—¡Feliz cumpleaños a ti!, ¡feliz cumpleaños a ti!, ¡feliz cumpleaños querido Ryan!, ¡feliz cumpleaños a ti!—cantaban a coro toda mi familia a mi alrededor.
Yo estaba arrodillado en una silla al frente de la mesa, un pastel de vainilla reposaba encima de esta y una vela grande con el número diez lo adornaba. Mis mejillas dolían de mi sonrisa tan amplia y no paraba de aplaudir igual que todos mis familiares y amigos más cercanos. Estaba tan contento de por fin tener diez años, ¡ya podía tener mi super pista de carreras que recorría todo mi cuarto!, papá había prometido comprármela en este cumpleaños y él siempre cumple sus promesas
—¡Sopla la velas, Ryan!—había alentado mi abuela Nina
—¡Y recuerda pedir un deseo!—chilló mi vecina Rose dando saltitos de alegría y con los ojos bien abiertos de la emoción, siempre le gustaron los deseos. Era más pequeña que yo por un año, tenía nueve y era niña, pero eso nunca nos impidió ser buenos amigos, siempre me prestaba sus patines verdes y yo mi pistola de agua cada vez que quisiera
Sin más, tome una gran bocanada de aire hinchando los cachetes, me incliné un poco sobre la mesa, pensé mi deseo un segundo y expulsé el aire cerrando los ojos
Al instante en que la vela se apagó todos aplaudieron y chillaron felices. Mi madre me dió un sonoro beso en la mejilla mientras cargaba a mi hermanita Victoria de un año.(aunque preferíamos decirle Tori) Me la acercó un poco y le di un suave beso en la frente, era tan pequeña. Cuando mi mamá se fue apareció mi abuela y me achuchó en su pecho dándome besos por toda la cabeza.
Me bajé de la silla caminado entre mis familiares. Todos me felicitaban y aplaudían, mis amigos me llamaban para jugar en el jardín y mis tíos me daban palmaditas en los hombros y regaban mi cabello junto a mis tías que no dejaban de estirarme los cachetes y decir que ya era todo un hombrecito. Pero yo solo quería ver a alguien, quería comprobar si había cumplido su promesa de hace tiempo.
Entonces apareció, mi padre entró por la puerta de la cocina con algo escondido detrás de su espalda, mis ojos se abrieron de la emoción, sabiendo que era lo que escondía, mi corazón comenzó a latir desenfrenado por la alegría y mis pequeñas manos sudaban levemente por los nervios. Todos estaba callados, aguardando mi reacción.
Se arrodilló ante mí, todavía escondiendo el regalo, y me dio un beso en la frente
—Felicidades hijo—había dicho, con sus ojos color miel iguales a los míos un poco brillantes y cristalinos, no presté atención a eso y le sonreí queriendo ya tener en mis manos lo que tanto había anhelado por mucho tiempo.
Él suspiró y miró detrás de mí, seguramente a mamá, y sus ojos brillaron con más intensidad hasta que tuvo que apartar la mirada y respirar profundo. Arrugué el entrecejo un poco preocupado pero toda preocupación se esfumó cuando sacó el regalo detrás de él y me lo entregó sonriendo
Lo cogí en mis manos con la sonrisa de oreja a oreja y sin esperar más lo puse en el piso arrodillándome también para comenzar a romper el papel de regalo que lo envolvía, extasiado por tener ya en mis manos la pista de carreras y montarla en mi habitación y jugar con ella todos los días
Pero cuando quité todo el papel de regalo mi emoción decayó y me quedé arrodillado en el suelo mirando el juguete, no era una pista de carreras sino un auto a control remoto. Miré a mi padre en busca de una explicación que nunca llegó, porque bajó la cabeza
—¿Dónde está mi pista de carreras, papá?—mi vos sonó apagada y débil. Tenía unas inmensas ganas de llorar por no tener mi pista de carreras, no tenía el juguete que tanto tiempo había querido porque mi papá rompió su promesa, rompió la promesa que me hizo
Las lágrimas comenzaron a deslizarse por mí rostro y suaves sollozos hacían estremecerme, unos brazos me rodearon por detrás y sentí la calidez del abrazo de mamá
—Cariño, no pudimos costearnos tu pista de carreras, lo siento—susurró con la clama de siempre y la dulzura que tanto adoraba de mamá
—Pero...pero papá prometió que me compraría una pista de carreras, yo...yo quiero mi pista de carreras, mamá. Él me lo prometió—las lágrimas no me dejaban ver bien a mamá, la decepción me oprimía el pecho, papá había roto su promesa
Miré a mi padre y este levantó su brazo intentado coger mi mano
—Hijo...
—¡No!—exclamé alejándome de él, que hizo una mueca de tristeza. Todos los presentes soltaron gemidos de asombro y suspiros, nunca le había hablado así a mi padre, siempre habíamos sido él y yo, él era mi orgullo, mi ejemplo a seguir
Me separé de los brazos de mamá y me paré del suelo, mis padres hicieron lo mismo
—¡Hiciste una promesa y las promesas nunca se rompen, tú lo dijiste!—le reclamé apuntándole con el índice, solo pudo bajar la cabeza—. Rompiste una promesa, papá—mi vos se escuchó bajita, hice un puchero y aguanté el llanto
Bajé la cabeza y vi el auto a control remoto donde se suponía que debería estar mi pista de carreras, apreté los puños y le di una patada a la caja
—¡Eres el peor papá que existe!—le grité encolerizado y antes de que me reprendieran salí de la sala y fui hasta mi habitación, pasé el pestillo para que nadie pudiera entrar y me tumbé en la cama
«Este es el peor cumpleaños de todos»
El remordimiento de haberle dicho eso a mi padre y lo mal que se debió sentir con mis palabras por un segundo hizo que quisiera ir a pedirle perdón, pero el enojo de que rompió su promesa fue más fuerte. Golpeé la almohada hasta que me cansé, volví a sentir la necesidad de ir a pedirle perdón otra vez pero me hice el orgulloso y me quedé allí, hasta que me dormí, sin saber que esa sería la última vez que los vería a ambos y esas, sus últimas palabras
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Editado: 17.08.2021