De acuerdo a los rumores que el cocinero le contó, y según la evidencia que se podía observar, la situación en la prisión se iba a poner terrible para todos. Era cierto eso que habían liberado a varios presos, probablemente a los que cumplían una justa condena de trabajos forzados en las canteras, también sobre la reducción del personal de guardia. Lo de la poca comida ya era bastante obvio, pronto se iba a acabar toda la reserva y los dejarían morir de hambre. O si eran bondadosos no los dejarían agonizar, sino que los ejecutarían a todos una noche. Y ese día podía estar cercano, podía ser en cualquier momento. Podía ser al amanecer. Si era verdad lo que el cocinero dijo sobre el cambio de gobierno y las investigaciones que se estaban haciendo, entonces ellos eran una evidencia. Y siempre es mejor deshacerse de la evidencia. Era un hecho, iban a matarlos.
Estaba pensando en eso mientras comía su pequeña ración del día. Cada vez más nauseabunda, cada vez menos. Alrededor los pocos presos que quedaban se quejaban de todo, Ansel comía en total silencio y sin ganas. Le hizo una seña para apartarse a un rincón del patio, el ex periodista miró discretamente a los lados y caminó detrás de él. Se sentaron e hicieron como que seguía comiendo, removiendo el plato de comida con la cuchara. Los guardias apenas les prestaban atención, en tiempos anteriores ya los hubieran separado o se hubiera armado algún lío con otros presos.
—Ansel, tenemos que huir.
—¿Cómo? —lo miró sorprendido. Y la verdad Orlando creyó que siendo Ansel tan inteligente como era ya había intuido que ese sería el próximo paso. Pero había olvidado que después de todo Ansel era un ser pacífico y noble, era poco lo que sabía de la maldad del mundo a pesar de haber pasado años en esa cárcel y haber conocido las sórdidas historias de los McKitrick y los Daniels.
—Huir, es eso lo que vamos a hacer. Y tiene que ser ya, si es posible hoy mismo.
—Oye, eso es muy arriesgado.
—Escucha, van a matarnos.
—¿Qué? ¿De dónde sacas eso? Ellos no...
—Ansel —dijo su nombre con firmeza—, es un hecho. No van a rescatarnos. Puede que si, que haya gente que sepa pronto los rumores de la existencia de esta prisión. Y por eso mismo van a matarnos, somos testigos, somos la evidencia. Es mejor deshacerse de nosotros. Si no es de hambre será en una ejecución, pero nos liquidarán. Y yo no pienso quedarme quieto esperando que suceda. Por eso tenemos que huir, y tiene que ser ya.— Ansel suspiró y asintió, parecía algo angustiado con sus deducciones. O quizá asustado. En realidad Orlando también lo estaba, los guardias podían elegir acabar con sus vidas esa misma noche.
—Bien, estoy de acuerdo. ¿Tienes siquiera una idea de cómo hacerlo?— Orlando asintió despacio. Por supuesto que tenía un plan, lo había estado ideando desde que entró a ese maldito lugar. Cinco años de estudiar el espacio, de ver las salidas, los puntos flojos, de conocer los turnos y a los guardias. Solo que en los tiempos de apogeo de esa prisión siempre todo era muy vigilado y hacía imposible cualquier movimiento. Ahora que estaban casi en el abandono las cosas podrían realizarse. Estaba seguro de eso.
—No es la primera vez que huyo de una prisión, aunque esta ha sido de lejos la más difícil de todas. Será por la cocina, y tiene que ser hoy mismo —Ansel asintió.
—Orlando, pero ni siquiera sabemos dónde estamos, ni siquiera si hay un poblado cerca. No sabemos cómo movernos.
—Eso no importa, Ansel. Prefiero morir intentando recuperar mi libertad a morir aquí dándoles el gusto a esos malnacidos. Entiendo que tengas miedo, pero es lo que hay que hacer. Y quiero que vengas conmigo, no voy a abandonarte aquí, ¿entendido?
—Claro que si —dijo con una sonrisa—, tenemos que ir juntos por nuestro tesoro, ¿recuerdas?— Orlando también correspondió esa sonrisa. Le dio unas palmadas en la espalda, no iría a ningún lado sin él. Ansel era su amigo, su otro hermano. Eran familia.
—Ahora escucha atento, esto es lo que haremos...
****************
Washington
No estaba muy contenta que digamos. En realidad no lo estaba para nada. En los últimos meses la situación de los McKitrick se había complicado, aún no llegaba a ser crítica, pero si lo bastante para preocuparla.
Durante esos años se habían dedicado a lo de siempre: Desviación de fondos, contratos fraudulentos, tráfico de influencias, negocios turbios, y una larga lista de asuntos prohibidos. Supieron mantener la imagen, eran una pareja "estable" con una buena posición en Washington. Su esposo seguía siendo un hombre influyente en el gobierno, a pesar de ahora estar en la oposición. Y eso era justo lo que le preocupada, que los demócratas hayan tomado el poder y les estén cayendo con todo el peso a los republicanos.
#24771 en Otros
#1757 en Novela histórica
#38071 en Novela romántica
amor prohibido, medio oeste romance cowboys, trianguloamoroso
Editado: 09.04.2020