- ¿Estás lista? - preguntó al escuchar la camilla chirriar por el movimiento.
- Sí – dije ahogándome en mi propia respiración.
Se levantó de su silla y caminó unos pasos hacía mí. Se detuvo antes de llegar y me observó por un instante.
- Hermosa – repitió.
Se hizo en la parte de abajo, tomó mis pies y los puso de nuevo en las taconeras.
Esta vez no llevaba los guantes puestos, sus manos eran suaves, delicadas y grandes. Las subió suavemente desde mis tobillos hasta la parte interna de mis muslos, me abrió las piernas.
Sonrió de medió lado.
- Definitivamente hermosa – repitió de nuevo sin dejar de verme el sexo.
- ¿Qué vas a hacerme? -
- Nada que tú no quieras Elena – Tenía toda la maldita razón, lo deseaba desde el momento en que me tocó en la anterior consulta.
Pasó sus dedos por mi vulva, tan suave como una pluma.
Me removí de inmediato.
- Introdujo un dedo en mi vagina, con más fuerza que la anterior vez. De inmediato me hizo gemir.
- Recuerda donde estas Elena, nadie te puede escuchar -
Asentí con mi cabeza.
Empezó a meter y sacar su dedo de mí lentamente.
- Ya estas húmeda Elena -
Mi nombre en su boca se escuchaba diferente.
Introdujo otro dedo y siguió con su tortuoso movimiento.
Yo solo podía jadear de la excitación, ahogaba cada gemido.
Con sus dos dedos humedeció los labios y el clítoris y los frotó unos segundos.
Se llevó los dedos a su boca para probar mi flujo.
- Sabes muy bien -
Puso su cabeza entre mis piernas, pasó su lengua por toda mi vulva, succionó suavemente el clítoris y empezó a jugar con su lengua.
Al mismo tiempo introdujo sus dos dedos en mí. Los sacó y los introdujo varias veces, más duro y rápido. Introdujo un tercer dedo.
- ¡Ah! – gemí.
Levantó su cabeza y sacó los dedos de inmediato.
- Si vuelves hacer algún ruido te vistes y te vas - me amenazó. No podía decir que lo conozco, pero en mi interior sabía que no mentía al respecto.
- Por favor – susurré para que solo él me escuchara.
Me puse la mano en la boca para recordármelo.
Siguió con su lengua y dedos, cambiaba de ritmo, los metía y los sacaba rápido. Cuando sentía que las paredes vaginales se contraían bajaba la velocidad, pero los metía con más fuerza. Me estaba desesperando, quería gritar.
- Por favor – le susurré suplicante.
Levantó su cabeza y se compadeció de mí.
- Sígueme – se metió al pequeño baño dentro de su consultorio.
Me bajé como pude de la camilla, mis piernas me temblaban.
Cuando entre al baño él ya estaba sentado, con los pantalones abajo y su enorme sexo erecto y duro.
Me mordí el labio inferior al verlo.
Cerré la puerta con seguro tras de mí.
- Ya sabes que hacer-
Me arrodillé frente a él, le tomé el falo con mis dos manos y empecé a saborearlo. Mi cabeza se movía de arriba abajo con efusividad, lo miraba de vez en cuando su cara se contorsionaba de placer.
- Elena … - pronunciaba mi nombre de vez en cuando y yo gemía en respuesta con su sexo en mi boca.
Me tomó la cabeza con ambas manos para que parara.
Me levanté del suelo. Se levantó, me giró, puso su mano en mi espalda y me obligó a agacharme un poco y respingar mi trasero.
La metió en un solo movimiento. Puse mi mano en la boca para interrumpir el pequeño grito.
Su sexo se sentía increíblemente bien dentro de mí.
Empezó a moverse despacio y duro. Cada embestida me hacía estremecer.
Estiró su mano hacia mi sexo, empezó acariciarlo en círculos mientras seguía con sus embestidas, fue subiendo el ritmo hasta que sus embestidas fueron frenéticas.
Me corrí allí mismo, al sentir mis contracciones él se corrió dentro de mí.
Sus movimientos se fueron volviendo más lentos y suaves mientras recuperábamos el aliento.
- Eres toda una delicia Elena – por primera vez me besó los labios, suave con mucha delicadeza.
Salió de mí, se limpió con las toallas de papel y salió del baño.
- Creo que vas a necesitar esto – me pasó mi bolso y cerró la puerta para darme privacidad.
Me senté en el suelo un momento, ni siquiera podía pensar con claridad. Poco a poco fue llegando la razón. ¿Qué había acabado de suceder? ¿Esa mujer de hace unos minutos atrás era yo?
Nunca en mi vida había tenido sexo de esa manera. Y mucho menos con un desconocido.
¿Qué demonios estaba pasando conmigo?
Saqué las toallas húmedas de mi bolso y limpié todo mi cuerpo, me vestí y salí del baño.
Me senté con cuidado empezaba a sentir el resentimiento en mi cuerpo después de esas bestiales embestidas.
- ¿Qué acaba de suceder? -
- Algo que tú y yo deseábamos -
- Pero… pero, estoy casada – titubee al decirlo.
- Pues… si le vas a decir espero que no sea celoso, por el contrario, si lo es, no deberías hacerlo – dijo con mucha calma.
- Te tengo una propuesta Elena, pero por el momento quiero que te tomes esto, para el dolor – Me pasó dos pastillas una blanca y una color rosa.
Lo miré por unos segundos, las recibí y me las tomé de inmediato.
- Yo no soy así – prácticamente le susurré, las palabras se me anudaban en la garganta.
- Lo sé, ve y descansas. Luego hablamos -
- ¿Qué? Pero… -
- Hazme caso Elena -
- Descansa y cuando puedas me escribes, ya tienes mi correo -
Se levantó de la silla, tomó mi rostro y me besó, sus labios eran suaves, sabía a menta. Su lengua jugueteo con la mía.
- Que tengas un buen día, espero verte pronto Elena -
Asentí con mi cabeza y me levanté. Salí de su consultorio con recelo, miraba a todos lados, pensando que todo el mundo sabría lo que ocurrió allí dentro hace unos minutos.
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