A pesar del incidente de la noche Orlando había amanecido con un ánimo excelente. Era un chico de grandes ciudades, de tierras desérticas, de montañas. Jamás tuvo un hogar. Y no era que de pronto sintiera que La Perla sea su hogar, pero era como si toda esa alegría por la Feria de la Siega se le hubiera contagiado. Aunque sabía que la auténtica responsable de esa alegría era Jennifer, quien no dejaba de hablar de ferias pasadas y de lo buena que estaría esta a pesar de todo.
Bien, también tenía que admitir que no solo esa felicidad era por la feria. Era por ella. Desde aquel día en que quedaron en verse no había habido tarde en que no se frecuentaran y las cosas además habían mejorado mucho entre ambos. Aquella mañana recordaba particularmente una tarde hace un par de días. Él estaba recostado en el pasto y ella estaba a su lado. Para ser precisos, ella tenía la cabeza apoyada en su pecho, Orlando la rodeaba con un brazo y con la mano libre acariciaba la mano de ella. Habían estado hablando de todo un poco, ella le preguntó sobre su vida antes de llegar a La Perla y él soltó algunas anécdotas graciosas, nada que siquiera la haga sospechar de que alguna vez fue un bandido.
—Has hecho muchas locuras —le dijo, segundos antes había estado riendo.
—¿Quién no las ha hecho? Simplemente no puede evitarse.
—Yo.
—¿Tú qué?
—Yo nunca he hecho locuras, Orlando. Mi mayor locura fue intentar montar el caballo de papá sin permiso, Emperador casi me derriba.— Él rió también. Acarició su mejilla y luego sus cabellos. Jennifer suspiró, se aproximó más a él y apoyo sus manos en su pecho—. Siempre he sido muy normal.
—No eres una chica normal, Jennifer. No sé por qué crees eso.
—Claro que sí. Soy una mujer normal, hija de hacendado, que aspiraba a casarse con otro hacendado o con un hombre de bien que me ayude a llevar la administración de las tierras de mi padre. Lo único que siempre he querido es criar caballos, supervisar la siembra, hacer negocios, encargarme de la casa, tener hijos que se hagan cargo de mayores y morir en paz. Dime si eso no es lo más normal del mundo.— No podía contradecirla. Eran sueños de una mujer sencilla y hogareña, una mujer que no aspiraba a más grandeza que ser una buena esposa, hacendada y madre—. Esos siempre habían sido mis sueños, no le pedía nada más a la vida. No quería conocer el mundo, no quería ser libre como sé que piensan muchas chicas de mi edad. No quería un romance de novela. Solo quería mis tierras y mi familia, nada más.
—No se trata de eso, Jennifer. La forma en que vives, la forma en que piensas y te expresas, eso te hace especial. Eres honesta, sincera, fuerte, luchadora. Eres mi guerrera.— Era la primera vez que la llamaba así en voz alta aunque siempre lo había pensado. Desde que la vio en la plaza corriendo detrás de Jake, y al conocerla más lo había convencido que no podía existir mejor descripción para ella. Podía ser como Jennifer decía, una mujer de sueños simples. Pero luchaba por la justicia como una leona, defendía el honor de su padre, hacía sacrificios por su familia, ¿no era eso acaso algo que admirar? Pues claro que sí.
—Tu guerrera —repitió ella con una sonrisa.
—Así es —se quedaron en silencio un momento. Orlando amaba esas tardes a su lado, la calma de aquel lugar tan cerca al río, tan de ellos. Tardes en las que la cubría de besos y caricias suaves. Horas en las que conversaban sin cansarse de cómo había ido su día, de anécdotas pasadas, de cosas que les gustaban, o de lugares que Orlando había conocido, o caballos, historias de La Perla, entre otras cosas. Siempre había algo de que hablar y siempre había momentos para callarse a besos.
—Yo nunca soñé con esto —dijo de pronto—, pero ahora que lo tengo creo que ha sido mejor nunca haberlo soñado. Porque ahora es real, es perfecto y me hace feliz.— Supo que se refería a ellos. A eso que tenían. Escucharla decir aquello le dio tal alegría que sintió su corazón acelerarse.
—Creí que esto era una locura.
—Lo sigue siendo, es la única locura que he hecho en mi vida. Y no me arrepiento.— Jennifer se incorporó. Orlando la contempló recostado en el pasto y de pronto sintió mucho miedo. No sabía qué haría cuando su correcta Jennifer Deschain sepa que había sido un criminal toda su vida. No sabía qué iba a ser el día que ella se aleje para ir a un altar a casarse con Joseph Morgan. La certeza de que algún día iba a perderla lo destrozó. Ella estaba ahí frente a él, mirándolo con una sonrisa radiante. Lo últimos rayos del sol iluminaban su rostro y sus cabellos haciéndola lucir más hermosa de lo que ya era. Se sentó y se apresuró en aproximar sus labios a los de ella. Jennifer se dejó besar, pronto sintió sus manos en su pecho, posadas cerca de su corazón.
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Editado: 08.01.2020