El guardia de la entrada no hizo ningún problema, aunque Jennifer sabía bien que luego iría a contarle a Joseph sobre su visita. La hacienda que alguna vez perteneció a la familia Reynolds no estaba tan bien resguardada que digamos, Joseph mandó a poner unos cuantos hombres por ahí para evitar invasiones, pero nada más. Eran buenas tierras, y Jennifer siempre pensó que se estaban desperdiciando. Ellos apenas podían con su parte, quizá deberían contratar un administrador para que se haga cargo, o quizá venderla de una vez, así podrían mejorar sus tierras. Pero a pesar de todas las veces que se lo comentó, Joseph nunca quiso hacer nada al respecto y finalmente Jen se cansó de preocuparse por eso. Ahora estaba convencida que de cierto modo a su esposo le daba placer ver como se pudría todo lo que alguna vez perteneció a un hombre poderoso. Nunca quería pensar en eso, porque le hacía ver a un Joseph malvado. Solo que ahora después de mucho tiempo al fin entraba a las tierras de los Reynolds y el pensamiento fue inevitable.
Jake y Ansel la acompañaban, no podía llevar a nadie de su hacienda y no quería meter a Stu en eso. Que si, él era familia, pero ya bastante enredo era la situación como para empeorarla más. Hace exactamente dos semanas que la noticia del regreso de Orlando se expandió por todo el pueblo, y quizá más allá. Una mañana, y ante el asombro de quienes lo conocieron, él apareció en la comisaria al lado de Bert. El comisario Pangbord por poco se cae de espaldas al verlo vivo, tampoco lo podía creer. Al menos a él si le explicaron la verdad, se lo merecía. El comisario estuvo ahí el día de su supuesta muerte, intentó atrapar a Charice, intentó ayudar de verdad. Orlando no dio muchos detalles, pero le narró la historia para que le quede claro el motivo de su regreso. El comisario solo asentía, podía entender sus razones y esperaba poder ayudarlo.
Y mientras ellos arreglaban sus asuntos, afuera se corrió la voz entre quienes lo vieron llegar al pueblo. Para cuando Orlando y Bert salieron había un buen grupo de curiosos allá afuera. Armaron una versión oficial, diciendo que los secuestradores difundieron su falsa muerte para llevárselo y quitarle luego toda su fortuna. Mintieron, dijeron que los Allgood hace mucho tiempo estaban enterados de que vivía, pero de momento él no quería regresar a La Perla por precaución. Ahora estaba de vuelta y dispuesto a retomar su vida. Quizá a alguno no les convencía esa historia pues nadie quería hablar más de la cuenta, pero era un hecho que había vuelto, y que otra vez era una novedad su presencia.
Ya estaba hecho, y por un lado Jen se sentía más tranquila. Joseph sabía de su retorno, sabía cuándo lo iba a ver, cuándo llevaría a su hijo a que pasen un rato juntos. Mejor así, no quería tener que discutir con su esposo. Hasta dejó de oponerse a que Orlando vea a Julius, pero le hizo prometer que ella siempre estaría presente. Eso le agradó, pero Orlando no lo vio así. Le dijo que aquello era muy fácil, que Joseph pretendía hacer algo. Puede que empiece a hablar mal de él con su hijo, que se valga de Julius para poner distancia entre él y Jen. Ella no quería desconfiar, pero ya no sabía qué pensar de todo. Joseph decía amarla, pero le estaba ocultando cosas y ella lo sabía. Por eso estaban ahí, listos para buscar las pruebas que incriminaban al padre de Joseph, o quizá a él mismo.
Se convenció que en casa no estaban, había buscado en todos los rincones posibles mientras Joseph estaba ausente. Melinda la ayudó a buscar en la casa Deschain, había posibilidad que Joseph las haya escondido ahí, pero nada tampoco. Así que decidieron ir donde los Reynolds, ya que según Ansel él fue uno de los involucrados en la muerte de su padre y quizá haya guardado cartas u otros documentos como un seguro. El viejo Reynolds murió pronto, puede que no tuviera tiempo para poner a salvo sus pruebas, así que era posible que encuentren algo.
Llegaron al fin a la puerta de la casona y Jennifer sacó las llaves. El lugar había recibido muy poco mantenimiento, a veces los vigilantes dormían ahí, pero nada más. Todo estaba hecho un desastre, Joseph pidió que no toquen nada. El tiempo no se había movido, y si pudieran volver atrás verían el día en que Joseph llegó con varios de sus matones y mandó a destrozar todo delante de lo que quedaba de la familia Reynolds.
"A él le gusta esto, le gusta hacerles daño a sus enemigos y ver su desgracia", se dijo de pronto. La idea era horrible y odiaba pensar en eso, le daba hasta nervios. ¿Cómo era posible que el hombre que la acariciaba con tanta suavidad sea capaz de cosas como esas? "Tú siempre lo supiste, Jen, no quieras engañarte ahora. Quieres creer que ha cambiado, pero sigue siendo un hombre malo", le dijo otra voz. Intentó serenarse y no pensar en eso. No quería aceptar esa idea.
—Bien, ¿por dónde empezamos? —preguntó Jake.
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Editado: 09.04.2020