Jennifer tardó en regresar a la hacienda, y cuando estuvo lo bastante cerca de la casona se dio cuenta que no podía ir por Julius en ese estado. No paró de llorar durante el camino, intentaba controlarse, se detenía, se secaba las lágrimas y seguía adelante; pero minutos después estaba llorando otra vez.
Estaba tan confundida que no podía decir por qué lloraba. Por la alegría de saber que Orlando no estaba muerto, por saber que estuvo prisionero, por haber seguido su vida mientras él sufría, por querer a Joseph, por dejar de lado a Joseph tan fácil, por su hijo, por todo. No podía más con eso, quería estallar. No podía hacerse cargo de nadie ese día, así que pidió a uno de los trabajadores de su hacienda que le avise a Melinda que tuvo que regresar por una emergencia y que mandaría a recoger a Julius por la noche.
Una vez llegó a casa entró en su habitación y se derrumbó en la cama. Gracias al cielo que Joseph no había llegado porque no estaba en condiciones de dar explicaciones a nadie. Cerró todas las cortinas de la habitación y pidió que nadie la molestara porque se sentía mal. Una vez ahí se envolvió en las mantas hasta cubrir su cabeza y lloró por buen rato hasta que al fin logró calmarse. No, calmarse no era la palabra, simplemente estaba agotada de tanto llorar y no podía más. En realidad podía llorar todo el día, pero eso tenía que parar.
Cinco años habían pasado. Cuando se casó con Joseph poco después se dio cuenta que había cometido un terrible error, peor cuando supo que estaba embarazada. Pero el tiempo había pasado, y ya nada era lo mismo para nadie. Todos habían cambiado, hasta Joseph. De ser el hombre mezquino y desgraciado que permitía y hasta promovía el asesinato de indios, a ser un hombre con negocios legales, moderado en muchos aspectos.
Ella también cambió. De ser esa joven tan radical con sus ideales y que no veía puntos medios, hasta la mujer que era. Más flexible y comprensiva. Antes hacía un escándalo cuando Joseph le mandaba un regalo, ahora usaba todo de buena gana sin hacer ningún alboroto. Prefería manejar su propio dinero, pero tenía claro que era Joseph el de la fortuna, no ella.
¿Habría cambiado también Orlando? ¿Qué había sido de él todo ese tiempo? Apenas hubo tiempo para explicaciones, pero lo poco que supo fue terrible. Charice los engañó a todos, lo llevó a una prisión y recién pudo escapar. Una prisión, encarcelado por cinco años. ¿Qué le habrá pasado ahí? ¿Qué cosas le habían hecho? No quería ni imaginar los padecimientos que tuvo que sufrir todo ese tiempo. Él también tuvo que cambiar. Quizá ya no era el hombre que recordaba, quizá después de tanto dolor poco quedaba de ese Orlando. Él dijo que la amaba aún, ¿sería verdad? ¿La amaba a ella o al recuerdo de ella? ¿Y acaso no era lo mismo? ¿Amaba a Orlando o amaba el recuerdo de lo que vivieron? Dios, no iba a dormir una semana de tanto pensar en aquello.
¿Y qué iba a pasar ahora que él había vuelto? Lo único que tenía claro era que quería conocer a Julius y con justa razón, eso no se lo podía negar. Lo que no le gustaba era tener que acelerar todo y forzar las situaciones. Su plan de que Julius se familiarice con él a través de las historias que le contaban iba perfecto, ahora todo iba a torcerse. Jennifer planeó contarle la verdad más adelante, cuando Julius sea un niño grande capaz de entender todo sin confundirse, cuando la figura de Orlando sea algo tan familiar en su vida que no le choque mucho saber la verdad. Y ahora había que presentárselo, hacer que pasen tiempo juntos, que empiecen a quererse. ¿Lo querría Julius? Eso le daba miedo.
Miedo y culpa. Decía la verdad cuando afirmaba que ella nada hizo para que Julius y Joseph se quieran, en realidad no imaginó que Joseph llegara a amar a su hijo. Julius amaba a Joseph como padre, y por más que se llevara de maravilla con Orlando en algún momento, iba a ser difícil que lo ame como su padre y que lo acepte. ¿Pero lo comprendería Orlando? Que no era culpa del niño, de verdad. Que en el corazón no se manda, y no puedes forzar a un pequeño a amar a otro hombre como padre cuando apenas lo conoce. Aún así la culpa era inevitable, porque podía imaginar la situación de Orlando. Apenas libre, y al llegar se sorprende con la noticia de que tiene un hijo, y que la mujer que amó está feliz y casada con otro.
Eso le dolía más. La culpa de saber que su felicidad lo hacía sufrir. ¿Pero debería sentirse culpable? Si por mucho tiempo fue fiel a su memoria, fiel e infeliz en realidad. Y ahora que había logrado la estabilidad, ¿debía de sentirse mal por eso? En el corazón no se manda, y si aunque sea hubiera tenido todos esos años la esperanza de que Orlando volvería, podía jurar que se hubiera mantenido fiel hasta ese día. Pero él estuvo muerto para todos, y ella después de mucho tiempo consiguió salir adelante. ¿Por qué era culpable? ¿Por superar todo lo malo y ser feliz? No había razón para sentirse así, pero no podía evitarlo. Se sentía culpable y le dolía pensar en el sufrimiento de Orlando al verla la noche de la feria en brazos de Joseph.
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Editado: 09.04.2020