La Perla I: Por deber

Capítulo 14

Jennifer no sabía nadar. La primera vez que tuvo un problema de ese tipo fue de niña cuando jugaba cerca al río. Se cayó, intentó salir, pero la corriente estaba muy fuerte y la arrastró varios metros. Se golpeó la cabeza y se hundió. En serio creyó que iba a morir, estuvo aterrada, tanto que no pudo ni luchar por su vida. Papá la rescató a tiempo y desde entonces no había siquiera intentando entrar al río. Le gustaba estar cerca, la relajaba y además era fresco, pero apenas si se atrevía a poner sus pies y nada más. Y en ese momento se estaba cumpliendo una de sus pesadillas, otra vez estaba siendo arrastrada y no podía hacer nada. 

Se aterró, pensó que moriría y que nadie podría ayudarla. El terror dio instantáneo paso al alivio cuando su cabeza salió del agua, se apresuró a respirar todo el aire que pudo, tosió. Intentó moverse, buscar un punto de apoyo o algo, pero no se movía. Alguien la estaba sosteniendo.

—Calma, Jennifer, te tengo —escuchó que alguien le habló. Estaba aún tan aturdida que no logró identificar la voz en ese momento—. Te tengo —repitió. Se dio cuenta entonces, alguien la sacó y la sostenía. Sintió miedo nuevamente y se aferró fuerte a quien sea que la había salvado. Tenía temor de volver a caer, aún sentía como el agua la arrastraba—. Jennifer, me estás asfixiando.

—¡Lo siento! —intentó serenarse. Levantó la cabeza, era Orlando. Casi se echa a llorar a sus brazos, no recordaba exactamente como fue que cayó al agua, pero lo importante era que él estaba ahí. Ella rodeaba su cuello con sus brazos y sentía que la sostenía de la cintura, tal como hizo la noche en que se conocieron.

—Tranquila, estamos a salvo, ¿ves? —miró alrededor. El árbol inclinado al agua desde donde cayó no era el único del camino, metros más allá había otro idéntico del que Orlando se sostuvo para mantener el equilibrio. Él cogía una rama una mano y con la otra la tenía a ella—. La corriente ya no está tan fuerte aquí, relájate.

—Ajá... —Era cierto, ya no había riesgo de irse arrastrada.

—Vamos a avanzar despacio, ¿si? Solo no me sueltes

—Bien.

—Jennifer, ya puedes pararte, hay suelo —lo miró, lo notó sonreír y a pesar del agua y de frío que sintió igual enrojeció al verlo, más al darse cuenta que estaba bien pegada a él. Pecho con pecho, sus piernas enredadas en él y sus brazos rodeando su cuello. Muy cerca, más de lo que jamás había estado con nadie. Separó un poco sus piernas y piso las rocas, claro que había suelo. Se sintió un poco tonta de pronto—. Ahora vamos a avanzar, ¿si? Das un paso después de mí.

—Entendido —Orlando avanzó un poco, Jennifer lo imitó. Pero al siguiente paso una roca llena de musgo la hizo resbalar y por poco casi se cae al agua nuevamente, hasta soltó un grito. De lo asustada que estaba su reacción fue pegarse más a Orlando en busca de refugio.

—Relájate, linda, no te voy a dejar caer. Confía —se paró bien nuevamente. Habían avanzado un poco más, se podría decir que casi estaban a salvo. Ella volvió la vista a él. Orlando la miraba fijo, sus ojos brillaban. La miraba de una forma que la puso a temblar, pero no de mala manera. Sino que la estremeció, la hizo sentir bien y que de pronto un extraño calor invadiera todo su cuerpo.

—No sé nadar.

—Si, ya me había dado cuenta —sonrieron los dos a la vez. Avanzaron subiendo por las ramas, al fin Jennifer pudo tomar su propia rama lo bastante fuerte para sostenerse y apoyarse ahí, el agua le llegaba a la cintura. Y ella estaba mojada de pies a cabeza, al igual que Orlando.

—Gracias —murmuró con algo de timidez, nunca imaginó estar mojada frente a él. Y Orlando que no dejaba de mirarla de esa manera que la encantaba. Para su sorpresa Orlando se acercó a ella, recogió un mechón de sus cabellos y lo acomodó detrás de la oreja. Se sentía hipnotizada con su mirada y su cercanía. Él se acercó aún más, puso los brazos sobre la rama donde ella se apoyaba a ambos lados, rodeándola, haciendo una prisión con su cuerpo.

—No agradezcas nada, Jennifer, yo haría cualquier cosa por ti.— Estaban pecho con pecho otra vez, como en el agua. Orlando ya no podía más. Fue a rescatarla muerto de miedo de que se haya lastimado, se sintió desesperado al no encontrar un punto de apoyo, pero cuando al fin se cogió de la rama que los salvó todo empezó a cambiar. La tenía entre sus brazos, ella se aferraba a él con fuerza. Podía sentir sus senos sobre su pecho, sus piernas enredándose en sus caderas, su aliento tan cerca. Casi se olvida de todo y la besa ahí mismo. Pero en verdad no podía más, quería besarla. Y a riesgo de una cachetada lo iba a hacer.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.