Lo primero que Joseph ordenó fue que se dirigieran todos a su hacienda. Se consiguió una carreta de carga y sin importarle si era digno o no de alguien de su condición, subió junto con Jennifer y la sacó del pueblo. Sus hombres lo escoltaron a caballo, mientras él daba ordenes que se lleven luego a tía Cordelia y que despierten al médico de la hacienda. Discretamente uno de sus hombres le consultó si no sería mejor llamar también a un fiscal a lo que no supo qué responder.
Estaba impactado por todo lo que había pasado, ni siquiera estaba seguro si era correcto lo que hacía en ese momento. Solo se le ocurrió sacar a Jennifer de ahí, el imbécil de Steve aún estaba vivo y andaba gritando de dolor mientras lo auxiliaban. Ya el comisario se encargaría y se notaba que no lo dejaría libre por nada del mundo. Jennifer estaba desmayada y él solo atinó a detener el sangrado de las heridas visibles. Si se quedaban en el pueblo pronto se esparciría la noticia y sacarla sería todo un problema, prefería que esté en una zona donde él tuviera el control.
—Busquen a su abogado.— Fue lo único que se le ocurrió decir.
Un fiscal hubiera sido buena idea, un médico legista quizá. Lo normal, lo lógico, sería que se ponga la denuncia por abuso sexual inmediatamente para evitar que apenas Reynolds esté a salvo de muerte lleguen los matones de su padre a llevárselo, aunque eso signifique desacato a la autoridad. Simplemente alegarían que no había denuncia ni pruebas ni nada. Y pensó que quizá Jennifer lo querría así, que su prometida siempre tan justiciera desearía que todo el peso de la ley caiga contra ese maldito.
Pero también pensó que Jennifer había pasado por una experiencia traumática, que quizá estaría inestable, temerosa, que al despertar pondría el grito al cielo porque no quería que todo el mundo se entere de su desgracia. Eso bien podía pasar, si se ponía una denuncia de ese tipo finalmente todo se haría público y lo principal era salvar su honor. Quería hacer tantas cosas como ir a rematar a Reynolds, denunciar a ese maldito, hacer que se pudra en la cárcel y hacer que ahí dentro los presos se encarguen de él. Pero por primera vez se sentía temeroso e indeciso. Con Jennifer en sus brazos, herida y frágil. Ella siempre tan hermosa y fuerte, de pronto así... no, no podía hacer otra cosa que sentirse mal y desorientado.
Llegaron al fin a la hacienda Morgan. El médico ya estaba a la espera, el hombre servía a su familia desde hace muchos años y contaba con su completa discreción. Le llevaron a una habitación de huéspedes, y aunque Joseph quiso entrar el médico de la manera menos grosera le dijo a su patrón que solo estorbaría y que lo deje a él hacer todo junto con la enfermera. El tiempo de espera se hizo infinito. Lejos de sentirse mejor o de aclarar sus ideas para proceder de una vez, Joseph se sentía más desesperado. Hasta culpable. No debió dejarla sola esa noche, si ya había escuchado que Reynolds la amenazó, si todos estaban tan ebrios, si ese tipo le había jurado venganza. Debió cuidarla, debió estar siempre acompañada. Por culpa de esa imprudencia Jennifer había pasado la peor de las humillaciones.
—¡Joseph! ¿Qué ha sucedido?— La tía Cordelia acababa de llegar. Apenas la vio frunció el ceño. "Vieja inútil, se supone que estás aquí para cuidarla, se supone que no le tenías que despegar un ojo en toda la noche".
—Pasa que es una completa inútil, Cordelia —dijo para sorpresa de esta. Ella lo quedó viendo sorprendida, dolida principalmente. Enrojeció de pura vergüenza.
—¿Qué es lo que he hecho?
—Dejaste sola a tu sobrina cuando se supone que ese es el motivo por el que estás aquí. Estuvo sola y por culpa de eso...—Fue en ese momento que apareció el médico. Joseph aún sentía deseos de descargar su ira con esa mujer, pero primero quería saber que le había pasado a Jennifer y como estaba. Quizá no pasó, quizá las cosas no eran lo que pensaba. Quizá solo la maltrató pero nada más, deseó de todo corazón que fuera así.
—Señor Joseph —dijo muy afligido el médico—. Es mejor... es mejor que llame a los oficiales, un abogado, un legista. Tienen que detener al culpable de esto.
—Ya lo tiene el comisario.
—Gracias al cielo. Yo... disculpe señor, es su prometida, solo que no tengo palabras.
—¡Oh cielos! ¿Qué le ha pasado a mi sobrina?— La tía se llevó una mano al pecho. No le importaba mucho en sí la salud de Jennifer, pero si se moría toda la familia y la seguridad económica se iba por el tacho. Esa maldita tenía que estar viva por más que le pese.
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Editado: 08.01.2020