Se suponía que al llegar a la capital de Texas todo sería más rápido y fácil, o al menos se convenció de eso durante el camino desde La Perla. No debió, siempre era mejor pensar en que lo peor podía pasar, no tener esperanzas. Así no sufría por la desilusión y frustración.
Orlando y Bert llegaron a Austin a continuar con las labores de búsqueda. Sabían que Steve y Charice estaban en algún lugar de la ciudad, o quizá en las pequeñas villas aledañas. Las autoridades de la capital parecían interesadas en capturar a los secuestradores, pero Orlando no creía que fuera por la influencia de McKitrick, por algo el abuelo de Jennifer se encargó de encontrar un hombre de confianza que le haga todas las gestiones. Él estaba seguro que la verdadera motivación era la recompensa que ofrecía Joseph. Bueno, eso no importaba, lo único que quería era recuperar a su hijo.
La ciudad de Austin estaba empapelada con carteles que llevaban los rostros y nombres de Charice y Steve. Era el tema del momento, se hablaba de eso en todos lados. Desde una conversación casual en una bodega, hasta en las tabernas. La gente vigilaba los alrededores, hacía preguntas, incluso se habían armado grupos de búsqueda. Cuando se supo que dos personas llegaron de La Perla pues tenían información de que los secuestradores estaban en la ciudad, hubo aún más revuelo. Eso le dio esperanzas, estuvo seguro que las cosas serían más sencillas y que no tardaría más de dos días en encontrar a su hijo.
Pero eso no pasó, después de tres días de búsqueda hasta el momento no tenían más pistas. Nadie había visto a Steve o a Charice, no sabían nada. ¿Cómo iba a encontrar a Julius en un lugar tan grande? También era probable que hayan huido, quizá se fueran más lejos. El estado de Texas era enorme, podían estar en cualquier lado. Incluso pudieron cruzar hacia Arizona y él nunca lo sabría.
—Empiezo a creer que esto no va a acabar nunca —le dijo Bert con tristeza—. No hay nada, solo saben cuál iba a ser un punto de negociación, pero con tanta gente buscando a Steve dudo que aparezca. Los hemos ahuyentado en lugar de tenderles una trampa.
—Tienen que aparecer —le dijo. Se aferraba a esa esperanza. Charice era lista, pero Steve no. Si alguien iba a arruinar todo, ese era él. Steve daría un paso en falso y echaría a perder todo el plan de esa desgraciada, por eso tenían que estar atentos. Mandar a alguien con una nota a buscar a Jennifer ya fue estúpido, ni siquiera se aseguró que la persona conociera la ruta para que no haga preguntas. Sabía que solo tenían que esperar otro error, y ya no tenía paciencia. Empezaba a desesperarse, no sabía cuánto tiempo más aguantaría eso.
—Lo sé, pero...— Bert suspiró desalentado. En otros tiempos ambos fueron temidos bandidos, ahora eran solo dos hombres desesperados por encontrar a sus hijos. Ya habían buscado en Austin, en Brenham, Bryan, y Killen, pero seguían sin encontrar pistas. Uno de los oficiales propuso ir a el Llano para investigar por los alrededores, y ellos aceptaron. Eran capaces de buscar debajo de cada piedra, estaban dispuestos a todo.
El día había acabado ya, solo tenían que descansar y prepararse para la búsqueda del día siguiente. Orlando seguía preocupado por Jennifer, no le habían llegado novedades desde Madison o La Perla, no tenía idea si lograron salvar a Jake o si ella estaba bien. Ya no podía con tanta preocupación, se sentía todo el tiempo a punto de estallar. Todo lo que amaba corría peligro, no había forma de que tomara las cosas con calmas.
Y dentro de todas sus preocupaciones, había alguien que se asomaba de cuando en cuando. Ansel.
No sabía nada de él desde que lo envió con Cuthbert a buscar a Annie, y este le dijo que el periodista se iba a quedar en Texas para averiguar algo sobre el padre de Santos. Habían pasado varios días desde eso, quizá antes de que se vaya de La Perla él debió haber llegado. No tenía idea de si estaba bien o no, y temía por él. Annie no se cansaba de repetirlo, Ansel tenía pinta de chico inocente de ciudad, podría estar en la mira de cualquier delincuente. Ansel no manejaba armas, era alguien fácil de asaltar, y desaparecer. Por eso necesitaba asegurarse de que estuviera bien, al menos eso sería un alivio.
—¿Seguro que no te dijo nada más? —insistió él con su amigo.
—No, de verdad yo estaba muy apurado, solo pensaba en mi hija. Mencionó que trataría un tema sobre el padre de Santos, no dijo a dónde iría. No tengo idea de si salió de Austin o si tenía que quedarse aquí. Yo solo espero que ya esté en camino con una diligencia.
—Yo también —se dijo desanimado. Ese era otro desaparecido del mapa.
Esa noche no podría dormir, hace días que apenas lo hacía y solo cuando su cuerpo no daba más por el cansancio. Estaba agotado, y aún así no conseguía quedarse quieto. Orlando salió un momento del hotel donde se alojaba con Bert y fue a caminar por la ciudad. Se le ocurrió que quizá podría buscar noticias de Ansel. Primero fue a buscar al lugar de donde solían salir las diligencias hacia La Perla y alrededores. El hombre a cargo le dijo que no tenía registrado a ningún Ansel Seeley, que ese hombre no había salido en ruta a La Perla ni a ningún otro lado a menos que sea por cuenta propia.
Fue a buscar a la posada donde antes estuvieron hospedados él y Bert. Tampoco tenían noticias. El último lugar al que se le ocurrió ir fue a la casa de telégrafos, puede que encuentre alguna novedad ahí. Aunque los niños y Jennifer eran todo lo que ocupaba su mente, no podía evitar preocuparse por su amigo. Hace meses le prometió a Kathleen que cuidaría de él, que no lo dejaría solo. Esperaba que esté bien, que no le haya ocurrido nada, pero tenía que asegurarse. Fue a la delegación a reportarlo como desaparecido, y quizá tendría que sobornar a alguien para que empiece a averiguar sobre el paradero de Ansel.
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Editado: 09.04.2020