La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 7

Era una noche de luna llena. Y la verdad, aunque fuera luna llena en Washington o en cualquier jodido lugar del país, ese escenario siempre le recordaría una maldita noche en Chicago cuando vio a Amelie colgada y con el rostro morado por la asfixia. No le agradaba, pero bueno, no era momento de pensar en escenas tan lejanas del pasado, tenía que concentrarse.

Salir de la prisión fue apenas el inicio. Libres, aunque solo era una palabra. Se habían alejado tanto que no tenían idea de dónde estaban. Por días no supieron nada de nada. Anduvieron por un bosque, turnándose para dormir, cuidando las balas en caso un oso o cualquier animal salvaje se les apareciera. Comieron apenas frutos del bosque, nada que los llenara. En realidad estuvieron seguros que iban a morir, pero se dijeron convencidos que al menos morirían libres y que lo intentaron hasta el final. 

Fue al amanecer de sexto día, cuando ya moribundos y sin esperanza, una carreta los encontró. Tuvieron suerte de que los tomaran por dos viajeros asaltados en la ruta y no por prófugos de la justicia. La gente de ese lado nada sabía de una prisión en las montañas, si por casualidad hubieran corrido en dirección contraria su suerte hubiera sido otra.

Ahí se enteraron que se encontraban en Tennessee, no habían estado tan al norte como siempre creyeron. Durmieron, les dieron de comer. No explicaron mucho, solo dijeron que fueron asaltados en el camino, los creyeron muertos y los dejaron por ahí. Hasta ahí acabó su buena suerte, el hombre que los encontró les quitó la pistola como parte del pago por "socorrerlos", luego le dio algo de ropa limpia aunque bastante miserable y los echó de casa sin siquiera un centavo, ni un pan. Pero al menos estaban ya en la civilización y se encontraban vivos. No servía de mucho claro, sin dinero ni nada que comer no podrían hacer mucho. Orlando asumió que todas sus cuentas estaban ya en cero, que seguro las administraba Bert. Tampoco tenía identificación, y así la tuviera seguro que ya su muerte se había certificado.

Estaban en verdaderos aprietos. Sin comida, sin dinero, sin nada. Oh cielos, ¿qué quedaba? Robar claro, robar como siempre. Como en los viejos tiempos. Por la noche de ese día volvieron a la casa del hombre que los sacó del bosquecillo, pensando quizá que eran dos hombres por los que podría cobrar recompensa luego. El tipo dormía, Orlando entró sin dificultad mientras Ansel vigilaba. Tomó la pistola robada, tomó otra pistola más para Ansel. Y cuando el hombre despertó le dio varios golpes hasta dejarlo inconsciente. Lo amordazaron y se llevaron todo lo de valor que pudieron encontrar. Ansel ni pensó si acaso estaba haciendo bien o mal, solo sabía que tenía que hacerlo. Era eso o morir de hambre, era eso o quedarse en las calles recibiendo limosna.

Se llevaron relojes, billetes, monedas, comida, hasta ropa. Y un caballo que venderían después claro, de eso sacarían más. La villa donde estuvieron era más o menos grande, poca gente los había visto, sería difícil que los encuentren. Se aseguraron de alejarse lo suficiente antes de hacerla de negociantes y empezar a vender las cosas. Hasta compraron pintura y le cambiaron el tono de piel al caballo en ciertas partes, les daba pena por el animal, pero era mejor que nadie lo reconociera, no tenían idea si ese hombre tenía contactos tan lejos.

Ya tenían una suma bastante decente para llegar hasta Washington e incluso dar la vuelta hasta el oeste con las cartas, pero Orlando sabía que no iba a ser tan fácil. Necesitaban una nueva identidad, podían detenerlos en cualquier momento y al no encontrarles identificación los tratarían como prófugos. Había logrado salir de Tennesse y estaban ya en Carolina del Norte, lugar que alguna vez Orlando había visitado. Sabía más o menos donde podría encontrar contrabandistas y gente de la misma calaña que por buen dinero le harían una perfecta identificación con la que podrían darle vueltas al país sin problemas.

Ahí se les fue casi todo el dinero, pero al menos estaban seguros que no tendrían problemas con oficiales ni nada. Tampoco tenían orden de captura, pararon en varios pueblos y ciudades para ver los carteles de "SE BUSCA" y en ninguno aparecían ellos. Aparentemente a salvo, pero bastante miserables, llegaron finalmente una noche de luna llena a Washington.

Washington, el nido de Charice. Sabía que era una ciudad bastante grande y que era muy difícil que se cruzaran, pero igual no lo animaba para nada saber que estaba en el mismo lugar que esa condenada mujer, respirando su mismo aire. Mientras más rápido consiguieran esas cartas y se largaran, mejor para él. Aunque al notar a Ansel tan emocionado se sintió un poco culpable de querer irse. Ese era el hogar de Ansel, su ciudad. A dónde pertenecía, el lugar que conocía como la palma de su mano. 

Sabía que su padre murió cuando él era niño y su madre poco antes de toda esa locura del arresto, tenía amigos en el diario donde había trabajado, pero no confiaba lo suficiente en ellos para buscar su ayuda. En quién sí confiaba era en Kathleen, por eso estaban ahí. Lo había notado un poco nervioso, después de todo iría a ver a su amor. Se imaginaba en el mismo lugar, buscando a Jennifer, con temor de verla con Joseph casada y feliz. Claro que podía entender los miedos de Ansel.




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