Jennifer estaba aterrada. No salió de ese horror por varias horas, fue en verdad terrible. Tanto que simplemente se había aferrado a Joseph y no lo quiso soltar. Tenía un estúpido miedo de estar sola y su mente confundida le decía que no suelte a Joseph, que no era la primera vez que él le salvaba la vida, que con él todo estaría bien. Y puede que en parte aquello sea cierto, Joseph nunca dejaría que la vuelvan a dañar, porque muy a su manera la amaba y solo quería cuidar de ella. Aunque por muchos días había deseado que él no volviera nunca a La Perla, de pronto su presencia era un gran alivio. O al menos así fue hasta que reaccionó.
Hasta que se llevaron a su tía a la delegación, hasta que llegó el comisario Pangbord a hacer preguntas. Al principio ella fue incapaz de responder algo coherente, solo lograba llorar. Estaba muy nerviosa, la sensación de que pudo haber muerto la tenía alterada, recordar lo que vivió cuando Steve casi acaba con ella. Ya ni siquiera se daba cuenta que sostenía a Joseph del brazo con fuerza y que no lo soltaba. Fue él quien al principio se hizo cargo de todo y empezó a dar las primeras declaraciones al comisario para ir aclarando el asunto.
—Acababa de llegar, estaba apenas entrando a la hacienda cuando escuché disparos. Me apresuré y llegué justo a tiempo para evitar que la matara. Cordelia estaba en verdad loca, tenía esa escopeta y no dejaba de apuntar, ha sido un milagro que no me hiriera a mí también.
—¿Y tiene idea de por qué hizo algo como eso?
—Solo decía estupideces, decía que Jennifer era... bueno, palabras bastante fuertes sobre su honor, usted me entiende.— El comisario asintió. Claro que no iba a reproducir delante de Jennifer todos los insultos que su tía soltó.
—Entonces no tiene idea de nada más.
—Es lo único que he visto y lo que sé. Cuando ella esté mejor seguro le contará todo.
Se llevaron a Cordelia aún inconsciente, era lo mejor que podían hacer. Joseph pidió que se la llevaran antes que despertara, quería evitar que empiece a gritar sus locuras nuevamente y perturbara a Jennifer. Y así fue que se quedaron los dos solos esa noche y por primera vez. A Joseph se le ocurrió escribir a la familia de Mejis para que vayan pronto, solo ellos podrían cuidar de Jen hasta el matrimonio y asegurarse que esté bien.
Jamás debieron dejarla con esa demente de Cordelia. A Jennifer pareció no importarle mucho estar a solas con Joseph, esa noche no estaba para pensar en aquellos detalles. Cuando al fin logró soltar su brazo tampoco quiso dormir sola, por lo que acabó por quedarse dormida en un sofá de la sala con él sentado al frente.
Para cuando Jennifer despertó el terror no se había ido del todo. No solo por la terrible experiencia, sino por lo que iba a pasar. Su tía sabía. Su tía no iba a dudar en contarle todo al comisario, en decirle por qué lo hizo. Y esa versión pronto llegaría a los oídos de Joseph y de su tío Robert. Eso era lo que en verdad le asustaba, la certeza de que todo acababa de irse al demonio. No había forma de hacer callar a Cordelia, solo era cuestión de tiempo para que todos sepan que ella y Orlando eran amantes.
Por la mañana llegaron los empleados de la hacienda, Bertha le preparó el desayuno que tomó al lado de Joseph sin muchas ganas. Había mucho silencio y la verdad ella ya no sabía cómo mirarlo. Le había salvado la vida dos veces, estaba ahí solo por ella y muy preocupado. ¿Qué haría Joseph cuando se entere que tenía un amante? ¿Un amante que además era alguien que él detestaba? ¿La mataría a ella? ¿A él? ¿A los dos? ¿Hasta dónde llegaría su ira al saber la verdad?
También estaba su familia. ¿Qué haría tío Robert cuando sepa que el hombre a quien le dio toda su confianza se acostaba con su sobrina a escondidas? Eso iba a acabar en un terrible desastre, una tragedia en la que quizá habría más de un muerto. Jennifer sabía que solo era cuestión de horas para que todo acabe, y si por la noche se aferró a Joseph como su salvador ahora deseaba con todo su corazón que Orlando estuviera ahí. Quería correr a sus brazos y llorar, quería pedirle que la ayude, que no la deje y que enfrenten juntos esa desgracia. Solo así podría resistir a lo que se venía.
—Jennifer, debes pasar más tarde a la comisaria —le dijo Joseph mientras cogía su sombrero—. ¿Deseas que venga a recogerte para acompañarte?
—La verdad no me gustaría estar bajo el mismo techo que mi tía otra vez. Creo que mejor envío una misiva al comisario para que venga aquí.
—Eso parece mejor —hubo silencio un instante. Él la miró tranquilo, y ella intentó hacer todo lo posible para aparentar que ya se sentía mejor. Lo único que quería era estar sola para pensar y Joseph no se iría si la notaba alterada—. ¿Estarás bien?
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Editado: 08.01.2020