La Perla I: Por deber

Capítulo 67 [Final]

Desde que pusieron un pie en el barco Jennifer se había sentido pésima. En realidad había estado bastante fastidiada durante todo el camino desde La Perla al puerto de New York. Tenía que ser sincero consigo mismo, estaba así desde la muerte de su amante. 

Joseph había conseguido lo que quería, al fin se deshizo de Blanchard y tenía el camino libre para quedarse con ella, eso también lo tenía más que asegurado. La boda había pasado, ella era su esposa, la señora Morgan. Y debió darse cuenta desde la noche de bodas, puede que Blanchard ya no estuviera entre ellos, pero iba a costar deshacerse del todo de él. Intentó que la primera noche con ella sea diferente, que Jen sepa cuanto la amaba y todo lo que estaba dispuesto a hacer por ella, pero solo se ganó su desprecio y rechazo.

Durante el camino a New York hizo más intentos de acercarse a ella, de amarla, de hacerla sentir su pasión en la cama. Lo que conseguía era bastante frustrante, ella apenas si se movía, era como una muñeca que solo se dejaba hacer sin sentir nada, como si en realidad no le importara. No respondía, ya ni siquiera lloraba. ¿Pero acaso no tuvo claro siempre que ella no lo quería? No podía hacer nada contra eso, tenía que dejar que pase el tiempo, que las heridas sanaran. Y un día Jennifer iba a abrir los ojos para darse cuenta que Orlando solo le ofreció una ilusión, pero que él era real y estaba ahí para amarla hasta el fin de sus días. Solo esperaba que no faltara mucho para ese día.

Viajaron en tren, ella no prestaba atención a muchas cosas y apenas hacía preguntas. A pesar que Jennifer nunca había salido del oeste, no parecía para nada interesada en conocer el mundo alrededor. Varias veces en el camino parecía sentirse mareada y con nauseas, pero luego restaba importancia diciéndole que era la primera vez que pasaba tanto tiempo en tren y quizá debía de ser eso. 

Ya en New York pareció mejorar y Joseph se convenció que quizá ella tenía razón y era solo eso, malestar por el viaje. Pero una vez abordaron el barco la cosa se puso peor. Ella trataba de resistirse, de aguantar y no molestar a nadie, pero no podía ocultarse que su estado de salud era pésimo. El médico le recomendó que lo mejor era que Jen regresara a tierra firme, aún faltaba para llegar a Londres y sería más rápido si volvía a New York donde tendrían que examinarla mejor. A ella no le importaba perderse la luna de miel, solo quería dejar de sentirse tan mal. Y claro, a Joseph no le importaba cancelar todo el viaje con tal que ella se ponga mejor pronto. Después de todo aún podían conocer otras partes del país, lo importante era su salud.

Hicieron un cambio aprovechando que otra nave pasaría cerca de retorno a Estados Unidos, en poco tiempo estuvieron nuevamente en tierra y Jennifer parecía más aliviada. Una vez hospedados en el hotel de New York, Joseph mandó a llamar a un médico para que revise a su esposa y la curen de una vez. No le agradaba imaginar que podía estar así por Blanchard, que quizá su muerte la hubiera enfermado a tal punto. Ella tenía que estar bien, tenía que recuperarse. Nunca le gustó verla vulnerable, la conoció fuerte y así tenía que ser siempre. El médico la examinó a solas con una enfermera mientras él esperaba afuera, hizo preguntas, le dejó una dieta. Aparentemente ya estaba todo bajo control.

—¿Estará bien pronto? ¿Qué es lo que tiene? ¿Alguna enfermedad en particular? —preguntó ansioso al entrar nuevamente a la habitación. Jennifer estaba recostada en la cama con la espalda contra la cabecera y acomodada entre almohadas. Tenía mejor aspecto, pero aún así le preocupaba.

—Tranquilícese, señor Morgan. Lo que su esposa necesita es solo descanso adecuado. No fue una buena idea llevarla al mar considerando su estado. Ahora solo debe reposar unos días antes de regresar a su pueblo.

—¿Entonces no está enferma?

—Para nada, la señora ya tiene las instrucciones para una dieta adecuada. Deberá alimentarse bien de ahora en adelante. Y felicidades por el bebé en camino.

—¿Cómo? —lo descolocó por completo. Miró a Jennifer, por un instante también notó miedo en sus ojos al escuchar aquello.

—Oh... me parece que no estaban enterados, disculpe ser tan imprudente, una noticia tan buena no se da de esta manera. Serán padres, felicidades.— Una vez más se quedó sin saber qué decir. El médico parecía muy contento de dar esa noticia, pero pronto la sonrisa se le fue borrando al notar la perplejidad de la pareja.

—Gracias por la ayuda, doctor. Ahora, por favor, retírese. Mi esposa necesita descansar.

—Por supuesto...—Aún contrariado, cogió sus instrumentos y junto con su enfermera se retiraron en silencio.




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