La Perla I: Por deber

Capítulo 4

Nunca una hamaca había sido tan cómoda como esa mañana. Era más del mediodía y Orlando estaba recostado en ella mirando el cielo azul lleno de blancas y hermosas nubes. Hace poco él y Bert se habían despertado, y aunque había muchas cosas por hacer en la hacienda, seguían de vagos. Bert a su lado tallaba algo, solo que esta vez él no le estaba prestando mucha atención. Tenía la mente en otro lado.

Para empezar aún no se acostumbraba a que esa hacienda fuera suya, o suya y de Bert, pero eso no tenía la menor importancia. Jamás imaginó que terminaría poseyendo algo que no fuera su propia vida. Nunca la tuvo fácil, nunca fue afortunado. No nació con una estrella, sino que fue a buscarla y la capturó. 

Su madre había sido una señorita linda y decente de familia más o menos acomodada. Su padre fue un soldado encantador que la enamoró, o al menos fue encantador hasta que se casó con ella y se apoderó de su dote. Solo entonces afloró quien en verdad era, un miserable aprovechado que hizo trizas los sueños de su madre y la trató peor que a un perro mientras gastaba la dote.

La gastó toda por supuesto, se llevó a su mujer embarazada y siguió una vida viciosa apenas llevando comida a la mesa. Su madre enfermó, no se levantaba de la cama. Orlando supo desde los cinco años que algo tenía que hacer. Que papá no iba a llevar comida a casa, que él y su madre se iban a morir de hambre si no hacía algo. Empezó pidiendo pan a los vecinos, uno que otro daba su caridad. Luego en la iglesia, después limosnas en la plaza. Pero eso nunca era suficiente. La ciudad era grande y no era el único niño mendigo de por ahí.

Había que robar. A los siete, y con mucha decisión, se unió a una especie de pandilla infantil, eran alrededor de unos quince niños que se dedicaban a robar principalmente comida y dinero. Era lo suficiente para alimentarse él y también para llevarle algo a mamá. Había un chico entre ellos, el mayor de todos llamado Frank, quien era el líder y lo fue hasta que tuvo diecisiete años y decidió probar otro tipo de asalto y otra forma mejor remunerada. Para ese entonces Orlando tenía catorce y cuando Frank le ofreció dejar la ciudad e ir a probar suerte en las bandas de asaltantes de caminos lo dudó mucho. 

Mamá estaba muy enferma y su maldito padre se había puesto muy violento últimamente. Llegaba más borracho que nunca y se ensañaba con ambos, él ya no era el niño de antes pero aún así este lo superaba en fuerza. Se negó a ir con Frank, pero poco antes de que el líder de la pandilla se fuera, su madre murió. Él solo se encargó de buscarle un lugar decente de sepultura, o lo mejor que pudo. En el cementerio había un chico llamado Cuthbert Allgood, quien era aprendiz de sepulturero y tenía poco más de su edad, también lo había visto robar en el mercado. Cuthbert se ofreció a ayudarlo en medio de la oscuridad de la noche a profanar una tumba. Lo hizo sin asco y sin pedir siquiera un centavo a cambio, quizá fue el rostro de desconsuelo que le vio, o porque entre iguales no se cobraban.

Lo importante era eso, Cuthbert lo ayudó a colarse por un lado solitario y cargaron juntos el cuerpo de su madre. Por la tarde él se había encargado de desocupar una tumba y con rapidez ambos enterraron a la señora Blanchard. No hubo cura ni misa, pero Cuthbert lo consoló diciendo que en unos días pasaría el padre a bendecir y le pediría que lo haga. Orlando no había llorado desde que encontró el cuerpo sin vida de su madre, y fue justo cuando Cuthbert se ofreció a eso que lloró como nunca antes. Se derrumbó en el piso junto a la tierra y lloró sin parar. Porque no podía más con eso, porque sentía que su vida había sido marcada para pasarla mal, porque su madre a pesar de estar enferma siempre tuvo palabras de consuelo, caricias y sonrisas para él ya no estaba más. 

Pero principalmente lloraba porque ese chico que apenas lo conocía le había dado el apoyo que jamás nadie le dio. Bert lo consoló palmeando sus hombros y su espalda, diciéndole que él también era huérfano y entendía como se sentía. Cuando terminó de llorar Cuthbert lo sacó del cementerio pues venía el guardia.

Pasaron la noche caminando fuera del cementerio hasta el amanecer. Orlando aún era solo un chico, pero descubrió que él y "Bert" tenían mucho en común. Él le contó sobre su madre y su desgracia, también de como había robado con la pandilla. Bert le habló de como se quedó huérfano. Sus padres murieron en un accidente de tren, y fue a parar de aprendiz de sepulturero. De alguna forma, entre conversación y conversación, quedó claro que ambos no estarían conformes jamás con la vida de pobre que llevaban, que ambos tenían ambiciones grandes y ganas de salir adelante como sea. Cuando el amanecer llegó parecía que ya era la hora de despedirse. Después de un largo silencio, con ambos jóvenes frente a frente mirándose con algo de confusión, fue Orlando quien hizo la propuesta.




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