Charice estaba perdiendo la paciencia. A mitad de camino hasta pensó que todo aquello de ir a cumplir su venganza ella misma era una total locura. Se convencía de eso mientras la locomotora avanzaba a través de un valle para luego perderse en el desierto. Eso la ponía algo nerviosa, ella jamás había estado en una zona desértica y ese lugar era un sol infernal, un paisaje que no tenía más novedades que arena y puebluchos pestilentes. Habían hecho algunas paradas y no había encontrado más que pueblos dignos de ser borrados del mapa. Ella no estaba para esas cosas, era una mujer fina y de clase, no tenía por qué pasar por aquellos horrores.
Una vez atravesaron la zona desértica el paisaje cambió bastante para su alivio. Era un valle que se notaba próspero, lleno de grandes haciendas y con poblados más civilizados. Eso la hizo sentirse más tranquila, en serio creyó que ese condenado Steve la estaba llevando al mismísimo infierno. En realidad era justo eso lo que le hacía perder la paciencia, la compañía de Steve. Ni siquiera le daban ganas de ser hipócrita y sonriente con él tal como se comportaba con todo el mundo. Quería que le quede bien claro que no soportaba la situación, que no lo soportaba a él, y que la próxima vez que abriera la boca lo haría callar a golpes por el otro guardia que los acompañaba. Por supuesto que no podía hacer eso, por más que le pesara necesitaban al joven para encontrar a Orlando.
Dejaron de viajar en locomotora, contrataron un carruaje que los llevara hasta La Perla, y también algo de seguridad como escolta. Steve insistía que era necesario ya que normalmente en los caminos había toda clase de asaltantes, lo mejor era prevenir. Aceptó el consejo de seguridad, lo que menos quería era que algún robo retrase su camino, ya bastante había sido soportar todo el viaje para encima tener que pasarla aún peor. Y la verdad podía soportar el clima, el desierto, el polvo y todo lo demás. Incluso la detestable voz de Steve.
Pero lo que no soportaba era que ese infeliz le hable como si quisiera darle órdenes, como si tuviera toda la razón del mundo. Ella lo escuchaba de a ratos y lo hacía callar cuando se aburría o simplemente lo ignoraba. Aunque no todo lo que decía Steve era inútil, eso tenía que reconocerlo.
—Haga lo que haga —decía Steve— no puede hacer quedar a Jennifer como la mujerzuela que es. Eso irritaría mucho a Morgan, la mandaría bien lejos y ni siquiera querría escucharla. Es mejor victimizarla, decirle que ese desgraciado Blanchard la sedujo, cosas de ese tipo.
—Lo tengo —contestó ella tranquila—, ese mal hombre sedujo a su prometida tal como hizo con mi hijastra y la llevó a la muerte. Por suerte lo encontré y logré seguirle el paso para poder advertirle.— También estaba pensando en qué inventaría para decir que había descubierto que esos dos eran amantes. O quizá no debía de dar muchas explicaciones, solo decir "me he enterado", "estuve averiguando", "sé de buena fuente". Eso siempre funcionaba.
—Exacto. El tipo hará lo que sea para ponerle las manos encima a Blanchard.
—De eso nada, ese miserable es mío... nuestro —se corrigió de inmediato. Aunque ya a esas alturas era en vano intentar disimular. Si Steve no era tan estúpido como parecía ya debió darse cuenta que todo ese plan era algo bastante personal y que poco tenía que ver su marido. Ella bien pudo simplemente avisar a su esposo y dejar que este se encargue con sus contactos, pero hizo todo lo contrario. Estaba tan rabiosa y con tantas ansias de destruirle que no le importó nada, ni siquiera perder su postura. Ahí estaba, en un carruaje pestilente rodeada de bribones, camino a acabar con el miserable que una noche había intentado matarla.
—Como quiera, señora. Usted decide —le contestó Steve fingiendo despreocupación—. Solo le digo que Joseph Morgan es un tipo listo, tenga cuidado cuando use sus engaños.
—De eso no hay problema, querido —le dijo muy relajada y hasta con una sonrisa—. He engañado a tantos hombres en esta vida que ya perdí la cuenta. No me va a costar nada engañar a un hombre enamorado.
Llegaron una mañana a La Perla. A Charice poco le importaba conocer aquel pueblo. Tenía que admitir que de todos los poblados por donde habían pasado este se veía bastante próspero, las haciendas eran las más grandes, el paisaje el más hermoso y hasta las casonas de hacendados que logró ver parecían verdaderas mansiones. Puede que no fuera el lujo al que ella estaba acostumbrada, pero aquello era riqueza. Steve no entró con ella, estaba vetado de ese pueblo, así que a partir de ese momento se las tendría que arreglar sola.
Rentó una habitación en el único hotel de La Perla, esperó encontrar una pocilga, pero para el precio que pagó y la propina extra era un sitio decente. Ahora tenía que ir a la hacienda de ese Morgan esperando que todo salga conforme a lo previsto. Sabía que el tipo querría hacerse cargo de Orlando personalmente, pero no lo iba a dejar. No señor, Orlando era suyo. Cuando se jodiera para siempre ese hombre iba a tener bien claro que era ella nuevamente la que estaba arruinándole la vida.
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Editado: 08.01.2020