Se podría decir que el día había sido perfecto. Aunque en la mañana sintió pena por la ausencia de su padre en esa feria, finalmente logró animarse. Cada año la hacienda de los Deschain abría sus puertas para la exhibición de los caballos. Había carreras, pruebas de resistencia, de domar al caballo más salvaje, de que los niños aprendan como se sube a un caballo y troten, pero claro que todos los niños preferían ver los ponys. También iba gente de todos lados solo para comprar a los mejores ejemplares, sabían que un caballo cuidado en esa hacienda tenía garantía total. En aquellos días su padre estaba más feliz que nunca al ver las sonrisas de los invitados admirando su trabajo.
Si, esos fueron buenos tiempos, pero ya no podía quejarse de los actuales. La feria había empezado muy bien y además tenía a Orlando. Eso era lo que la hacía más feliz. Los primeros días estuvo convencida de que aquello era una total locura que no podía evitar. Cuando estaba sola se planteaba decirle que era mejor dejar de verse, pero luego cuando se encontraban todos los deseos de apartarse se esfumaban. Después de verlo llegaba a casa como si estuviera flotando. No hacía otra cosa que pensar en volver a sentirse su abrazo y sus labios besándola, los pensamientos de separación siempre la asaltaban pero poco a poco se fueron apartando hasta desaparecer en el fondo de su mente, reemplazados por la felicidad que sentía de estar con él.
Era cierto lo que le había dicho, que jamás había soñado con un amor así. Orlando le daba un tipo de felicidad que no conocía. Había sido feliz en muchas etapas de su vida, de niña en sus juegos por el campo, con papá montando caballo o simplemente a su lado. O con mamá cantando de muy niña. Pero la dicha de estar al lado de Orlando, de tomar sus manos y sentir sus caricias, de besarlo y mirarlo a los ojos con emoción era otra forma de ser feliz, algo que nunca imaginó pudiera sentirse. ¿Cómo pensar en separarse de él si sentía tan plena? No había forma.
Y esa tarde en la fiesta había descubierto otro tipo de felicidad. La de bailar, divertirse y reír al lado de amigos. De niña su único amigo fue Damon, algo se relacionó con Elena y Santos, pero de mayores las cosas eran diferentes. Hace tiempo que no se divertía tanto. Aunque hubiera sido mejor poder tomar a Orlando de la mano libremente. De a ratos se quedaba mirando a Damon y Elena quienes vivían su amor con naturalidad delante de ellos y lucían muy felices. No importaba lo que se diga de Elena, ella sabía que no era cierto. Y Jennifer pensaba que algún día le gustaría estar así en brazos de Orlando, sonriendo y besándose sin temores delante de todos, sin ocultarse de nadie, sin temor a nada.
Estaba justo pensando en eso cuando escuchó el ruido. Se dio cuenta cuando Orlando miró hacia un lado y su gesto cambió por completo. Miró en la dirección donde se dirigía la vista de Orlando y también se le borró la sonrisa, se puso pálida incluso. Joseph había llegado y el señor Jonas intentaba impedirle que pase más allá.
—¡No es bienvenido aquí! ¡Lárguese! —insistía el hombre rodeado de sus capataces, pero Joseph parecía no inmutarse.
—He venido por mi prometida.— Eso lo escuchó Jennifer claramente. Se dio cuenta que estaba temblando.
—Quédate acá, Jennifer —le dijo Damon—. Iré yo a calmarlo.
—¿Pero quién se ha creído ese hombre que es para venir a mis tierras? —dijo Santos molesta— ¡Él sabe bien que no es bienvenido aquí! Jennifer, ven conmigo, será mejor para evitar un escándalo.
—No —Jennifer se puso de pie—, yo iré.
—Jennifer, no —dijo Orlando despacio.
—Déjenme, es lo que tengo que hacer. Disculpa, Santos, no quise arruinar tu fiesta.— Sin decir nada más caminó hacia donde estaba Joseph a punto de hacer un escándalo con el señor Jonas. Tenía que hacerlo, por más que le pesara dejar la compañía de sus amigos y de Orlando, tenía que evitar que las cosas se pongan peor. Cuando Jennifer llegó hasta ellos se silenciaron de inmediato—. Joseph, por favor, estás haciendo una escena. Los platos sucios se lavan en casa, si has venido a sacarme de aquí entonces hazlo ya.— Fue lo más firme posible cuando por dentro moría de nervios por lo que podía pasar, principalmente porque detrás de ella estaban sus amigos y Orlando. Además Joseph estaba muy molesto, nunca lo había visto así. Y sabía que esa molestia era con ella, no sabía lo que le podía hacer en ese estado.
—Señorita Deschain, no tiene que irse de mi hacienda así por culpa de este animal que tiene de prometido —le dijo el señor Jonas.
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Editado: 08.01.2020