser un pirata!
Todos empezaron a bajar del barco a el puerto. Desde ahí se podían ver bien los destrozos. La madera agujerada por todos los lados y pudriéndose poco a poco. Mucho había durado ya para estar en tal condición.
El puerto estaba repleto de galeones y barcos de todo tipo.
Piratas gritaban y reían felices mientras hacían sus obligaciones.
Jakar escoltaba a la joven Anthia através de la muchedumbre, mano en su espada por si surgía alguna revuelta. No fue necesario emplear fuerza alguna para pasar. Pirata que Jakar miraba, pirata que se inclinaba ante él como si de un rey se tratase.
Abrían paso facilmente por lo que pronto se encontaron en lo que simulaba un centro de ciudad.
Parecía más un burdel enorme que el centro de esta isla paraíso. Probrablente toda la isla lo fuese en cierto sentido.
Todas las mujeres no se comportaban como damas... Llevaban vestidos que destacaban sus curvas, y teñian sus labios de un color rojo pasión. Algunas eran realmente bellas, otras, eran más facil de no mirar.
—¡Jakar! Que de tiempo... ¿me harás una visita?— exclamó una bastante voluptuosa.
— Vengo por negocios Lina... — contestó el capitán sin hacerle mucho caso.
—¡ Yo te visitaré si me reduces tu precio!— dijo Santiago con una sonrisa perversa.
— ¡Entonces bajaré la calidad de mi trabajo!— contestó Lina finalizando la conversación.
Todos rieron con tal situación y siguieron por su camino.
Poco a poco la tripulación se fueron dividiendo.
Se veía que conocían bien el lugar y sabían su cometido.
Anthia no tenía ni idea de lo que debía esperar. No estaba acostumbrada a estas situaciones. ¿Dónde estaban sus criados? ¿Dónde estaba su padre? ¿Que podía hacer para escapar?
—Llegamos— gruñó Jakar.
Ambos se encontraron ante una pequeña tiendecilla de madera. Su tejado estaba inclinado hacia un lado y su puerta era redonda y agujereada.
Una pequeña campanilla colgaba de el lado derecho de la puerta.
El Capitán lo hizo sonar y agarró a Anthia de la muñeca.
La puerta se abrió de un golpe y un hombre flaco con un bigote enorme y ondulado se asomó.
— ¡Estoy cerrado!— dijo sin fijarse quién estaba en la puerta.
Justo cuando el señor cerraba la puerta Jakar lo impidió poniendo el pie.
— ¿Seguro?— Preguntó el capitán.
— Oh Jakar, perdone— dijo abriendo la puerta.
El extraño señor se puso de rodillas a besarle las manos al capitán que intentaba liberarse de él. El hombre, viendo que no estaba precisamente cómodo con la situación volvió a pedirle perdón y sacó un pañuelo verde de su chaleco violeta para limpiarle las manos de su saliva además de agacharse para continuar adorando al capitán limpiando sus botas.
—¡Quitate de encima Fernando!— gritó enojado y cansado— Vengo aquí por la chica. Sácala de ese saco de patatas y ponle algo de mi estilo.
Fernando le miró y observó a la joven. Había miedo en sus ojos... ¿O era más bien preocupación?
— ¿Quiere un conjunto? ¿O varios?— preguntó el señor volviendo a su rara normalidad.
— Unos cuantos, baratos.No creo que esta señorita gane mucho. Sería una pena desperdiciar tanta belleza por no poder pagar una deuda.
—Soy más que una simple belleza— murmuró Anthia para sí misma.
Tampoco se consideraba hermosa. Ella se veía normal, ni difícil de ver ni una obra de arte. A menudo observaba a las demás damas y sus preciosos vestidos. No se sentía como ellas. Tampoco se sentía como las mujeres que aparecían en los cuadros que decoraban su hogar. Su padre, gentil que era con su hija, siempre decía que se parecía a esas chicas. Ella no lo veía... ¡Además! Tenía más cualidades... ¿No?
Entraron en la tienda guiados por Fernando. El suelo de madera de roble estaba lleno de hilos de algodón y cintas de medición. El mostrador estaba cubierto de telas de todo tipo. A pesar del estilo descuidado de la tienda las ropa en sí parecía bastante digna. Quizas no era una calidad máxima pero seguía mostrando piezas muy elaboradas.
— Volveré en media hora— dijo Jakar abriendo la puerta— 15 monedas de oro te pagaré como máximo Fernando. Haz lo que veas conveniente.
—¿No te preocupa que me escape?— preguntó Anthia.